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Auge y caída de las salitreras chilenas, una saga increíble

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Arturo Alejandro Muñoz

PRESENTACIÓN

Nuestra historia se desarrolla en gran parte del Desierto de Atacama, el lugar más árido del planeta, ubicado en la zona norte de Chile, específicamente en las actuales regiones de Tarapacá y Antofagasta.

Sobre esta zona, dice Wikipedia:

<<El desierto de Atacama es el «lugar no polar más árido de la Tierra».​ Se extiende en el Norte Grande de Chile, abarcando las regiones de Arica y ParinacotaTarapacáAntofagastaAtacama y el norte de la región de Coquimbo; cubre una superficie aproximada de 105 000 km. ​ Tiene una longitud de casi 1600 km y un ancho máximo de 180 km. ​ Está delimitado por el océano Pacífico al oeste y por la cordillera de los Andes al este.

<<Esta eco región es rica en recursos minerales metálicos —como cobre (Chile es el mayor productor del mundo y cuenta con el 28 % de las reservas mundiales), ​ hierrooro y plata—  y no metálicos,  entre los que destacan importantes depósitos de borolitio (Chile cuenta con el 39 % de las reservas sudamericanas),​ nitrato de sodio y sales de potasio.

<<Además, es el lugar con mayor radiación solar del planeta, superando los siete kilovatios hora por metro cuadrado. Por ende, es ni más ni menos, el  «lugar con mayor potencial de energía solar de todo el mundo»>>

Pues bien, allí se encontraba (y se encuentra aún) el salitre, el que se obtiene mediante la refinación del caliche, una sal en forma de costra que abunda en la zona y se extiende por gran parte del desierto nortino. Como es sabido, el salitre natural es un poderoso fertilizante y también  es usado para la fabricación de explosivos.

Desde 1880 hasta 1930 se desarrolló en Chile uno de los procesos económicos, sociales y políticos más trascendentes de su historia nacional: «el ciclo salitrero”. Durante dicho período, en el que la economía del país se estructuró en base al llamado «oro blanco», miles de hombres y mujeres debieron no sólo adaptarse a las complejas condiciones laborales propias de la minería del salitre, sino también a la vida cotidiana en el desierto más seco del mundo. Se formó así entre los puertos Pisagua y Taltal una particular sociedad pluriétnica, sustentada por una lógica del trabajo y la solidaridad, y determinada en sus hábitos por el espacio vital del campamento minero..

En el mes de abril del año 1879 se inició la sangrienta Guerra del Pacífico (o Guerra del Salitre), que enfrentó  a Chile contra la alianza de Perú y Bolivia, países estos  últimos que, hasta ese entonces, eran dueños de las provincias de Tarapacá y Antofagasta. La conflagración –considerada la más sangrienta habida en la Historia de Sudamérica- concluyó con el  triunfo  de las armas chilenas, que exigieron como pago la entrega a perpetuidad de las dos provincias mencionadas. En ellas se encontraban los extensos y ricos mantos salitreros.

Terminado el conflicto bélico, el gobierno chileno decidió sentar rápida soberanía en los territorios recién conquistados. Muchos hombres de empresa –nacionales y extranjeros-  trasladaron su interés industrial y comercial a Antofagasta, Iquique, Calama, Pisagua y Taltal. La guerra había detenido las faenas salitreras durante cuatro largos años, por lo que era un imperativo ponerlas en marcha nuevamente. Empresarios españoles, ingleses y chilenos  obtuvieron del gobierno en Santiago los permisos y acreditaciones pertinentes para agenciarse una o más oficinas salitreras y comenzar a trabajar. Pero, ello requería de mano de obra, de mucha mano de obra, entonces nació el “enganche”.

EL ENGANCHE

La guerra había despoblado el desierto, sin duda. Los miles de soldados ya no estaban en esa zona pues habían  regresado a sus hogares, ubicados en los  campos y pueblos de las zonas centro y sur de Chile. ¿Qué hacer para conseguir trabajadores? Los empresarios  y el gobierno idearon una forma que les dio pleno resultado, una fórmula que por cierto descansaba sobre un engaño, aprovechad la cesantía existente y los bajos salarios que en ese entonces se pagaban en Chile, especialmente en las zonas rurales y campesinas. .

Agentes de las oficinas salitreras viajaban al sur del país y recorrían campos y pueblos ofreciendo trabajo “muy rentable” en el norte desértico. La oferta era atractiva. El trabajador podía llevar a su familia e instalarse en una oficina salitrera, o en un campamento minero, durante un período que se determinaba de común acuerdo en el contrato ‘legal’ (generalmente el período era de diez años, como mínimo)..

