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Covid-19: ¿Hubo una fuga del laboratorio de Wuhan? Por qué una investigación no revelará la verdad

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Jonathan Cook *

Coumterpunch, 2-6-2021

https://www.counterpunch.org/

Traducción de Viento Sur

https://vientosur.info

¿Por qué hemos de creernos que los estamentos político, mediático y científico tienen ahora interés en contarnos la verdad, o en asegurarnos el bienestar, después de haberse demostrado que han mentido repetidamente o guardado silencio en relación con asuntos todavía más graves y durante periodos mucho más largos, como por ejemplo con las diversas catástrofes ecológicas que han estado acechando desde la década de 1950?

Hace un año, la idea de que la Covid-19 se produjo a raíz de una fuga del Instituto de Virología de Wuhan –que se halla cerca del mercado de mariscos de esa ciudad, donde suele situarse el origen del virus– se consideraba descabellada, propia de los Donald Trump, QAnon y demás halcones de la derecha que pretendían escalar peligrosamente las tensiones con China.

Ahora, después de lo que ha sido efectivamente un año de apagón de la teoría de la fuga del virus en los grandes medios de comunicación y por parte del estamento científico, el presidente Joe Biden ha anunciado una investigación con vistas a evaluar su credibilidad. A raíz de ello, lo que hasta hace unas pocas semanas se tachaba de desquiciada conspiración de derechas, de pronto se airea a los cuatro vientos y se sopesa seriamente en círculos progresistas. Todos los medios publican reportajes destacados, en los que se preguntan si una pandemia que ha matado a tanta gente y destruido la vida de tantas personas puede atribuirse a la soberbia humana y la manipulación biológica en vez de a una causa natural.

Durante muchos años, científicos que trabajan en laboratorios como el de Wuhan han llevado a cabo experimentos de tipo Frankenstein con virus. Han modificado agentes infecciosos presentes en la naturaleza –que a menudo se hallan en animales como los murciélagos– para tratar de prever qué podría ocurrir en caso de que los virus, y especialmente los coronavirus, mutaran a la peor variante hipotética imaginable. La finalidad declarada de esta práctica es asegurar que la humanidad parta con ventaja frente a cualquier nueva pandemia, preparando estrategias y vacunas por adelantado para hacerle frente. Es sabido que en el pasado ha habido muchas fugas de virus de laboratorios como el de Wuhan. Y ahora han aparecido informaciones, desmentidas por China, de que varios miembros del personal del laboratorio de Wuhan enfermaron a finales de 2019, poco antes de que la covid-19 comenzara a expandirse a escala mundial. ¿Escapó del laboratorio un coronavirus novedoso, manipulado por humanos, y se propagó por el mundo?

La verdad no interesa

Aquí entramos en arenas movedizas. Porque nadie que está en condiciones de responder a esta pregunta parece tener interés alguno en hallar la verdad, o al menos en que el resto del mundo sepa la verdad. Ni China, ni la clase política estadounidense, ni la Organización Mundial de la Salud, ni tampoco los grandes medios de comunicación. Lo único que podemos afirmar con certeza es esto: nuestro conocimiento de los orígenes de la covid-19 ha sido manipulado narrativamente a lo largo de los últimos 15 meses y sigue siendo manipulado narrativamente en la actualidad. Nos cuentan únicamente lo que conviene a poderosos intereses políticos, científicos y comerciales.

Hoy sabemos que hace un año nos engañaron para hacernos creer que lo de la fuga del laboratorio era un despropósito fantasioso o una prueba de sinofobia, cuando a todas luces no era ni lo uno, ni lo otro. Y ahora deberíamos comprender que, aunque la nueva versión suponga un giro de 180 grados, siguen engañándonos. No podemos confiar en nada de los que nos hayan contado o nos cuenten ahora el gobierno de EE UU o los grandes medios de comunicación sobre el origen del virus. Nadie en el poder desea realmente llegar al fondo de esta cuestión.

De hecho, más bien sucede lo contrario. Si llegamos a comprender realmente sus implicaciones, esta historia podría acarrear la posibilidad no solo de desacreditar profundamente a las elites políticas, mediáticas y científicas occidentales, sino de cuestionar incluso toda la base ideológica sobre la que descansa su poder. De ahí que lo que vemos ahora no es un intento de buscar la verdad del año transcurrido, sino un esfuerzo desesperado de esas mismas elites por seguir controlando nuestra comprensión de la misma. Las opiniones públicas occidentales están siendo objeto de una continua guerra psicológica a manos de sus propios gobernantes.

