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Carlos Ibáñez del Campo, complotador perenne

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Segunda entrega de la breve serie sobre algunos de nuestros exmandatarios. Hoy “el paco” Ibáñez…o “el caballo” Ibáñez

Arturo Alejandro Muñoz

Sin duda alguna, Carlos Ibáñez del Campo es una de las figuras señeras de la historia política chilena, para bien o para no tan bien, pues en honor a la verdad, entre los años 1920 y 1958 no hubo escándalo, evento ni contubernio político en que nuestro personaje no estuviese involucrado directa o indirectamente.

Veamos sucintamente su historia personal

Al igual que Arturo Alessandri Palma, Carlos Ibáñez del Campo nació en la ciudad de Linares (Chile). Ello ocurrió el año 1887.  Su padre, Francisco Ibáñez Ibáñez, era un conocido terrateniente, dueño del fundo ‘San Francisco’, ubicado a 9 kilómetros de Linares, pero su hijo Carlos eligió la carrera militar dejando a un lado toda posibilidad de administrar las tierras paternas.

En 1903 Carlos Ibáñez ingresó como alumno en la Academia de Guerra. Ese mismo año fue destinado en la misión militar chilena a la república de El Salvador, donde alcanzó el grado de teniente. En 1907, se casó con Rosa Quiróz Ávila, de nacionalidad salvadoreña, con quien tuvo dos hijos (Rosa y Carlos). En 1918, enviudó luego de que ella falleciera producto de una tuberculosis pulmonar. Volvió a contraer matrimonio en diciembre de 1927, con Graciela Letelier Velasco con quien tuvo cinco hijos.

Desempeñó en Chile los cargos de director de la Escuela de Carabineros en 1918, prefecto de policía de Iquique (1919-1920) y director de la Escuela de Caballería (1921). Es aquí donde comienza su recorrido político en el cual destaca su permanente presencia y acción en eventos variopintos.

Ibáñez y los ‘pronunciamientos militares’ contra Alessandri Palma 

Siendo Mayor del ejército formó parte del comité militar creado para presentar las preocupaciones militares ante el gobierno, y en esa condición participó en los pronunciamientos del 5 de septiembre de 1924 y del 23 de enero de 1925. Ascendió a teniente coronel y a coronel rápidamente a raíz de este último pronunciamiento, en el cual se llamó de nuevo a Alessandri  para que completara su período presidencial y se emprendiera la reforma de la Constitución de 1833. Alessandri designó a Ibáñez en la cartera de Guerra.

No tardó en producirse la ruptura entre el presidente y su ministro de Guerra que, junto con otros hechos, condujo a la renuncia de Alessandri y a su reemplazo por el vicepresidente Luis Barros Borgoño, del cual Ibáñez continuó siendo ministro de Guerra. La gestión de Barros Borgoño sólo duró dos meses, y en diciembre de 1925 fue elegido presidente de la República Emiliano Figueroa, pero Ibáñez continuó con su cartera ministerial.

De este cargo pasó a ministro de Interior, lo que le llevó a la vicepresidencia de la República cuando Emiliano Figueroa decidió renunciar. Aceptada la renuncia por el Congreso, Ibáñez convocó a elecciones presidenciales. Desbaratados los partidos políticos, desorganizadas las fuerzas obreras y cansada la opinión pública de gobiernos débiles, el coronel Carlos  Ibáñez fue el único candidato. Triunfó sin competidor con el 98% de los votantes y tomó posesión del mando el 21 de julio de 1927, a la edad de 50 años.

Su primer mandato presidencial fue en realidad un gobierno autoritario y despótico. Ibáñez persiguió con saña a sus oponentes  políticos, muchos de los cuales fueron encarcelados y otros marcharon al exilio, como ocurrió al  mismo Arturo Alessandri que se refugió en Europa donde comenzó a estructurar una oposición al militar.

En 1930, el país sufrió los efectos de la Gran Depresión de 1929. El precio del cobre y del salitre bajó dramáticamente, se desplomaron las exportaciones y la cesantía aumentó exponencialmente. Ello provocó el incremento del descontento popular traducido en huelgas, paros y luchas callejeras contra la  policía y tropas militares.

