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Chile: de sufrir toque de queda a pedir toque de queda

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Patricio López | DIARIO UNIVERSIDAD DE CHILE Lunes 1 de julio 2019

Vamos a partir por empatizar con aquellos sectores de la población que padecen la delincuencia como un problema real y cotidiano. No es fácil la vida cuando se piensa que se puede encontrar la violencia a la vuelta de la esquina. Lo pueden testimoniar, por ejemplo, quienes supieron muy bien en algún momento de nuestra historia lo que es un toque de queda. Y claro, cuando hay miedo y desasosiego no queda espacio para explicaciones causales de por qué los jóvenes de nuestras poblaciones han sido precarizados. El consumo de drogas, peor que eso, el aparato paramilitar que sostiene el negocio ilegal de la droga y la falta de oportunidades son algunas explicaciones para lo que nunca se ve o no se quiere ver.

Por otra parte, todo esto bien lo saben quienes han encontrado en el miedo transformado en un dispositivo político-mediático, en un instrumento perfecto para la desarticulación social. Encerrarse, poner candados, tener las rejas electrificadas y mejor aún un arma de fuego en el velador, porque en cualquier momento los delincuentes pueden venir por nosotros. Y claro, todo desconocido puede ser esa persona. Los medios de comunicación nos asustan todos los días y nos hacen creer que el Chile real está lleno de portonazos, balaceras, degollamientos, asaltos y otros eventos que, en realidad, son excepcionales pero que ocupan 10, 15 y 20 minutos en los noticiarios. Mientras, una senadora reclamaba ayer en un programa de la televisión estatal que no se había invitado al presidente del Colegio de Profesores, a pesar de que su movilización empieza hoy su quinta semana.

Delincuencia sí, demandas sociales no.

Los estudios demuestran que las personas en Chile por lo general consideran que la comuna es más peligrosa que el barrio y que la ciudad es más peligrosa que la comuna. Es decir, la vivencia personal da una mayor sensación de seguridad que esos espacios más grandes, donde el conocimiento está determinado por la información que entregan los medios de comunicación.

Decimos esto porque ayer se votó en ocho comunas el toque de queda juvenil (el solo nombre nos produce pavor) y, por cierto, volvemos al primer párrafo y a empatizar con aquellas personas que atemorizadas porque el barrio de verdad es peligroso o por obra del dispositivo mediático. Aquellas que concurrieron a votar para restringir la circulación de adolescentes después de la medianoche. Ciertamente, lo ideal es que niños no corran peligro a esa hora y que haya quien los cautele, pero a falta de ello es una cosa muy distinta impedir la libre circulación de personas consagrada por Constitución. Ayer la televisión hizo un móvil y entrevistó a siete vecinos: curiosamente, todos estaban a favor del toque de queda juvenil. Para ese canal, perteneciente a la principal fortuna del país y que siempre dedica amplio espacio a la delincuencia, la propuesta parecía de los más normal y deseable, tal como para los alcaldes que la promovieron. Ridiculizando, además, a quienes se oponían, pero por referencias, puesto que tampoco fueron entrevistados directamente.

Este plebiscito nace muerto y es inverosímil que tanto los alcaldes como el dispositivo mediático lo ignoren. La consulta alcanzó a un porcentaje muy minoritario de los posibles votantes, no consideró a los propios adolescentes -a quienes se les considera adultos cuando se trata de  imputarles penalmente pero no cuando se trata de opinar sobre una medida que les implica-, sin debates públicos con los vecinos y, ya lo veremos, en abierta colisión con las garantías establecidas por la constitución.

Seguramente los alcaldes han hecho un gran negocio porque la bandera de la delincuencia gana elecciones. El dispositivo mediático del miedo ha encontrado un nuevo combustible para alimentar su funcionamiento, pero urge un llamado a la cordura.

Un último comentario para la reflexión: gusta mucho y se promueve la democracia directa para este tipo de asuntos subalternos, pero se desdeña para otros más estructurales porque se la considera se le considera nociva para la estabilidad institucional. Curioso es, por ejemplo, que no haya ocurrencias similares para que la ciudadanía determine si quiere mantener el sistema de AFPs o de isapres.

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