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Argentina – Dos décadas de movimiento piquetero

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Pariendo nuevas relaciones sociales

Dos décadas de movimiento piquetero

Raúl Zibechi

Brecha, 22-9-2017

http://brecha.com.uy/

La energía social no se evapora. Suele transmutarse y convertirse en algo diferente a lo que supo ser. Tras dos décadas, el movimiento piquetero ha mutado en una infinidad de iniciativas: centros sociales y culturales, espacios educativos y de formación, empresas recuperadas y emprendimientos productivos. Una parte de los que siguen siendo pobres, uno de cada tres argentinos, engrosa la llamada economía popular.

El 12 de abril de 1997 una joven de 25 años fue muerta por disparos de la policía durante la segunda pueblada en Cutral Có, durante una movilización de docentes. La pequeña ciudad fue escenario de las primeras protestas masivas por la privatización de las empresas públicas de petróleo y gas natural, Ypf y Gas del Estado, que generó un estado de pobreza y desocupación masivas.

Con poco más de 45 mil habitantes, Cutral Có y Plaza Huincul forman un conglomerado urbano en la provincia patagónica de Neuquén. La región desértica atrajo a miles de trabajadores de todo el país por el empleo que ofrecía la explotación de los yacimientos petrolíferos, los buenos sueldos que pagaba la estatal y las bonificaciones de hasta un 20 por ciento por tratarse de una “zona desfavorable”.

Cuando el gobierno de Carlos Menem decidió privatizar Ypf, en 1993, en medio de la algarabía del Consenso de Washington, los sueños de tres generaciones se convirtieron en pesadillas. Los desocupados comenzaron a organizarse como “fogoneros”, nombre que luego daría paso al más permanente de piqueteros.

Aquel 12 de abril cortaban la ruta 17. Cuando llegó la policía los vecinos salieron masivamente a las calles y los gendarmes tuvieron que replegarse entre insultos y pedreas. Hubo enfrentamientos cuerpo a cuerpo, 13 manifestantes heridos y una empleada doméstica que cruzaba la calle, de nombre Teresa Rodríguez, abatida por un proyectil. Su nombre se convirtió pronto en emblema de un movimiento que estaba llamado a cambiar el mapa político del país al hundirse el modelo neoliberal.

Los años siguientes fueron testigos de la masificación de un nuevo movimiento integrado por desocupados, que fue creciendo de modo exponencial desde las pequeñas ciudades del interior hasta Buenos Aires, donde la desindustrialización había dejado un tendal de familias destrozadas. El movimiento piquetero hizo historia. Entre 1997 y 2002 provocó puebladas y levantamientos en varias ciudades, y tuvo su pico en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 que forzaron la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, provocando la crisis institucional más profunda de la historia argentina.

Con los años el movimiento piquetero se convirtió en un actor político-social de primer orden, llegó a controlar 200 mil planes sociales y vastos territorios de las periferias urbanas, sobre todo en el conurbano de Buenos Aires. En los años siguientes la mayoría de los movimientos se plegaron a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, algunos de sus militantes incluso obtuvieron cargos en ministerios. Otros se convirtieron en partidos electorales con muy baja adhesión en votos, y unos pocos siguen en los territorios contra viento y marea.

Cuestión de números

No existe un censo, ni siquiera una cartografía, que consiga abarcar el inmenso continente de las iniciativas que pueden considerarse herederas del movimiento piquetero. Una de ellas, de las más potentes, por cierto, surgió una década después de las jornadas de diciembre de 2001 bajo el nombre de Movimiento de Trabajadores Excluidos. Ha puesto en pie 300 cooperativas con autonomía organizativa y financiera, más otros 300 talleres, merenderos y comedores. Suma 2 mil militantes y unos 25 mil adherentes a las cooperativas y grupos rurales.

En paralelo, en todo el país hay 400 fábricas recuperadas gestionadas por sus obreros y obreras, que crecieron de forma constante durante la década de ascenso exponencial del Pbi. Funcionan 100 bachilleratos populares donde varios miles de adultos de los sectores populares terminan el secundario. Son alrededor de 16 mil asociaciones comunitarias y emprendimientos productivos. El último censo de las revistas culturales, autogestionadas e independientes, agrupadas en Arecsia, reveló que casi 200 publicaciones tienen 5 millones de lectores, un 15 por ciento de la población argentina.