Experimentos con virus

El año pasado, la versión más segura por los estamentos político y científico occidentales era la idea de que un animal salvaje, como un murciélago, introdujo el virus de la covid-19 entre la población humana. En otras palabras, nadie tenía la culpa. La alternativa era responsabilizar a China de una fuga del laboratorio, como intentó hacer Trump, pero había una buena razón para que la mayoría de la clase política estadounidense no quisiera avanzar por esta vía. Una razón que tenía poco que ver con la preocupación por no caer en teorías conspiranoicas o por evitar la provocación de tensiones innecesarias con una China provista de armamento nuclear.

Nicholas Wade, experiodista científico del New York Times, expuso en mayo, después de investigar a fondo, por qué la idea de una fuga del laboratorio era científicamente sólida, citando a algunos de los virólogos más destacados del mundo. Pero Wade también sacó a relucir un problema mucho más grave para las elites estadounidenses: poco antes de producirse el brote de la covid-19, el laboratorio de Wuhan estaba cooperando por lo visto con científicos de EE UU y funcionarios de la OMS en la experimentación con virus, en lo que en lenguaje científico se denomina una investigación de ampliación de funciones (gain-of-function).

Los experimentos de ampliación de funciones habían quedado suspendidos durante el segundo mandato de Barack Obama, precisamente debido a la preocupación por el peligro de que una mutación de un virus producida por la intervención humana escape del laboratorio y cause una pandemia. Sin embargo, bajo la presidencia de Trump, EE UU reanudó el programa y, según se informa, financió los trabajos del laboratorio de Wuhan a través de una organización médica estadounidense llamada EcoHealth Alliance.

El funcionario estadounidense a quien se atribuye el impulso más decidido por reemprender esta actividad es el doctor Anthony Fauci: sí, el asesor médico jefe del presidente de EE UU y el alto cargo ampliamente conocido por frenar la respuesta temeraria de Trump a la pandemia. Si la teoría de la fuga del laboratorio es correcta, la persona que supuestamente salvó a EE UU de los peores efectos de la pandemia podría haber sido en realidad uno de sus principales instigadores. Y para más inri, también han estado implicados en el asunto altos cargos de la OMS, al estar estrechamente relacionados con la investigación de ampliación de funciones a través de grupos como  EcoHealth Alliance.

Colusión en el engaño

Esta fue al parecer la verdadera razón por la que la teoría de la fuga del laboratorio fue descartada de modo tan terminante, el año pasado, por las elites políticas, médicas y mediáticas occidentales, sin que se hiciera esfuerzo alguno por evaluar seriamente esta posibilidad o iniciar una investigación. No obedeció a ningún sentido de fidelidad a la verdad o a la preocupación por evitar toda incitación racista contra los chinos, sino al puro interés egoísta.

Si alguien lo duda, piense que la OMS nombró a Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance, el mismo grupo que supuestamente financió la investigación de ampliación de funciones en Wuhan en nombre de EE UU, para que investigara la teoría de la fuga del laboratorio y fuera de hecho el portavoz de la OMS en esta cuestión. Decir que Daszak tenía un conflicto de intereses sería minimizar totalmente el problema. Este señor, por supuesto, ha descartado claramente cualquier posibilidad de una fuga y –cosa que tal vez no sorprenda– sigue dirigiendo la atención de los medios al mercado de mariscos de Wuhan.

Este artículo publicado por la BBC el fin de semana ilustra hasta qué punto los principales medios no solo muestran negligencia a la hora de informar de este asunto de manera mínimamente seria, sino que también siguen engañando activamente a su público y ocultando estos indignantes conflictos de intereses debajo de la alfombra. La BBC sopesa abiertamente las dos posibles narrativas sobre el origen de la covid-19, pero no menciona ninguno de los explosivos hallazgos de Wade, incluido el posible papel de EE UU en la financiación de la investigación de ampliación de funciones en Wuhan. Cita tanto a Fauci como a Daszak como comentaristas fiables e imparciales y no como personajes que tienen mucho que perder en caso de una investigación a fondo sobre lo que ocurrió en el laboratorio de Wuhan.

Dado este contexto, los hechos de los últimos 15 meses se parecen mucho más a un encubrimiento preventivo: al deseo de impedir que emerja la verdad porque, si ocurrió una fuga del laboratorio, quedaría en entredicho la credibilidad de las estructuras de autoridad sobre las que descansa el poder de las elites occidentales.

