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Chile – ¿Ruido de sables en el ejército?

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¿Qué piensa esa juventud que opta por la carrera militar con la ilusión de servir a su país, y se encuentra con un antro de ladrones? Arturo A. Muñoz aborda el tema. La fusión de la nación y sus fuerzas armadas será imposible mientras no se limpien esos verdaderos establos de Augias…

sables

Escribe Arturo Alejandro Muñoz


El título de esta nota –‘ruido de sables’– fue pronunciado por primera vez en el Congreso Nacional, el año 1924, por un parlamentario que hizo cruda referencia a la actitud de militares jóvenes (tenientes de ejército) que protestaron contra las decisiones del Senado golpeando sus sables contra el piso de mármol del hemiciclo.

A partir de entonces el ‘ruido de sables’ pasó a constituir una señal de dificultades políticas, y de probabilidades de golpe de Estado militar.

En aquella ocasión la oficialidad joven mostraba su descontento con la precariedad de sus salarios, lo que empujó al entonces presidente Arturo Alessandri a abandonar el gobierno. Ese episodio es conocido como “la revolución de los tenientes”.

Hace unos días Sebastián Piñera dio de baja del ejército a veintiún generales, supuesta o realmente comprometidos en hechos punibles de sanciones administrativas y judiciales. Entre ellos los derivados del escándalo conocido como “Milicogate”, suerte de asociación ilícita para delinquir malversando enormes sumas de dinero provenientes de las arcas de papá fisco.

La opinión pública comenzó a enterarse –a través de la prensa– de los delitos cometidos por suboficiales y oficiales del ejército que gastaban gruesas sumas de dinero en el casino Monticello, en viajes al extranjero y automóviles de lujo.

Abierta la caja de Pandora, fueron apareciendo delitos de mayor calibre, involucrando oficialidad uniformada de alto rango. Los montos de dinero sustraídos criminalmente alcanzaron cifras inimaginables. La prensa mencionó varios miles de millones de pesos apropiados ilegalmente por algunos generales. La suma de lo robado superó los treinta mil millones de pesos.

El escándalo es inmenso. El ‘prestigio’ del ejército, a mal traer en razón de casos de violación de derechos humanos durante la dictadura, cayó en picada.

A lo que precede se agrega un hecho que irrita a gran parte de la sociedad civil. El ejército chileno tiene 51 generales: un general por cada mil hombres de tropa. Un despropósito para un país que no ha tenido conflictos bélicos en más de un siglo.

Durante la Segunda Guerra Mundial el ejército alemán (Wermacht) tenía un general por cada división, y las divisiones disponían de unos quince mil soldados cada una (una división cuenta con 10 mil a 30 mil soldados).

Según ese parámetro, ‘prusiano’, nuestro ejército debería contar con sólo seis (6) generales, uno por división. Sumando la jerarquía, –un comandante en jefe y cuatro generales de Estado Mayor y especialidades–, diez generales como mucho. No 51. Hay generales que dirigen un batallón. Esta es una sangría que atenta contra el erario nacional.

Como dato duro, preciso que el ejército chileno posee seis divisiones:

I División Ejército, II División Motorizada, III División Montaña, IV División Ejército, V División Ejército y VI División Ejército.

La oficialidad joven debe estar inquieta con tanta noticia policial, y de tanto proceso judicial contra altos oficiales. Ya no se trata de acusaciones por violación de derechos humanos durante la dictadura (que también); no se trata de “hombres viejos, enfermos, que merecerían terminar sus vidas en su propios domicilios y no en cárceles”. Ahora se trata, lisa y llanamente, de delitos comunes, de robos, de apropiaciones indebidas de dineros fiscales. Se trata de delincuentes, de ‘anti-sociales’.

El escándalo ha ido escalando y envuelve también a otras ramas de las fuerzas armadas, a un ex contralor general de la República y a un ex senador (ex ministro de defensa). Ramiro Mendoza y Andrés Allamand estaban al tanto, en el año 2011, del voluminoso fraude fiscal cometido por el Estado Mayor Conjunto, del que no informaron oportuna y debidamente a la justicia.

La guinda de la torta fue la condena del ex general en jefe del ejército Juan Emilio Cheyre, el general del “nunca más”, que tanto alabó Ricardo Lagos. Por encubrir 15 asesinatos cometidos en La Serena, a fines del año 1973, por militares bajo el mando del ex general Sergio Arellano Stark (caso “Caravana de la Muerte”).

El desprestigio de la institución castrense es cosa seria. “El último pilar moral de la patria”, como definió al ejército el conocido asesino y torturador Manuel ‘Mamo’ Contreras (coronel de ejército), se ha ido transformando –por culpa del generalato– en una institución que cobija a delincuentes, que ha amparado y defendido a asesinos y torturadores pertenecientes a sus filas.

Sebastián Piñera, consciente de la gravedad de la situación, tomó la decisión de dar de baja a 21 generales, provocando un drástico cambio en el alto mando castrense.

Los 21 generales se van a retiro por su responsabilidad en fraudes y graves delitos económicos, impunes, disfrutando de sus millonarias jubilaciones, y con rango de general, lo que significa disponer de beneficios especiales. Pronto reaparecerán, como en su día reapareció Cheyre, en actividades empresariales y/o académicas, con la anuencia de los poderosos que controlan el país.

Si bien lo óptimo sería no reemplazar esos 21 generales (ya se explicó lo de las seis Divisiones del Ejército), entra en juego la aspiración de la oficialidad joven por beneficiar del sano ‘tiraje de la chimenea’.

La ‘vieja guardia’ del periodo dictatorial (en el ejército o en el gobierno cívico-militar) debería estar definitivamente ‘de salida’. Eso espera la oficialidad joven, que no es ni responsable ni cómplice de las violaciones a derechos humanos cometidas por sus superiores. Y no lleva ni arte ni parte en el saqueo de los presupuestos de las FFAA operado con desparpajo por el Alto Mando, avalado por la pusilanimidad de las autoridades civiles y el Parlamento.

Por distintas vías, oficiales o no, ANI incluida, La Moneda recibe información del estado de salud de cada institución armada. El público no accede a esa información. Al menos, no oportunamente.

Sabiendo lo que ocurre en el ejército, es probable que Piñera haya decidido ponerse el parche antes de la herida. Respondiendo al anhelo de la joven oficialidad que desea reconquistar la dignidad de su institución y el aprecio público, se adelantó a un eventual ‘ruido de sables’ sacando las manzanas podridas.

Mi tesis, la Historia habrá de confirmarla… o desmentirla.

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