Una vez firmado el documento, el trabajador y su esposa e hijos eran subidos al tren que les conducía hasta Valparaíso donde se les embarcaba rumbo al norte a Antofagasta. Desde allí, en carretas, eran trasladados a la oficina salitrera pertinente.

En las alturas de la pampa salitrera, aislado y alejado de las ciudades, sometido al arbitrio de los patrones y atado ‘legalmente’ por un contrato que le obligaba a trabajar allí durante el tiempo acordado al momento de la firma, el obrero salitrero se percataba que ese sería su mundo y su paisaje, sin posibilidad alguna de escapar, ya que un contrato lo detenía, los capataces eran bravos, montaban caballos y manejaban escopetas…y además, escapar de una oficina en ubicada en pleno desierto era obtener pasaje a la muerte por deshidratación …o por congelamiento. En el desierto de Atacama la temperatura en el día,  a pleno sol,  la puede sobrepasar los cuarenta grados,  y en la noche descender a dos y tres grados bajo cero. ¿Y escapar a dónde? La ciudad más cercana se encontraba a cien kilómetros de distancia.

Por otra parte, en el desierto se pierden los puntos cardinales. Y se pierde también  el fugitivo…se “empampa”, según la jerga de esa época, ya que transitar la huella que usaan carretas y jinetes significaba ser detenido de inmediato, con las sanciones y castigos fáciles de imaginar. Los fugitivos estaban  obligados a utilizar  rutas desconocidas, las que siempre resultaban mortales, las que siempre “empampaban”. Era el cobro de la pampa nortina a aquellos que desafiaban el poder y el orden impuesto por los empresarios salitreros.  

LAS PULPERÍAS Y LAS FICHAS

Las condiciones de aislamiento de las oficinas salitreras permitía que cada una de ellas fuera una población, en la que todo, alojamiento, suministro de agua y de alimentos, dependía de la empresa. En particular, especialmente entre 1880 y 1920, el pago de los salarios se realizó en una gran proporción mediante fichas, las que solamente tenían validez en la tienda de la empresa, llamada Pulpería, pues esas empresas no utilizaban  moneda de curso legal ni permitían la existencia de comercio que no perteneciese a la misma empresa. Esas fichas salitreras, de las que se conocen más de 2.000 diferentes, constituyen uno de los conjuntos de numismática minera más interesantes a escala mundial.

Mediante el sistema de fichas las compañías ataban a sus trabajadores hasta extremos increíbles. Algunas por ejemplo, representaban una suerte de vale que sólo podía cambiarse por mercaderías y sólo eran válidas  en las pulperías de las mismas empresas. Era dinero circulante, que, en cambio, no era aceptado por ninguna entidad bancaria ni comercio ubicado en las ciudades, e incluso el estado chileno tampoco las consideraba legalmente válidas. Estas fichas tenían poder adquisitivo solamente dentro de los límites de la Oficina, situación que obligaba a los trabajadores a pagar precios abusivos por los artículos de consumo diario, mientras que la Compañía, por su parte, se beneficiaba en todos los frentes.

 

LA VIDA EN UNA SALITRERA

Sobre el sistema de vida que llevaban los trabajadores de las oficinas salitreras, el Museo de Antofagasta, en su página web museodeantofagasta.gob cl, nos relata lo siguiente:

Miles de familias viajaron a la pampa del desierto de Atacama desde el centro y sur de Chile, Perú, Bolivia, Europa y Estados Unidos, para trabajar y vivir en las oficinas salitreras. El carácter inhóspito, seco y desolado del territorio contribuyó a crear una cultura del salitre, caracterizada por su compañerismo y autonomía.

Incluso, nació una jerga relacionada a la faena del caliche. De allí provienen términos como la choca, utilizado por los obreros salitreros para referirse a la hora de tomar té, en alusión al «jarro choquero», fabricado completamente en lata. Éste y otros objetos del salitre se exhiben el Museo de Antofagasta.

La vida de los trabajadores pampinos era difícil. Hasta la década de 1920, el obrero estuvo desamparado jurídicamente frente al arbitrio de las empresas salitreras.

El trabajo era arduo, las faenas comenzaban desde la salida del sol, y duraban más de 12 horas.

La comisión parlamentaria encargada de estudiar las necesidades de las provincias de Tarapacá y Antofagasta definió y describió de esta manera a los campamentos pampinos:

«Llamase campamentos los grupos de habitaciones obreras construidas en un solo frente de más menos 100 metros de extensión, con un fondo de 12 a 15 metros de amplitud. Cuando se destinan a obreros casados o que mantienen una familia, cada una de estas habitaciones consta de dos piezas pequeñas y un estrecho patio trasero, en una superficie cerrada de 4 a 5 metros de frente por 12 o 10 de fondo. Cuando se destinan a obreros solteros, la habitación consta de una sola pieza de 10 a 15 metros de superficie, sin más comunicación exterior que la pequeña puerta de entrada, sin ventana, sin patio, y frecuentemente habitada por dos o más obreros en común» (Congreso Nacional, 1913: p.223).