Apagón informativo

Entonces, ¿por qué, después del apagón tan afanosamente impuesto durante el año transcurrido, de pronto el presidente Biden, los medios de comunicación dominantes y el estamento científico hablan ahora públicamente de la posibilidad de una fuga del laboratorio chino? La respuesta parece clara: porque el artículo de Nicholas Wade, en particular, abrió de par en par las puertas de la hipótesis de la fuga del laboratorio que se habían mantenido cerradas herméticamente. Científicos que anteriormente temieron verse asociados con Trump o alguna teoría de la conspiración, dicen ahora lo que piensan. Se ha destapado el pastel.

O bien, tal como informó el Financial Times sobre la nueva narrativa oficial, “el factor impulsor ha sido un cambio de actitud de algunos científicos que no quisieron ayudar a Trump antes de las elecciones o irritar a otros científicos influyentes que habían desechado la teoría”. Recientemente, la revista Science ha doblado la apuesta al publicar una carta de 18 destacados científicos, en la que declaran que las teorías de la fuga del laboratorio y del origen animal del virus eran igualmente “viables” y que la investigación anterior de la OMS no había dado un “trato equitativo” a ambas, una manera galante de decir que la investigación de la OMS había sido un parche.

De modo que ahora el gobierno de Biden nos aplica el plan B: limitación de daños. El presidente de EE UU, la clase médica y los grandes medios plantean la posibilidad de una fuga del laboratorio de Wuhan, pero no mencionan todas las pruebas reveladas por Wade y otros, que implicarían a Fauci y a la elite política estadounidense en dicha fuga, si ocurrió realmente. (Mientras, Fauci y sus acólitos se dedican a enturbiar las aguas tratando de redefinir el concepto de ampliación de funciones.)

El creciente ruido en las redes sociales, en gran parte provocado por la investigación de Wade, es una de las principales razones por las que Biden y los medios se ven obligados a abordar la teoría de la fuga del laboratorio, que anteriormente habían descartado. Sin embargo, casi la totalidad de los medios pasan de puntillas sobre las revelaciones de Wade relativas a la implicación de EE UU y la OMS en la investigación de ampliación de funciones y a su posible complicidad en una fuga del laboratorio y su posterior encubrimiento.

Táctica evasiva

La supuesta investigación encargada por Biden obedece cínicamente a una táctica evasiva. Hace que el gobierno estadounidense parezca decidido a conocer la verdad cuando no se trata para nada de eso. Alivia la presión sobre los grandes medios que de lo contrario se sentirían obligados a buscar la verdad por su propia cuenta. El hecho de centrar la investigación estrictamente en la teoría de la fuga deja fuera del campo visual la cuestión más amplia de la posible complicidad de EE UU y de la OMS en esa fuga y eclipsa los esfuerzos de círculos críticos ajenos por esclarecer precisamente esta cuestión. Y el retraso inevitable que implica la realización de la investigación aprovecha la fatiga ante las noticias relativas a la covid-19 cuando las sociedades occidentales comienzan a asomar la cabeza de detrás de las sombras pandémicas.

El gobierno de Biden esperará que el interés del público por esta cuestión se desvanezca rápidamente, de manera que los medios de comunicación puedan dejarla fuera de sus radares. En cualquier caso, lo más probable es que los hallazgos de la investigación no sean concluyentes, para evitar una guerra de narrativas contrapuestas con China. Pero incluso si la investigación obliga a señalar con el dedo a los chinos, el gobierno de Biden sabe que los grandes medios occidentales informarán lealmente sobre sus acusaciones contra China como un hecho, del mismo modo que ocultaron lealmente toda información sobre una posible fuga del laboratorio hasta que se vieron forzados a sacarla a la luz en los últimos días.

La ilusión de que nos cuentan la verdad

El asunto de Wuhan nos brinda la oportunidad de comprender más profundamente cómo las elites arrojan su poder narrativo sobre el público, para controlar lo que pensamos o siquiera somos capaces de pensar. Pueden torcer cualquier narrativa en ventaja suya. En los cálculos de las elites occidentales, la verdad es en gran parte irrelevante. Lo que importa sobre todo es alimentar la ilusión de que nos cuentan la verdad. Es vital que sigamos creyendo que nuestros líderes gobiernan velando por nuestros intereses; que el sistema occidental –a pesar de todos sus defectos– es el mejor posible para organizar nuestra vida política y económica; y que avanzamos sin parar por el camino del progreso, aunque a veces resulte pedregoso.

