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Cambio de folio generacional. Un mundo nuevo aparece en lontananza

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El presente nos pertenece a todos, pero el futuro es propiedad exclusiva de quienes tienen aún largas décadas por vivir. Ellos son quienes construyen un mundo nuevo.

Arturo Alejandro Muñoz

Una frase escrita por el periodista y analista político  Mirko Macari quedó  revoloteando en mi cabeza, y ya que me ha parecido prudente garrapatear algunas líneas al respecto, viene en mi ayuda un antiguo artículo que escribí el año 2013 basándome en el trabajo literario del escritor y periodista español, Vicente Verdú. 

El  libro en cuestión –por si a alguien se le antoja leerlo (lo cual le haría muy bien, sin duda)- se titula “Yo y tú, objetos de lujo. El personismo, la primera revolución cultural del siglo XXI”. Este trabajo, Verdú lo dedicó a los críticos de la actualidad (donde quiera que se encuentren), y  pareciera apuntar con esmerada intención a aquellos iconoclastas del arte y la cultura moderna que habitan en países hispano parlantes.

Pero, ¿cuál fue la frase de Mirko Macari que tanto efecto ha causado a mi inveterada costumbre cartesiana de poner todo en duda? El periodista y analista político escribió lo siguiente en su cuenta de twitter: “Irrumpe una generación a la que ya no le hace sentido ningún tipo de autoridad tradicional…. no es el fin del mundo, es el comienzo de uno nuevo”.

Nosotros, los de la generación castrada –aquella degollada por las bayonetas del ’73- , junto con la que estudió y creció luchando en plena dictadura, hemos llegado a las fronteras de nuestras ilusiones, al borde último de nuestra concepción de mundo. Ya nada nuevo logramos ofrecer a la generación actual, sino sólo más de lo mismo, tal vez con una mejor envoltura, pero en estricto rigor lo mismo de siempre. Quizás, los valores que hemos defendido ardorosamente sean lo único rescatable en esencia, aunque ni siquiera eso podemos dar por sentado ya que –hasta este momento (todo puede cambiar, es cierto)- la mayor parte de las nuevas generaciones muestran desinterés en los procesos de elección de autoridades. Y mi generación fue la que luchó con dientes y uñas para recuperar ese inalienable derecho a la libertad de opinión y de elección.  

Es el comienzo de un mundo nuevo, escribió Macari, y concuerdo plenamente con su aseveración. Habrá nuevas reglas y nuevos parámetros, diferentes a los que erigimos a lo largo de nuestras vidas. El consumismo y el individualismo impusieron su marca, de ello no hay duda; pero en absoluto significa que la juventud actual sea peor que la de ayer. Los tiempos son los distintos, y aunque duela decirlo, el futuro pertenece a las nuevas generaciones, no a la nuestra.

Dice Verdú: “la sociedad de consumo tiene, como misión, proveer placeres sin tregua, y como destino, la diversión hasta morir”. En realidad, la nueva generación no es hija de la penitencia en el trabajo ni en el amor casi filial a la empresa en la cual se labora. Ya no hay amores como los de ayer en esas materias. Los jóvenes ingresan  a un lugar de trabajo principalmente para acceder a dinero que les permita formar parte de la gran tropa del consumismo y de aquella ‘diversión hasta morir’…y también abandonan la empresa con facilidad, siempre en procura de otro lugar donde el  dinero sea mayor y mejor. Así no es posible construir amores como hacían las generaciones precedentes. Consumir, viajar, divertirse sin tregua, liberarse de trabas legales para alivianar al máximo posible la carga que les corresponde llevar (por ello, la institución ‘matrimonio’ no es abrazada por los jóvenes quienes, en su mayoría, optan por amores sin papelería presente)…esa es la realidad que impone sus términos en este siglo veintiuno.

Nosotros, los de ayer, procedemos de una cultura bibliográfica y fuimos educados por una especie de “cultura-culta” basada en los códigos escritos, en el pensamiento profundo. Crecimos a través de la página impresa, e incluso lo que ayer eran para nosotros, los ‘viejos’, meros medios de comunicación que a la vez servían como ‘divertimento’ (radio y televisión),  para la actual generación constituyen verdaderos graneros proveedores  de cultura.

El presente nos pertenece a todos, pero el futuro es propiedad exclusiva de quienes tienen aún largas décadas por vivir. Ellos son quienes construyen un mundo nuevo. El nuestro les ofrece poco de aquí en más. Ya les hizo entrega de todo lo que tenía  construido y al parecer fue insuficiente, por ello nuestros jóvenes están mezclando su propia argamasa para edificar uno nuevo. ¿Mejor?, ¿peor? No, sólo distinto. No es el fin del mundo, se trata sólo de un cambio de estructuras.

Las “instituciones que funcionan” no cautivaron a la generación actual, y ni siquiera le sirvieron bien. Todas ellas están bajo severo cuestionamiento, incluyendo iglesias, fuerzas amadas, prensa, policías y poderes del estado. Además, aunque nos duela a los de ayer,  no debemos olvidar que fuimos nosotros quienes permitimos –por miedo o por comodidad- que se estructurara esta tragicomedia neoliberal que asfixia a la sociedad civil manteniéndola inmovilizada durante cuatro décadas.

El tipo de autoridad tradicional no le mueve un pelo a los jóvenes; ellos no la califican como modelo de nada, tampoco les hace sentido ni les obliga siquiera a concederle un mínimo de respeto. Ejemplos abundan. ¿Cuántos alcaldes –primeras ‘autoridades’ comunales- son vulgares caudillejos protegidos por un determinado partido político?  Para los jóvenes de hoy, ellos –ediles y partidos políticos- no son autoridad de nada, ni menos aún ejemplos a seguir. No se sienten motivados para concurrir a las mesas de sufragios y entregarles poder a quienes consideran verdaderos esperpentos dueños de trucherías y corruptelas. Tal vez sin proponérselo, dejaron que nuestro modelo de sociedad se pudriera sin necesidad de intervenciones externas para tal efecto. Así ocurrió.

Entonces, deciden ahora construir un mundo nuevo. ¿Partir de cero y la hoja en blanco? Por supuesto que no; hay cuestiones –pocas, pero sólidas- que siempre seguirán constituyendo soporte para el desarrollo humano, como la justicia social y la solidaridad, las que  deben formar parte de toda hoja de ruta. En ella escribirán y moldearán su futuro.

A estas alturas de los acontecimientos, cuando el cambio ya cobra forma y cuerpo, las estructuras otrora emblemáticas del mundo viejo agonizan, pues si en el pasado sirvieron para algo, se fueron pudriendo en el largo transitar de la joda corrupta y del totalitarismo que permiten las armas y el dinero en exceso.  Por ahí deberá transitar el cambio y la construcción de un mundo nuevo. ¿Lo logrará esta actual generación? 

 

 

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