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Canadá: La colonización continúa

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Mario R. Fernández

Es mucho el peso que acarrean sobre sus espaldas, en sufrimientos y abusos,  los pueblos aborígenes de toda América y los pueblos de África y de Asia. La pesadilla comenzó cuando una perspectiva de dominar el mundo bajo el ideario del cristianismo se hizo ideología dominante en Europa a comienzos del primer milenio de la nueva era. Este proyecto de dominación que se tomó casi 500 años en hacerse realidad tiene marca fundamental en 1492 porque comienza allí el genocidio y el terror contra los pueblos aborígenes de América, genocidio que aún no termina y que parece envenenar a la civilización occidental. Esta reflexión viene al caso por la reciente celebración del día de gracias, que así se le llama en Canadá a la celebración que junta a los amigos y a las familias alrededor del pavo tradicional el 12 de octubre cada año y que en España se celebra como el Día de la Hispanidad, que ya queda subido de tono llamarle como antes el Día de la Raza.

Canadá, a la vez colonizado y colonizador, no es ajeno al genocidio de los pueblos aborígenes ni a la opresión de gentes de otros pueblos en su propio territorio y fuera de él.  En estas últimas décadas el gobierno federal canadiense ha tratado de pedir disculpas y pagar indemnizaciones por muchos de esos maltratos, no parece que esto alcance para deshacer el daño hecho en particular en el caso de la población aborigen, que en Canadá es de más 1,4 millones de personas (es decir el 4,3 por ciento la población del país) siempre de acuerdo a las definiciones de la constitución canadiense de Nativos o miembros de la Primera Nación, Mètis o descendientes mezclados de esta, y Inuit (Esquimales). Existen más de 615 comunidades de la Primera Nación, 53 asentamientos Mètis y 8 comunidades Inuit, que hablan 60 idiomas aborígenes de una familia de 11 lenguas y de más de 50 grupos culturales. El gobierno reconoce a todas las culturas aborígenes y que estos han ocupado ancestralmente las tierras hoy conocidas como Canadá y que lo han hecho de tiempos inmemorables, pero esto no impide que haya cientos de reclamos territoriales sin resolver, o mal resueltos, desde hace mucho tiempo y tampoco impide que a pesar de este reconocimiento legal estos pueblos originarios hayan vivido, incluso durante el auge en los años sesenta del Estado de Bienestar Social canadiense, una realidad muchas veces cruel y que esta realidad se continúe en nuestros días.

Los pueblos aborígenes son quienes más sufren la pobreza, el racismo y la discriminación en Canadá. Es tanto que incluso muchos inmigrantes se muestran racistas frente a los aborígenes. La policía, ambas las federales y las de cada ciudad muestran diferentes grados de racismo y el racismo también existe a nivel del poder judicial.  Los aborígenes en las reservas, que son el 44 por ciento del total, como los que viven en centros urbanos sufren de problemas de salud serios que van desde la diabetes, a la tuberculosis y la cirrosis, y de adicciones  al alcohol y otras drogas que afectan al 70 por ciento de ellos. La violencia familiar es una realidad que enfrentan las mujeres aborígenes adultas y las niñas; el 50 por ciento de esposas o convivientes con hijos sufren violencia familiar y muchos de los afectados son casos serios que terminan en homicidios y en suicidios. Los suicidios se han transformado en epidémicos entre los aborígenes. Los asesinatos a mujeres aborígenes también son epidémicos; entre 1980 y el año 2012 fueron asesinadas y/o desaparecidas 1.181 mujeres aborígenes en este país y se sospecha que en la mayoría de estos casos sufrieron violencia a manos de esposos o convivientes. En términos de educación la población aborigen canadiense también es afectada, sabemos que el 20 por ciento de todos los aborígenes canadienses no completa su educación secundaria. Sabemos también que son más afectados por el desempleo, en parte porque viven en zonas de mayor tasa de desempleo, por lo que sufren índices de más del 20 por ciento de desempleo. Los aborígenes, hombres y mujeres, están sobre representados en cárceles y prisiones de Canadá; hay más de 5000 aborígenes presos y presas, constituyendo el 26 por ciento de todos los presos y presas canadienses. Las mujeres aborígenes representan el 36 por ciento de las presas del país, mientras que los hombres aborígenes representan el 24 por ciento de los presos del país. Hace tres décadas el numero era el 10 por ciento, el incremento se debe según la justicia canadiense al aumento del consumo de alcohol y drogas.  En las reservas aborígenes el 20 por ciento de las casas están sobre pobladas y la mayoría de ellas requieren reparaciones, se necesitan más de 5000 viviendas nuevas para acomodar las necesidades de habitación de la población aborigen en las reservas.