Las habitaciones de los trabajadores eran indecorosas, especialmente las oficinas más antiguas, ya que no contaban con servicios higiénicos. Eran estrechas y construidas con material extraído de la pampa: caliche, calamina o madera.

Los salarios se pagaban con fichas, que sólo podían ser cobradas en las pulperías creadas dentro de las mismas oficinas salitreras, por lo que éstas controlaban los productos y precios que se vendían.

El emplazamiento de las oficinas salitreras provocó que fueran unas verdaderas «mini ciudades» o enclaves industriales.

«Así en un mundo construido de la nada, el campamento contó con gran parte de los servicios mínimos para la subsistencia: habitaciones, servicios higiénicos, pulpería, escuela y otros elementos básicos para el desempeño de la vida cotidiana» (Henríquez: 1998, p.47)

Las oficinas que tenían el Sistema Shanks, sólo contaron con algunos servicios para los trabajadores. En cambio, con el moderno Sistema Guggenheim, las salitreras transformaron el paisaje, creando una serie de edificios públicos, que estimulaban la vida pampina: escuelas, mercado, gimnasio, teatro, policlínico, entre otros.

El estado de abandono de los obreros salitreros recién comenzó a cambiar a inicios del siglo XX, producto de las grandes huelgas de trabajadores en toda la pampa. Su actuar motivo la dictación de las primeras leyes sociales y del Código del Trabajo en 1931.

LAS GRANDES HUELGAS, LAS MATANZAS

A finales del siglo XIX comenzaron los  primeros movimientos de protesta al interior de Campamentos y Oficinas. Exigían el término del sistema de fichas y mejoras concretas en las condiciones de seguridad laboral, aí como mejorías también en las casas que utilizaban los obreros y sus familias. Por cierto, fueron reprimidos con dureza por parte de quienes administraban las empresas.

No obstante, hubo algunos de esos movimientos que superaron con largueza el espacio propio de una oficina y de un campamento, como ocurrió, por ejemplo, con la gran marcha y huelga de 1907, cuando una columna de más de dos mil obreros – entre ellos había también trabajadores peruanos, bolivianos y argentinos- junto a sus familias, hartos de las malas condiciones de trabajo, marchó a Iquique para exigir mejoras salariales y laborales. Caminaron con la firme decisión de permanecer en la ciudad hasta que las compañías salitreras – de capitales ingleses- dieran respuesta a sus peticiones.

Muchos gremios de Iquique se sumaron al movimiento huelguístico. Todos los cantones salitreros fueron al paro y, periódicamente, cientos de mineros llegaban a la ciudad. Los huelguistas oscilaban entre 15 mil a 23 mil personas, lo que implicó que tanto las actividades del puerto, como la producción minera de toda la región, quedaran paralizadas por completo.

El rechazo de las compañías a negociar mientras los mineros no volvieran al trabajo en las alturas de la pampa (1.000 m.s.n.m aproximadamente) , hizo que la intervención del Estado fuera violenta en extremo. El intendente iquiqueño, Carlos Eastman, decretó restricciones a la libertad de tránsito y ordenó a los mineros y sus familias a abandonar Iquique el 21 de diciembre, amenazando con aplicar la fuerza de ser necesario. El gobierno del presidente Pedro Montt, desde Santiago,  ya había lanzado la misma advertencia  apostando en el puerto iquiqueño una numerosa tropa de línea y tres buques de guerra.

Ante la negativa de los huelguistas a desalojar la Escuela Santa María, en donde permanecían desde hacía una semana, el 21 de diciembre de 1907, el general Roberto Silva Renard ordenó a sus tropas abrir fuego en contra de la multitud. Más de 2.000 personas (obreros y sus familias) fueron asesinadas, a  los sobrevivientes se les envió de regreso a las oficinas salitreras en la pampa, y otros muchos fueron subidos a un barco rumbo a Valparaíso.

¿UN ESTADO DENTRO DEL ESTADO?

La industria del salitre fue la principal actividad económica de Chile entre 1880 y 1930. Tras la Guerra del Pacífico, el Estado anexó los territorios de Tarapacá (Perú) y Antofagasta (Bolivia) donde se encontraban las reservas más grandes de este mineral. Durante ese período su explotación pasó por diferentes etapas donde fue de gran importancia la inversión extranjera, la innovación tecnológica y la migración de mano de obra chilena y extranjera.

