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Daniel Jadue, su anuario escolar y mis “slam-books”

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Arturo Alejandro Muñoz

No,  qué va a saber usted de lo que estoy hablando si recién se empina por los 40 años de edad. Para entender el asunto al que deseo hacer referencia tendría que poseer, como mínimo,  setenta calendarios en el cuerpo, y haber sido estudiante de “humanidades” en ciudades como San Fernando, Curicó, Molina, Talca y Linares en la década de los años 50.

Miren, saco a colación estas cuestiones debido a que ciertos politicastros han creído “hacerla de oro” con enrostrarle al candidato Daniel Jadue un viejo anuario escolar que fue llenado por sus condiscípulos  –todos puros cabritos adolescentes-  con las típicas frases incendiarias, contestarías, que permiten la amistad y esos jóvenes años. Y para empeorar la falta de criterio de los politicastros aludidos, tales frases ni siquiera fueron escritas por Jadue.

Uhhh…menos mal que yo no soy candidato a nada. De haberlo sido, seguramente los políticos ‘enemigos’ habrían extremado sus exhaustivas investigaciones a lo largo y ancho de mi tierra natal –Curicó-, hasta dar con algunos de esos viejos “Slam-Books” en los que yo –junto a cientos de otros jóvenes curicanos- participaba feliz y orondo, aunque siempre bajo el cobijo de una falsa identidad que, en términos fácticos, servía para maldita la cosa, ya que todos  sabíamos quién era quién en esos cuadernos inolvidables donde se plasmaban nuestros primeros amores secretos…y  otras yerbas, obviamente.

Éramos jóvenes y provincianos, pero vivarachos, despiertos, aunque tímidos en nuestras relaciones con el sexo opuesto. Por ello recurríamos al cuadernito de marras para esperar –oh, ilusoria posibilidad- que la chiquilla de nuestros sueños lo leyera y contestara (también como falsa  incógnita). ¡Una maravilla que sacudía hormonas y terremoteaba corazones! ¡Qué época más locamente romántica y bella!

Pero, ¿qué era exactamente un ‘slam-book’ y cómo se participaba en él?

Se trataba de un  cuaderno, un simple y normal cuaderno. En las páginas del lado izquierdo escribíamos los varones…y en el lado derecho lo hacían las muchachas. Cada página tenía (espero no equivocarme) 27 líneas, numeradas del #1 al #27. Uno elegía un número y se mantenía en él durante todo el desarrollo del ‘slam’, pero lo vital era no identificarse con nombre ni apellido. 

Bien pues, cada página (para mujeres y para hombres) tenía en su encabezado una pregunta que uno debía contestar en la línea del número que había elegido.  Con el avance de las páginas las preguntas iban aterrizando en la materia principal: el amor, el encantamiento por determinada persona. ¡Cómo se aceleraba el corazón con tan simple ejercicio! <<”¿Cuál es tu cantante favorito? // ¿En qué curso estás (de ‘humanidades’ obviamente)? // ¿En qué sector de Curicó vive la persona que te gusta? // ¿Cuál es tu deporte favorito? // ¿En qué sector de Curicó vives? // Menciona tres características físicas de la persona que te gusta // ¿Qué cantante le gusta a esa persona? >>,  y así, más y más… hasta dejar con menos nebulosa quién eras tú y quién ella.

Entonces, semanas más tarde, los muchachos reunidos en la bella plaza de armas curicana,  al salir de clases, se peloteaban los “slams” que regresaban desde el Liceo de Niñas y desde el Colegio de las Monjas. ¡Una locura! Descubrir que la persona amada te respondía con las palabras que esperabas, era algo tan grandioso y maravilloso como lo que seguramente sintió ese 12 de octubre Rodrigo de Triana cuando gritó “Tierra a la vista”. Emociones que sólo comprenden quiénes las han vivido, ya que de inmediato, el domingo cercano, en la matiné del cine ‘Victoria’ era el momento mágico para acercarse a la niña y decirle (uhhh, qué tierna sensación romántica propia sólo de los 14 años), “yo soy el # 24”  (tu número en el ‘slam”).

Reconozco que en algunos de esos ‘slams’ me desmadré mofándome de ciertos compañeros de curso que me caían como “patá en la guata” porque en los recreos y partidos de fútbol actuaban como matoncitos abusando de sus superioridades físicas, y yo, maquiavélica y cobardemente escribí -en mis líneas del cuaderno respectivo- sus  nombres y el de las niñas que a ellos les gustaban. Venganza de flacuchento.

¿Dónde está lo relevante de aquello que acabo de confesar? Ah…es que esos ‘matoncitos’ eran –la mayoría de ellos- hijos de familias poderosas, de dueños de fundo, de empresarios de nivel mayor. Sí, sí…una especie de “pequeña lucha de clases” sin tener conciencia de que realmente lo era.

Por esos, querido lector, aquello del “Anuario de Daniel Jadue” empalidece frente a mis participaciones en decenas de “slams-books” en los años (anote y sonría) 1957-58-59-60.

Ya, bien, bien…usted seguramente me dirá, “pero eso era una niñería,  no hay  culpabilidad alguna en ello”. Así es, sin duda, pero-…y lo del “Anuario”, ¿qué?

En fin, me pareció oportuno contar estas cuestiones en beneficio del sano entendimiento respecto de  aquellas situaciones estudiantiles vividas ingenuamente durante nuestra adolescencia. ¿O soy culpable y 60 años más tarde merezco sanción judicial, pago en unidades de fomento,  arresto domiciliario, repulsa popular y prohibición de postular a cargos públicos? ¿Por un ‘slam-book?, ¿por un ‘anuario escolar’? 

 

 

 

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