El gobierno federal de Canadá reconoció hace unas semanas atrás los daños y abusos que le causara hace ya 60 años a una comunidad de Sayisi Dene, un grupo  de las Primeras Naciones, y les pidió disculpas oficialmente. Esta comunidad Sayisi Dene vivía desde tiempos ancestrales en su lugar llamado Little Duck Lake al norte de la provincia de Manitoba; en 1956 y por orden del gobierno canadiense los Sayisi Dene fueron sacados de su lugar en donde vivían con suficientes alimentos, agua y familiaridad, y fueron reubicados en la bahía de Churchill lugar para ellos no familiar y donde sufrieron hambre, falta de vivienda y apoyo, racismo, violencia y desolación. La excusa del gobierno de entonces era que los Sayisi Dene eran responsables del declive de la población del reno o caribú, argumento que más tarde se probara totalmente falso. En este traslado, que fue forzoso ya que no se les consultó a ellos en nada antes de tomar la decisión, fue causa de la muerte de un tercio de la población Sayisi Dene.  El gobierno federal de entonces no cumplió las promesas que les hizo a los Sayisi Dene de ayudarlos en forma suficiente para facilitar el traslado impuesto, el apoyo que les dio fue tan mínimo e insuficiente que se repitió el genocidio histórico que ha ilustrado a la colonización. En todos los medios de comunicación canadienses la noticia de la disculpa oficial del gobierno federal de Canadá y su indemnización a los Sayisi Dene por un monto de 33,6 millones de dólares canadienses fue notable, indemnización que los Sayisi Dene pueden utilizar en desarrollo económico de su comunidad, que desde 1973 han regresado a su lugar de origen en Little Duck Lake, ilustra una reacción clásica en este país: algunos canadienses no aborígenes no están de acuerdo en que se le paguen indemnizaciones a los aborígenes, otros lo ven como algo necesario para curar el pasado de opresión de la sociedad blanca sobre los grupos originarios de este país, y los menos están  de acuerdo en la necesidad de tomar responsabilidad por los abusos y crímenes del pasado pero entienden que se requieren cambios más radicales que ayuden a generar una sociedad libre de opresión, racismo, discriminación,  explotación o tendremos que pasar toda la vida disculpándonos de los atropellos que continuamos generando.

En septiembre del 2007, el gobierno de Canadá aceptó su responsabilidad y pidió disculpas, pagó indemnización a los niños y niñas aborígenes por la imposición vergonzosa, el abuso y el crimen que sufrieron en las Escuelas Residenciales Indias (internados) desde 1840 que, aunque administradas por las iglesias Anglicana, Prebisteriana, Baustista, Católica y la Iglesia Unida de Canadá, que fueron contratadas por el gobierno federal de entonces para reeducar a niños y niñas aborígenes sacados de sus comunidades a la fuerza para que atendieran estas escuelas donde se les prohibía el uso de su lengua materna (nativa) y sus costumbres culturales, se los separaba de sus familias y se los sometía a un genocidio cultural y a abuso emocional, y muchas veces físico y sexual, e incluso a asaltos que se transformaron en homicidios. Estos establecimientos llegaron a ser 80 en número para 1931, y por ellos pasaron más de 150.000 niños y niñas. Fueron finalmente clausurados en 1996 pero dejaron generaciones de aborígenes traumatizados y de familias aborígenes destruidas; muchos de estos niños y niñas fueron dañados para el resto de sus vidas.  El Papa Benedicto XVl se disculpó en el 2009 por el daño que su Iglesia Católica  causara a estos menores. En realidad los abusos han sido tan ofensivos y dolorosos que las disculpas y las indemnizaciones son solamente un primer paso en lidiar con ellos, no como muchos canadienses quieren creer una solución final y definitiva.  En realidad se requiere un cambio mucho más fundamental de actitud en occidente. Se trata de respetar a otros seres humanos con diferentes perspectivas,  conductas y creencias que las judeo-cristianas (que occidente favorece); de respetarlos también en su visibilidad cuando eligen vivir con perspectivas diferentes a la judeo-cristiana. La actitud de respeto tiene que incluir además varios ejes, lo que se entiende por cultura, lo que se entiende por estatus socio económico, lo que se entiende por sexualidad, lo que se entiende por género, todos los ejes en que los seres humanos explicitamos diversidad.

El sujeto colonizador ha también cambiado, y se sigue generando atropello y opresión no solamente a los pueblos aborígenes sino que a todos los que sufren explotación  y se les trata  con desprecio.  Desde hace 30 años ha emergido en Canadá un nuevo sujeto colonizador que son las compañías mineras canadienses; estas elevadas a casi santidad y alabadas por los medios de prensa en Canadá como “creadores” de oportunidades y riquezas. Los nuevos conquistadores son simplemente explotadores de recursos mineros en, principalmente, países del Tercer Mundo, muchos con altos índices de pobreza y de poblaciones aborígenes y campesinas dominadas por oligarquías nacionales focalizadas en su propio beneficio y que en nada respetan ni el bienestar de sus compatriotas ni la defensa del patrimonio nacional. Estas oligarquías simplemente favorecen la explotación que llevan a cabo estas corporaciones, las dejan libre de hacer lo que quieran con el lugar explotado y su gente y las eximen de toda responsabilidad por el daño que hacen. Canadá se ha convertido en el más importante centro de corporaciones mineras, el 75 por ciento de todas las compañías mineras del mundo tiene su base en Canadá; se trata de más de 1200 corporaciones que operan en 100 países, de estas 1200 solamente 60 tienen categoría de grandes, la mayoría explotan el mineral del oro, luego el cobre y el níquel. Los valores de estas compañías suman más 130.000 millones de dólares, internacionalmente tienen una propiedad del 90 por ciento de las minas explotadas, los principales países donde operan son México, Chile y Estados Unidos.