En julio de 1931, los estudiantes de la Universidad de Chile, dirigidos por el alumno de Derecho y poeta Julio Barrenechea, se tomaron la Casa Central de la “U”, mientras los estudiantes de la Universidad Católica, dirigidos por Bernardo Leighton y Eduardo Frei Montalva hicieron lo mismo. Los estudiantes contaban con un fuerte apoyo popular, y desde el aristocrático y exclusivo Club de la Unión les eran enviados apoyo y alimentos. La situación se agudizó aún más cuando el 24 de julio  cae muerto en enfrentamientos con la policía el estudiante de medicina, Jaime Pinto Riesco, lo que sumó de inmediato al Colegio Médico a las protestas, y  al día siguiente, con la muerte del profesor Alberto Zañartu, se agregaba el Colegio de Profesores y varios otros gremios.

Abandonado por sus ministros, que renunciaron a raíz de estos hechos, Ibáñez nombró un nuevo gabinete  sólo para renunciar el día 26 de julio, partiendo al exilio en Argentina.  

Segundo gobierno de Ibáñez (esta vez, democrático)

Su segunda administración se extendió desde 1952 hasta 1958. Aunque tenía 75 años de edad, su candidatura despertó gran entusiasmo en la población: fue llamado «El General de la Esperanza», ya que prometía liberar al país de la falsa democracia a la que se había visto abocado por el gobierno de González Videla. Pero termino siendo motejado por el pueblo como “el caballo Ibáñez”, y también como “el paco Ibáñez” (esto último debido a que fue el fundador de la institución policial “Carabinero de Chile”, a quienes en jerga popular se les conoce como “pacos”).

Ibáñez tenía en su contra varios factores: su pasado involucionista y dictatorial, su ideología conservadora con matices fascistas y su admiración por el dictador pro fascista argentino Juan Domingo Perón. A pesar de todo ello, en las elecciones de 1952 obtuvo los votos necesarios para acceder de nuevo a la primera magistratura de Chile.

El mandatario hubo de afrontar numerosas dificultades derivadas de la mala situación económica del país (asociada a la crisis en el precio del cobre  por el término de la guerra de Corea).

La cadena de alzas de precios decretadas por el gobierno a comienzos de abril de 1957 provocó una ola de protestas y asonadas en Santiago y Valparaíso, con un saldo considerable de muertos y heridos. Ello contribuyó al desprestigio y posterior derrota electoral de un gobierno que se había iniciado bajo un clima de esperanza y popularidad, y que terminó en el más absoluto aislamiento.

El complotador y algunas de sus ‘anécdotas’

1.- En 1928 se produce la primera visita a Chile de un presidente recién electo de los Estados Unidos de Norteamérica, Herbert Clark Hoover, quien llegó al país andino como parte de una gira cuyo objetivo era promover en Sudamérica la política del ‘buen vecino’, que la Casa Blanca requería como presentación para ordenar a las naciones que se suponía deberían ser sus aliadas sin dobleces ni remilgos.  Fue recibido por quien entonces era primer mandatario en Chile, el general Carlos Ibáñez del Campo. Permaneció solamente 24 horas en el país y después cruzó la cordillera de los Andes rumbo a Argentina. Semanas más tarde, ya de regreso en Washington, el mandatario estadounidense, refiriéndose al general Ibáñez, lo calificó como “un hombre muy inteligente, pero muy complejo también, porque un político sin partido no es del todo confiable para quienes  pertenecemos a una tienda política”.

2.- El día 5 de septiembre de 1938, en el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma,  se produjo “la masacre del Seguro Obrero”.  ¿Qué ocurrió ese día? De acuerdo a lo que sabemos hoy, un golpe de estado fallido y una cruel matanza perpetrada por los encargados de sofocarlo. El golpe fue ejecutado por jóvenes militantes del Movimiento Nacional Socialista chileno (MNS) y estuvo dirigido a la distancia por Jorge González von Marées, su líder, llamado “el Jefe” a imitación del führer alemán. Buscaban derrocar el gobierno de Arturo Alessandri Palma (que estaba en sus últimos días) e instalar en la presidencia a su archi adversario, Carlos Ibáñez del Campo.

