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BAKUNIN DESDE LA REVOLUCIÓN DE 1848

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Pepe Gutiérrez-Álvarez

En algunas historias del socialismo, Bakunin figura entre los socialistas del 48, una generación intermedia entre la más utópica (que confiaba en haber encontrado la fórmula social ideal) y el marxismo (que ofrecía un análisis de la naturaleza del capitalismo y de historia sin establecer un criterio de antemano que no fuese el que determinaron los propios trabajadores como sucedió en la comuna)

Lo cierto es que intervino “como un Diablo” en la revolución de febrero de 1848 en París. Escribe sobre ella que nunca había visto «tan noble abnegación, tan emocionante sentido del honor, tan natural delicadeza en la conducta, tan amistosa jovialidad, unido todo ello en tanto heroísmo, como en aquellos trabajadores incultos».

En abril, se encuentra en las barricadas de Berlín, donde proclamará: «Nuestro estado de ánimo era tal, que sí alguien nos hubiese anunciado que Dios había sido expulsado del cielo y proclamado la República allí arriba, le hubiéramos creído a pies juntillas y a ninguno le hubiera sorprendido tan fabulosa noticia». En la lucha se relaciona con los conspiradores que preparan la insurrección polaca.

De mayo a junio, se haya en Praga asistiendo al Congreso paneslavo, representando en su seno la democracia extrema. Cree que «la nueva vida –de los pueblos eslavos– debía de estar basada en los tres principios: igualdad para «todos, libertad para todas y amor fraterno entre todos», y que, «la nueva política no habrá de ser una política estatal, sino una política del pueblo, de los individuos libres e individuos libres e independientes». En esta época. Bakunin hace su famoso Llamamiento a los eslavos, del que Carr hace la siguiente síntesis:

Primero: la burguesía se había revelado como una fuerza contrarrevolucionaria, por lo que en adelante había que cifrar las esperanzas en la clase trabajadora.

Segundo: la condición fundamental de la revolución era la destrucción del Imperio austríaco y la subsiguiente instauración en la Europa central y oriental de una federación de repúblicas eslavas libres.

Tercero: el campesinado y particularmente el campesinado ruso, estaba llamado a ser la fuerza decisiva que determinaría el éxito final de la revolución».

Ya en 1849, interviene en la revolución de mayo en Dresde, junto con el músico Richard Wagner, siendo apresado cuando el movimiento empezó a declinar, conexión recogida en algunos “biopic” cinematográfico sobre el músico. Este acabó siendo el «último acto» de la «primavera de los pueblos», y después vendrá un profundo reflujo. Bakunin, en manos de la policía austríaca, es, a instancias del gobierno zarista, expatriado a Rusia y encerrado en las mazmorras a Pedro y Pablo donde muchos revolucionarios antes y después suyo se pudrieron en las más abyectos condiciones. El mismo contará que se repetía una versión del mito de Prometeo, en la que el titán bienhechor de los hambres, estaba atado por orden del Zar en una roca del Cáucaso. Poco a poco vio decrecer su extraordinaria vitalidad y desesperó. A los apremios de su madre, el Zar responde que nunca conocerá la libertad en vida y las amnistías pasan una tras otras. Entonces aparece la pe¬tición de clemencia en forma de una «confesión» de arrepentimiento.

Para Bakunin (que se niega a informar sobre sus colaboradores), se trata de una posibilidad de escapar, y no duda en¡ que el medio, aunque íntimamente le pueda parecer humillante, está justificado. Posteriormente, en medio de la lucha política, algunos adversarios se le echarán en cara innoblemente porque se trataba de un ejercicio posibilista para sobrevivir y continuar su lucha.

A pesar de sus rogativas, el Zar no ve arrepentimiento alguno y se niega. Su sucesor no será menos inflexible, pero la insistente presión de su familia consigue, finalmente, que Bakunin sea deportado a la Siberia bajo la responsabilidad de un militar pariente suyo. Allí podrá respirar de nuevo cuando se encontraba al final de sus fuerzas. En el destierro se prenda de la hija de unos humildes polacos que alterna y se casa con ella. Su nombre era Antonia Kviatkuska y será la única mujer con la que Bakunin compartirá sus avatares. Se fuga en 1861 y recorre un periplo que va desde Siberia al Japón, y desde allí hasta Norteamérica hasta aparecer en 1862 en la mansión de Herzen en Londres. Inicia entonces una nueva etapa de su lucha política que le lleva, primero a romper con el nacionalismo democrático eslavo y, después, con la democracia pequeño burguesa socializante. En un primer momento trabaja con Herzen y Ogarev en la redacción de La campana, pero busca nuevos caminos. En enero de 1863 estalla la insurrección polaca y Bakunin se pone a su servicio. Entre en contradicción con la moderación del Comité Nacional patriota y establece relaciones con el general Mieroslawsky. El movimiento fracasa, y Bakunin atribuye la responsabilidad a la aristocracia.

En 1864 se instala en Italia y conecta con la extrema izquierda de este país. Su sueño entonces es formar una «sociedad secreta internacional socialista y revolucionaria» y trata de hacer un trabajo de captación en el seno de la masonería.

En 1866 redacta el Catecismo revolucionario en el que la influencia anarquista es ya clara. En sus frases finales se puede leer: «Los objetivos de la revolución democrático social pueden definirse en pocas palabras. Políticamente, la abolición del derecho histórico, del derecho de conquista y del derecho diplomático, la emancipación total de los individuos y las asociaciones del yugo de la autoridad divina y humana. La destrucción absoluta de todas las uniones y aglomeraciones forzadas de las comunas en las provincias, y de las provincias y países conquistados en el Estado.

Finalmente, la disolución radical del Estado centralista, tutelar, autoritario, con todas sus instituciones militares, burocráticas, gubernamentales, administrativas, judiciales y civiles. En una palabra, la devolución de la libertad a todo el mundo, a los individuos y a las corporaciones colectivas, asociaciones, comunas, provincias, regiones y naciones y la garantía mutua de esta libertad a través de la federación». Durante cierto tiempo trata de ganar a la Liga de la Paz y la Libertad (en la que se encuentran personalidades como Victor Hugo, Herzen, Stuart Mill, Garibaldi), y en su primera alocución brinda por ella porque mediante «la aplicación y desarrollo de sus principios y, de la hermandad de los republicanos dispersos en todo el mundo, precipitaran la instauración de la verdadera democracia por medio del federalismo, del socialismo, del ateísmo» , pero resulta evidente que estos deseos determinados miembros de la Liga (Reclús, Rey, Keller, Fanelli), y formar un nuevo grupo: la Alianza Socialista y Democrática, que se delimita de las demás corrientes socialistas por su total oposición al Estado y a la Iglesia.

La primera organización anarquista de la historia.

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