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Chile – La otra memoria: los que pelearon

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EL CLARÍN DE CHILE, Publicado el 14 Marzo 2018

ROBERTO AVILA TOLEDO

Hay una memoria, imprescindible; la del sufrimiento. La de las cárceles, de los centros de torturas, de los lugares donde la bestialidad no tuvo freno, eso no se debe olvidar. Pero hay también otra memoria, que tampoco debe olvidarse; los que pelearon. Como David contra Goliat, como pudieron, en desventaja total, pero pelearon. Quizás sería más estético escribir los que resistieron, pero yo quiero decirlo en chileno, los que pelearon.

Asistí al tercer aniversario del gobierno del dr Salvador Allende el 4 de Septiembre de 1973. Me fui por mI cuenta, mi papá y mi mamá también. Una manifestación gigantesca, columnas que venían de los cuatro puntos cardinales. Se pasaba frente a La Moneda, no había discursos, ingenuamente no se quería encender la situación, como si la prudencia pudiera quitar impulso a un golpe militar largamente planeado. Luego había varios escenarios enormes en uno  de ellos escuche cantar al inolvidable e inconfundible Quelentaro. Éramos un grupo de estudiantes de primero medio del liceo 18 de Barrancas. Porque se hablaba tanto del golpe – pensé- si somos tantos.  ¿Quién puede atreverse?.

El 11 de Septiembre con las primeras noticias, se juntó nuevamente un grupo en el liceo y partimos para La Moneda, respecto de la logística el cálculo fue simple, echamos unas molotov porque no teníamos algo más, y confiamos en que alguien por ahí debería tener algo más. Caminamos hasta Mapocho y no encontramos a nadie con identidad de propósitos.

El camino de vuelta se me hizo corto con la ira, “maricones de mierda” me retumbaba en la cabeza y uno siendo tan chico (14 años).

A una cuadra de donde yo vivía (San Pablo con Teniente Cruz) había una base de aprovisionamiento de la Fach, el recinto militar le llamábamos.

En los días siguientes tropas militares en camiones y a pie patrullaban la ciudad, cual ejército de ocupación, por las noches disparaban para intimidar a la población civil, después sabríamos como en esos días el genocidio estaba a pleno vapor.

El terror se desataba por todo el país.

Era normal escuchar ráfagas de fusil sig por las noches. Pero al cuarto o quinto día fue distinto. Eran ráfagas distintas a las que habíamos escuchado, como más cortas y de un sonido menos bullicioso, más seco. Todo el mundo con, luces apagadas y en el suelo, pero mire por la ventana y sentí correr a una persona cuyas pisadas no daban los sonidos propios de los bototos militares. Luego se escuchó una ráfaga de fusil, de esos sonidos, de los distintos. Fue una imagen fugaz pero yo la vi. No es milico me dije. Mi corazón se llenó de alegría, no eran maricones, estaban esperando el momento. Eso era. Puta que soy guevón no me di cuenta y pensando mal de los compañeros.  Luego los sonidos de armas cortas y largas se generalizaron, también pasaron milicos, cuyos ladridos ahora reflejaban temor, estaban asustados. El intercambio de disparos fue sostenido y duro por lo menos una hora, los milicos terminaron tirando luces de bengalas. Los días siguientes patrullaron con carros blindados.

Se comentó en el barrio que habían atacado el recinto militar, de voz baja, comentario riesgoso.

Siempre quise saber quiénes fueron, como ayudarles, o mejor  aún, estaba chico pero para algo podía servir. Ni rastro, se fueron desvaneciendo en el tiempo. Yo sabía que se podía resistir, que los milicos no eran invencibles, yo lo había visto y escuchado. Lo conté en mi liceo, a los otros upelientos chicos como yo; se podía hacer, yo lo había visto.   Una muchacha que era de la jota dijo que lo que yo contaba no era verdad y dijo algo que mucho años después pude darle sentido, que lo que yo decía era un caballo de Troya, por eso del “Ultraiquierdismo caballo de Troya del imperialismo”. Pero yo lo había visto, yo lo había escuchado.

En mi ingenuidad de niño fui varias veces por la noche  a las cercanías por si volvían.

Luego, cuatro años después ya en la universidad ingrese al Partido Socialista, usaban el mismo nombre de unos que hay ahora, pero eran allendistas y querían el socialismo. Ahí empecé a ser algunas cosas y ya el recuerdo de esa noche no era lo único que tenía en la gaveta que decía “resistencia”.

Ese recuerdo que tantas veces me animó se fue diluyendo en la memoria. Pero el año pasado durante la toma del INDH POR LOS EX pp estaba leyendo un libro sobre los 119 que alguien dejó como un aporte, y en uno de los relatos alguien se refiere al ataque a esa base de la Fach de manera tan  coincidente como yo lo recordaba. Casi salté de alegría, era como yo decía, había pasado.  Esa suerte de fantasmas que mi cerebro aún guardaba en un rincón habían sido unos militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Me demoré en saberlo, 44 años, pero ahí estaba.

No tengo caras ni rostros de esos valientes compañeros, pero esa memoria de gigantes no puede perderse. La otra memoria, la de los que le plantaron cara a la dictadura.

ROBERTO AVILA TOLEDO

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