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Colombia – Actualidad de Calígula de Albert Camus

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Actualidad de Calígula de Albert Camus

DESDE ABAJO, COLOMBIA

Escrito por Carlos Fajardo Fajardo

Las tiranías de hoy se han perfeccionado:
No admiten el silencio, ni la neutralidad.
Hay que pronunciarse, estar en favor o en contra.
Bueno, en tal caso, yo estoy en contra

Albert Camus.

Calígula, obra de teatro de Albert Camus, escrita en 1938, representada por primera vez en 1945 en el teatro Hebertot de París, no sólo sintetiza las trampas y artimañas ideológicas que manejaban los totalitarismos y tiranías de las décadas del treinta del siglo XX, sino que adquiere gran actualidad frente a los mecanismos de control autoritario que ejercen los neofascismos de última hora. Así, Calígula simboliza, con su atrocidad déspota y asesina, al torturador cínico y siniestro que con una retórica embaucadora y seductora hace obedecer a sus súbditos Patricios, gracias al miedo que se convierte más que un medio en un fin, en un propósito ontológico y político. “Todo desaparece ante el miedo, le dice Calígula a su amante Cesonia, ese bello sentimiento, sin aleación, puro y desinteresado…” (1965, p. 748).

Su crueldad sin escrúpulos, sin vergüenza y sin ley que se le oponga –de allí su cinismo- lo convierte en un manipulador de los “otros”, sean estos contradictores o cómplices, a través de una dialéctica astuta que construye simulacros, trampas, fatales mentiras y siniestras realidades. Esta estrategia le sirve para, llegado el momento, presentarse como salvador y protector beneficiario: “Digo que habrá hambre mañana. Todos conocen el hambre, es una calamidad. Mañana habrá una calamidad…, y yo detendré la calamidad cuando guste. En medio de todo, no tengo tantas ocasiones para probar que soy libre. Siempre se es libre a expensas de alguien” (p. 753).

Con su hábil elocuencia, Calígula hace que tanto Cesonia, como también el obediente Helicón, Quereas, Lépido, Mereya, el joven poeta Escipión y todos los Patricios vayan sintiendo pavor, odio y atracción a la vez y que actúen con hipocresía, sumisión, reverencia ante la presencia del tirano. Éste los observa desde su cinismo como simples marionetas a las cuales humilla, viola y prostituye a sus esposas y que, sin miramientos, arroja a la muerte.

“Qué corazón tan hediondo y ensangrentado debes tener… ¡Cómo deben torturarte tanto mal y tanto odio!” (p.768), le dice el poeta Escipión. Tal es el destino de los genocidas y de los tiranos, aun cuando representen ante todos humanidad y compasión. Sin embargo, bajo aquella máscara ríe la soberbia. “Mientras me quede, he decidido ser lógico, y puesto que tengo el poder, veréis lo que la lógica va a costaros. Exterminaré los contradictores y las contradicciones” (p. 727).

“Sabéis la frase favorita de Calígula”, pregunta Quereas. A la cual un Patricio anciano responde: “Sí. Dice al verdugo: ‘Mátale lentamente para que se sienta morir’”. Pero Quereas le rectifica diciendo: “No; hay otra mejor. Tras una ejecución, bosteza y dice con toda seriedad: ‘Lo que más admiro es mi insensibilidad’” (p. 805).

Así, Calígula expresa la angustia de los tiranos cuando sus deseos golpean contra los muros de la realidad, no pudiendo poseer lo imposible, ni dominar al Todo absoluto. En el caso de Calígula le es imposible alcanzar su soñada luna, la felicidad y la inmortalidad: “Este mundo, dice, tal como está hecho no es soportable. Así, que necesito la luna, la felicidad o la inmortalidad (…). Al fin, he comprendido la utilidad del poder. Da oportunidad a lo imposible. Desde hoy para siempre la libertad no tiene fronteras” (pp. 718, 729). Y continúa, “y ¿qué es una mano firme, de qué me sirve este poder tan asombroso, si no puedo cambiar el orden de las cosas, si no puedo hacer que el sol se oculte por Oriente, que el sufrimiento disminuya y que los seres no mueran? No, Cesonia; es indiferente dormir o quedar despierto si no obro sobre el orden del mundo” (pp. 732,733).

Dicha impaciencia, surgida debido a la distancia entre el deseo y la realidad, lleva a los tiranos a cometer actos de atrocidad, persecución, venganza, crueldad, odio y muerte. La frustración metafísica, y, por ende, política, como la imposibilidad de ser omnipotentes, los debilita hasta convertirlos en malos autores y actores de su propia tragicomedia histórica. Este será el ocaso del Calígula que retrata Camus.

Su exaltada egolatría lo lleva a considerarse el único y más grande artista-poeta que ha dado Roma, por lo que puede ridiculizar, expulsar y mandar a callar de forma definitiva a sus competidores, los otros poetas, acción que realiza de forma torpe, pero terrible, en su aventura de poder: “Voy a arrojaros entre mis enemigos dice. Los poetas están en contra mía; puedo decir que eso es el fin” (pp. 820,821).

Y está la soledad del déspota, el cual, con su ira hace sufrir y padecer a todos, lo que lo convierte en un monstruoso solitario que todos veneran, ritualizan, pero temen. Su presencia es algo terrible. Hacer sentir tanto temor aísla, somete al tirano a padecer la soledad del poder. Sólo el acto de asesinar lo salva del tedio: “Es extraño. Cuando no mato me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el Universo y para espantar el tedio. Cuando estáis todos, me hacéis sentir un vacío sin límites al que no puedo mirar. No estoy bien más que entre mis muertos” (p. 823).

En la última escena, al ser asesinado por los Patricios, entre espasmos y agonizante les grita a sus victimarios: “¡Aún vivo!”, como una premonición o el anuncio de un destino trágico que soporta el renacimiento constante de las tiranías y de perpetuos despotismos.

REFERENCIA
Camus, Albert. Obras completas. (1965). Tomo I. Narraciones, teatro. México: Aguilar.

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