En horas de la tarde cincuenta y nueve personas fueron asesinadas a sangre fría por los carabineros, casi todos militantes del MNS que ya se habían rendido. Dos hombres que se mezclaron accidentalmente en los hechos también fueron asesinados.

3.- En 1939 Ibáñez participó activamente en el episodio conocido como “el ariostazo”, llamado de ese modo debido a que el general Ariosto Herrera intentó  dar un golpe de estado al gobierno dirigido por Pedro Aguirre Cerda.

El general Herrera había sido llamado a retiro porque se negó a desfilar frente a La Moneda argumentando que  “había muchas banderas rojas” cerca de sus tropas. No aceptó el llamado a retiro y se instaló en el Regimiento ‘Tacna’, en Santiago, amenazando (sic) “acabar con el régimen comunistoide del negro Aguirre”. El conato de golpe no tuvo éxito ya que la totalidad de los regimientos en el país no le siguieron y Herrera hubo de rendirse.

Días después se sospechó -con argumentos razonables- que detrás del  ‘ariostazo’’ había estado la activa mano de Carlos Ibáñez del Campo, quien no pudo ser juzgado porque se refugió en la embajada del Paraguay logrando el asilo y posterior traslado a Argentina.

4.- Reza el dicho popular: “Dios los cría y el diablo los junta”, pues el inefable y zigzagueante gobierno de Gabriel González Videla (1946-1952) le ofreció a Ibáñez magníficas posibilidades para desarrollar su capacidad sediciosa, ya que ‘Gabito’ –el traidor, según los comunistas chilenos-, respondiendo a los requerimientos de la oligarquía criolla  proscribió al Partido Comunista que, al comienzo de su mandato presidencial, aportó varias de sus personalidades políticas para conformar el gabinete.

A la sazón, gobernaba Argentina el general Juan Domingo Perón, amigo personal de Carlos Ibáñez, con quien le unían no sólo lazos militares sino también ideas cercanas al fascismo italiano. Fue así que en 1948 la mano del líder de los justicialistas argentinos, tras los desbaratados intentos golpistas contra La Moneda, apareció mencionada en varios medios de prensa nacionales y extranjeros como coadyuvante del complot conocido como “Patitas de Chancho” (de cerdo), en el cual participó una sombría rama de la logia masónica -autodenominada “La Montaña”-, y varios militares afines a un gobierno dictatorial de absoluto corte nacionalista, cuyo fin era crear las condiciones favorables para un golpe de Estado que permitiera a Carlos Ibáñez llegar al poder e  imponer en el país un régimen militarista-fascista-nacionalista, disfrazado de populismo y decididamente antidemocrático.

El escándalo significó el pase a retiro de esos oficiales y la renuncia de varios generales por no tener el control de sus subalternos. Ibáñez no fue sentenciado.

5.- En abril de 1957 las ciudades de Valparaíso, Santiago y Concepción vivieron jornadas de masivas huelgas y duros enfrentamientos de trabajadores con la policía. La CUT (Central Única de Trabajadores), dirigida por Clotario Blest, había hecho los llamados a paro y dirigía las manifestaciones.   Ibáñez ordenó la detención del dirigente sindical y lo confinó en la cárcel ubicada en ese entonces en la calle General Mackenna.

De ese hecho surgió después  una especie de leyenda que aseguraba a los cuatro vientos que Ibáñez visitó a Blest en la cárcel, a medianoche en medio de los estampidos de disparos de la policía y los militares en la principal avenida de la ciudad (la Alameda), y que el Presidente le habría propuesto dirigir el Ministerio del Trabajo para poner coto a las masivas manifestaciones, pero Clotario, con la entereza y honestidad que le caracterizaban, declinó el ofrecimiento y continuó prisionero.

Hasta ahí la leyenda, el mito, la fábula. Pero lo que vino más tarde fue absolutamente cierto. Ante una CUT que se empoderaba más y más cada día, Ibáñez optó por salirle al paso y cortarle alas ‘democráticamente’. Para ello jugó una carta bastante sucia y falaz; medio en broma, medio en serio, reconoció ante algunos periodistas que realmente había visitado a Blest en la cárcel aquella noche, y que el dirigente sindical se había negado a servir al país asumiendo el cargo de ministro. “Clotario es un burdo anarquista”, les espetó a esos hombres de la prensa que, sin embargo, decidieron no publicar en sus respectivos medios tales declaraciones porque estaban seguros que las palabras de Ibáñez eran poco o nada creíbles.