El Estado chileno resolvió dejar en manos privadas la explotación del salitre, pero aplicó un elevado impuesto a la exportación, generando grandes recursos para las arcas fiscales. En un comienzo, los capitales que predominaron fueron chilenos y peruanos, pero luego, se incorporaron capitales alemanes, italianos, franceses, españoles y croatas.

Sin embargo, los empresarios que lograron dominar la industria salitrera fueron mayoritariamente ingleses. De hecho, uno de los empresarios más importantes, John Thomas North, que fue conocido en esta época como el «Rey del Salitre», era ciudadano inglés. Esos empresarios eran poderosos y ejercían enorme influencia sobre el débil gobierno chileno desea época. La dura verdad señala que esos empresarios (ingleses y españoles, en la mayoría de los casos) ejercían fuerte influencia sobre los tres poderes del estado, preferentemente sobre el ejecutivo y el legislativo.

Fue así que John North, el ‘rey del salitre’, no tuvo inconvenientes para declararse  enemigo oficial y absoluto del presidente chileno José Manuel Balmaceda, debido a que este procuraba tener mayor control sobre el salitre, su producción y venta, ya que su gobierno se encontraba realizando grandes avances en obras públicas en beneficio de la conectividad y desarrollo tecnológico del país, para lo cual requería nuevos fuentes de financiamiento, siendo el salitre quien mejor podía aportar de manera contundente en ello.

Actuando a placer, como si fuese un Estado dentro de otro Estado, North logró que un amplio sector del Parlamento se declarara que el presidente Balmaceda era un tirano y debía renunciar. En este intríngulis, los revolucionarios contaban con el decidido apoyo de la Armada, mientras el presidente era apoyado por el Ejército.

John North, los empresarios salitreros, los parlamentarios y los marinos sublevados, consiguieron sus propósitos. Así comenzó la cruenta guerra civil el año 1891, que terminó  con el triunfo de la Armada (el Ejército fue derrotado completamente) y con el suicidio del presidente Balmaceda.

FIN DEL “CICLO SALITRERO”

Durante la Primera Guerra Mundial, Alemania logró producir salitre sintético, elemento vital para proseguir la guerra, lo que determinó la decadencia del nitrato natural.

Chile, gran exportador, se vio obligado a disminuir su producción y en pocos años se produjo el cierre paulatino de las oficinas salitreras.

El cierre de las salitreras provocó una grave cesantía, un deterioro de los recursos económicos de los grupos más pudientes, y sobre todo del Estado, el que debió paliar con ayuda alimenticia y habitacional a la masa de mineros cesantes que emigraron hasta el centro del país.

Producto de esa emigración nacieron en las ciudades los conventillos y los cités, donde vivían agrupados y hacinados los cesantes llegados del norte.

De todos modos, terminada la Primera Guerra Mundial, los ingleses consideraron necesario asegurar la venta de salitre para sus empresas, reuniéndose en un grupo para establecer un único comprador de salitre a Chile. Los productores chilenos, a su vez,  respondieron de igual forma. Había comenzado la Crisis del Salitre.

Fue así que los esfuerzos realizados no sirvieron de mucho, pues la crisis de todas formas golpeó la zona y gran cantidad de oficinas comenzaron a cerrar. Para 1920 los altos costos de producción habían hecho colapsar a gran parte de la Pampa salitrera.

La aparición del salitre sintético en el mercado internacional y la falta de preparación técnica de las industrias salitreras chilenas provocaron una grave crisis en la producción. En 1929, el colapso el sistema financiero mundial implicó una caída en sus ventas que demostró las limitaciones del modelo primario de exportaciones.

El “Ciclo Salitrero” había terminado..

OFICINAS SALITRERAS MÁS CONOCIDAS

Las oficinas más conocidas son las de Humberstone y Santa Laura en la Región de Tarapacá, que desde 2004 son Patrimonio de la Humanidad. Y Chacabuco, Pedro de Valdivia y María Elena en la Región de Antofagasta, siendo María Elena la única oficina salitrera en funcionamiento.

Algunas oficinas llegaron incluso a contar con una Escuela, un pequeño hospital, un Teatro y Gimnasio para practicar deportes. Humberstone se destacó con   en esos aspectos. No fue la única, por cierto.

Entre muchas otras oficinas que poblaban la pampa salitrera, estaban: San Gregorio, Avanzada, Candelaria, Santa Laura, Perseverancia, Domeyko, Jaspampa, Zapiga, Negreiros, Ramírez, Paposo, Esmeralda, San Gregorio, Alianza, San Pablo, Argentina, Dolores, etc., etc. Oportuno es señalar que entre 1880 y 1930 hubo más de 160 oficinas salitreras en el árido norte chileno, y allí se concentró también, en esa época, la mayor masa obrera del país.

 

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