La tarea de mantener la ilusión de la verdad incumbe al poder mediático. Su función consistirá ahora en exponernos a un debate tal vez prolongado, pero sin duda vivo –si bien cuidadosamente circunscrito y al final no concluyente– sobre si el virus de la covid-19 apareció de forma natural o escapó del laboratorio de Wuhan. Se trata de gestionar sin sobresaltos la transición de la certeza incuestionable del año pasado –que la pandemia tenía su origen en un animal– a un cuadro más difuso y confuso que incluye la posibilidad de una intervención humana –eso sí, muy china– en el surgimiento del virus. Hay que procurar que no notemos ninguna disonancia cognitiva cuando una teoría que hace tan solo unas semanas los expertos aseguraban que era imposible pasa de pronto a ser muy posible, por mucho que en el entretiempo no haya cambiado nada sustancialmente.

Lo esencial para los estamentos político, mediático y científico es que no nos planteemos cuestiones más profundas:

* ¿Cómo es posible que medios supuestamente escépticos, combativos e indómitos volvieran a hablar en su mayoría con una única voz acrítica sobre un asunto de vital importancia, en este caso, durante más de un año, sobre el origen de la covid-19?

* ¿Por qué este consenso mediático no lo quebró algún medio poderoso y bien dotado de recursos, sino un antiguo redactor científico en solitario, que trabaja como independiente y publica en una revista científica poco conocida?

* ¿Por qué los numerosos científicos de postín que ahora están dispuestos a poner en tela de juicio la narrativa impuesta del origen animal del virus de la covid-19 han guardado silencio durante tanto tiempo sobre la hipótesis por lo visto igualmente creíble de una fuga del laboratorio?

* Y sobre todo, ¿por qué hemos de creernos que los estamentos político, mediático y científico tienen ahora interés en contarnos la verdad, o en asegurarnos el bienestar, después de haberse demostrado que han mentido repetidamente o guardado silencio en relación con asuntos todavía más graves y durante periodos mucho más largos, como por ejemplo con las diversas catástrofes ecológicas que han estado acechando desde la década de 1950?

Intereses de clase

Estas preguntas, y con mayor razón las respuestas, las evitará cualquiera que necesite creer que nuestros gobernantes son gente competente y honesta y que buscan el bien público por encima de sus propios intereses personales, estrechos y egoístas, o de los de su clase o categoría profesional. El personal científico se somete servilmente al estamento científico, pues ese mismo estamento controla un sistema en el que los científicos individuales obtienen financiación para la investigación y oportunidades de empleo y de promoción. Y los científicos no se sienten muy motivados para poner en tela de juicio los fallos de su comunidad profesional o alimentar el escepticismo del público ante la ciencia y la profesión científica.

Asimismo, los y las periodistas trabajan para un puñado de empresas mediáticas que son propiedad de multimillonarios y que desean mantener la fe del público en la benevolencia de las estructuras de poder que premian a los multimillonarios por su supuesto ingenio y su capacidad para mejorar la vida del resto de la humanidad. Los grandes medios no tienen interés alguno en animar al público a preguntarse si son capaces de operar realmente como entidades neutrales que transmiten información a la gente común o si más bien mantienen el statu quo que beneficia a una diminuta elite de gente rica. Y los políticos tienen todos los motivos del mundo para seguir convenciéndonos de que representan nuestros intereses y no los de los donantes multimillonarios cuyas empresas y medios de comunicación pueden destruir fácilmente sus carreras.

En esto nos las tenemos que ver con una serie de categorías profesionales que hacen todo lo que está en su mano para preservar sus propios intereses y los del sistema que les sostiene. Y esto requiere muchos esfuerzos por su parte para asegurar que no comprendamos que la política no se guía principalmente por la codicia y el ansia de prestigio social, sino por el bien común o por el afán de sinceridad y transparencia. De ahí que no extraeremos ninguna lección significativa de lo que realmente ocurrió en Wuhan. El deseo de mantener la ilusión de que se nos dice la verdad prevalecerá sobre el deber de exponerla. Y por esta razón estamos condenados a cometer las mismas cagadas. Como sin duda demostrará la próxima pandemia.

* Jonathan Cook es escritor y periodista. Sus libros más recientes son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su página web es http://www.jonathan-cook.net/

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