6.- A mediados de su segundo mandato (1952-1958), una sucesión de designaciones ministeriales orquestadas por Ibáñez iban y venían en La Moneda. Los nuevos jefes de carteras no gozaban con la aceptación ni reconocimiento de los partidos opositores, y tampoco del Parlamento.  Se acusó entonces al Presidente de abusar de la “amistocracia” (sic), a lo que el mandatario, en una reunión en la casa de gobierno  con senadores de tiendas variopintas, respondió con esta frase que ya forma parte del anecdotario político nacional: “por supuesto que los ministros son amigos míos, todos lo son…¿y qué esperaban ustedes, que en esos cargos nombrara a enemigos?”

7.- Le disgustaba sobremanera saber que en algunos círculos de “gente bien” le consideraran persona “de medio pelo”, ergo, de clase social no alta ni relevante. De hecho, si algo también le disgustó profundamente fue el éxito  mediático y de ventas  de un librito de humor político, una novela semi-seria escrita por Guillermo Blanco y Carlos Ruiz-Tagle, “Revolución en Chile (Sillie Utternut)”. Trata (en ficción obviamente) de la llegada de una despistada gringa, una reportera neozelandesa  a Chile en la convulsionada época de Ibáñez del Campo, enviada por su aún más despistado editor en la  certeza que en Chile habría pronto una sangrienta revolución. El libro es de verdad comiquísimo, tanto literaria como sociológica y políticamente, pero a Ibáñez le produjo cosquillas ulcerosas, ya que ello, en cierto modo, reafirmaba aquello de “medio pelo” con que lo caracterizaban mordazmente algunos políticos de derecha.

8.- Dicen, las malas lenguas de los que en verdad saben de estos asuntos, que Carlos Ibáñez del Campo se vengó  finalmente de esas alusiones  a su persona y a su familia que la derecha acostumbraba a susurrar en reuniones sociales. Por ello (siempre  según esas lenguas) determinó vengarse de los estamentos conservadores y beatos derogando la “ley maldita” (Ley de Defensa Permanente de la Democracia) que González Videla había dictado para proscribir  al partido comunista.

Aseguran esas mismas malas lenguas  que Ibáñez lo hizo ex profeso, pues intuía que el siguiente gobierno sería de signo conservador y semi aristocrático, encabezado por el ingeniero y empresario Jorge Alessandri Rodríguez  (hijo de Arturo Alessandri Palma).

9.- Ibáñez realizó en sus dos gobiernos variadas obras y adelantos que mejoraron la estructura central de Chile, pero sin duda lo que realmente cambió el panorama y la práctica política fue la reforma del Sistema Electoral. Esto significó el establecimiento de un sufragio único, impreso y repartido por el Registro Electoral; que las alianzas partidarias fueran de carácter nacional y anunciadas por lo menos 20 días antes de los comicios; que el cohecho fuera un delito penado con la cárcel, y que se restituyera el derecho a sufragio para los sancionados por la Ley de Defensa de la Democracia.

Fue, a no dudar, un gigantesco paso en beneficio de la estructura electoral, y propuesto, extrañamente,  por quien menos  había actuado con transparencia y respeto al adversario político.  “Lo hago además porque no deseo que exista otro Ibáñez del Campo en el desarrollo político del país; con uno- basta y sobra en nuestra Historia”, aseguran que dijo el exmandatario cuando años más tarde se le requirió opinión respecto del avance ya comentado. 

**Nota (o colofón’):

Carlos Ibáñez del Campo falleció en Santiago de Chile el 28 de abril de 1960. Veintidós días después, en la ciudad de Valdivia y en gran parte del sur y  centro sur chileno, se producía el mayor y más destructivo terremoto registrado en el planeta. En un conocido Club Social de la provincia de Curicó, alguien dijo: “feroz gresca le está armando el ’paco’ Ibáñez’ al colilargo allá abajo”. 

A no dudar, Carlos Ibáñez del Campo fue uno de los gobernantes más complejos e identitarios de la política chilena a lo largo del siglo veinte.

 

 

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