Las corporaciones colonizadoras mineras canadienses disfrutan no sólo de un amplio renombre en la sociedad canadiense, que algunos con absurdo patriotismo las entienden como muy valerosas, sino que también cuentan con apoyo tecnológico, excepciones de impuestos y regalías de parte del gobierno federal de Canadá y de los gobiernos provinciales canadiense. La mayoría de los gastos de relaciones públicas, la propaganda que las corporaciones hacen, las hacen a través de agencias estatales como CIDA y CIIEID y de Organizaciones No Gubernamentales, que contribuyen creando programas “sociales” y “educacionales” de corta duración y focalizados a mejorar la imagen de estas corporaciones en el Tercer Mundo donde operan, que de invasoras, depredadoras y usurpadoras pasan a verse como vehículos de progreso y creadoras de trabajo.  A pesar de la efectiva estrategia usada, han existido focos de resistencia al despojo, la explotación y la contaminación que estas empresas generan en varios países. Por ejemplo, en Guatemala en la mina de Marlín, donde hubo implicaciones de homicidios contra activistas dentro de territorios aborígenes, como también en Honduras, en el Valle de Siria, donde se han violado los derechos humanos y hay continuas amenazas de asesinatos contra activistas en defensa de la tierra.  En África los crímenes de las compañías mineras canadiense no ha sido poca cosa, por ejemplo una compañía canadiense que opera en Eritrea ha sido demandada en la corte suprema de la provincia de British Columbia (Canadá) por someter a tres personas a la esclavitud. En otra situación en R.D. del Congo, en la localidad de Kilwa un puerto usado por una compañía minera canadiense, el ejército congoleño en el 2004 fue llamado a contener una pequeña protesta en contra de la minera y esto resultó en una masacre, donde se empleó la ejecución, la tortura, numerosas violaciones y saqueos contra los habitantes de este pueblo, tanto que las Naciones Unidas concluyeron que el 70 por ciento de los habitantes del lugar fueron asesinados, y la compañía tuvo que reconocer haberle brindado apoyo logístico al ejército congoleño (con vehículos y aviones de transporte de su propiedad) para que este realizara la masacre, todo documentado por el CCIJ (Canadian Centre for International Justice).

Incluso en territorio canadiense, se hace evidente el colonialismo de las compañías mineras y de las compañías de la industria del petróleo y del gas, que violan territorios aborígenes y los tratan de comprar para realizar sus proyectos, lo que se ha convertido en una pesadilla para los pueblos aborígenes que enfrentan continuo hostigamiento de corporaciones que cuentan con el apoyo de las autoridades administrativas y políticas del país. Y a pesar de que aborígenes y otros activistas que solidarizan con ellos  han sufrido represión y cárcel, la lucha continúa. En realidad estas comunidades en lucha en Canadá están no sólo protegiendo sus tierras sino la salud del medio ambiente, lo que nos afecta a todos.  En Canadá las corporaciones también actúan de mala fe y gestionan en contra de los mismos trabajadores que hacen posible la explotación y producción de minerales –ver por ejemplo el artículo titulado “Canada´s Mining Industry and Popular Resistance” del Socialist Project  publicado por Global Research que muestra varios videos ilustrando  esta situación.

Los primeros conquistadores en América tenían que pagar tributos, o parte de lo que saqueaban, a la Corona pero los conquistadores de hoy, por ejemplo las mineras canadienses, se lo llevan todo, no sólo no contribuyen nada al estado ni a la sociedad canadiense sino que por el contrario estas las subvencionan, o sea que nos quitan. Han pasado cientos de años en que los agresores y ricos occidentales  se han beneficiados de las conquistas, aunque estas han implicado genocidio, opresión y explotación contra pueblos aborígenes u originarios y contra trabajadores. Pero, en el transcurso de todo este tiempo la mentalidad de los conquistadores convertidos en corporaciones no ha cambiado, su desprecio por la vida y el medio ambiente es el mismo.  Durante un período del siglo 20, los movimientos  sindicales, políticos y revolucionarios pusieron en alerta a los conquistadores del mundo de que no podían siempre imponerse por la fuerza. En el siglo 21, sin embargo, los conquistadores se sienten nuevamente libres de ejercer su oficio y de hacerlo sin que nadie los responsabilice, o los haga pagar, por sus abusos. Se demuestra claramente que el avance civilizatorio no aplica a ellos.

 

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