En 2011 una infinidad de emprendimientos de base crearon la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep), que cuenta con más de 250 mil afiliados, tiene una fuerte incidencia en la política social e interactúa con el Ministerio de Desarrollo Social para obtener salarios sociales y otros beneficios para sus cooperativas y microempresas.

Uno de los referentes de esta corriente, Juan Grabois, sostiene que “la Ctep es una especie de Cgt de los excluidos”. Mientras la central sindical agrupa a trabajadores con patrón, “nosotros agrupamos a los que trabajan por cuenta propia” (véase entrevista). Sería algo así como el sindicato de los excluidos del mercado formal de trabajo: cartoneros, campesinos, artesanos, vendedores ambulantes, feriantes, motoqueros, cooperativistas, microemprendedores y obreros de empresas recuperadas.

Grabois tiene buenas relaciones con el kirchnerismo, aunque nunca se ha alineado, cuenta con el favor del papa Francisco, que simpatiza con la Ctep, y analiza la década progresista: “La cuestión es que para los años 2010, 2011, Argentina había crecido muchísimo desde el punto de vista del Pbi, y nuestros compañeros seguían igual o un poquitito mejor, o sea, el crecimiento del Pbi no había impactado en los pobres, en el último decil”.

En su opinión, pese a las políticas sociales y al crecimiento no se resolvieron ni la precariedad laboral ni el tema de la vivienda, “ni los problemas estructurales de ese 25 por ciento que fue pobre en 2001, siguió siendo pobre en 2011 y todavía sigue siendo pobre, y que son los trabajadores de la economía popular”. En suma, de los emprendimientos familiares o colectivos que en su momento caracterizaron al movimiento piquetero.

“En el 99 –explica Grabois– el poder territorial lo ejercían los punteros, ahora el poronga del barrio es el narco, el puntero desapareció. Y el único contrapoder que hay son los movimientos populares o los curas villeros en las villas donde están, que son muy pocas, o alguna iglesia evangelista, que en general prefiere no meterse demasiado. Pero ni el Estado ni la política tradicional tienen territorialidad en los barrios.”

Movimientos en los territorios

Un caso particular es el que se observa en Córdoba, la tercera ciudad argentina, con poco más de un millón de habitantes. Lejos de las disputas políticas de la capital, muchos movimientos pueden trabajar juntos ante un gobierno provincial tan represivo que criminaliza a los jóvenes pobres por el sólo hecho de portar gorras y salir de sus barrios-guetos.

Como en el resto del país, una de las principales novedades que aportó el movimiento piquetero consistió en un enorme salto adelante en la organización territorial en las periferias urbanas, que habían sufrido la desindustrialización de la década neoliberal de 1990.

Una decena de “organizaciones territoriales” suman varios miles de militantes que apoyan las tomas de tierras urbanas, la organización de cooperativas autogestionadas de producción y de servicios, la educación y la salud, así como a mujeres violentadas y la alimentación en barrios populares a través de merenderos y copas de leche.

En los trabajos territoriales se ha consolidado un patrón de acción que, con escasas diferencias, siguen todos los movimientos pospiqueteros. La toma de tierras es el primer paso. La mitad de la población de Córdoba tiene problemas de vivienda, ya sea por hacinamiento o por imposibilidad de pagar alquileres. Han recuperado decenas de espacios en la periferia de la ciudad y en poblaciones cercanas. En pocos años consiguieron levantar viviendas de materiales sólidos pese a la permanente presión policial.

Luego deben resolver la supervivencia, ya que los llamados “planes sociales” cubren apenas un cuarto de las necesidades de las familias más pobres. Una vez resuelto el techo, la supervivencia diaria es lo más urgente. Con apoyo de militantes de las organizaciones, crean cooperativas que trabajan de forma autónoma. Desde los carreros que recogen residuos hasta la limpieza urbana colectiva contratada por el municipio.

Lo más interesante, porque se sale del asistencialismo, es que hay mucha producción: pollos y huevos, siembra de cereales, distribución de alimentos a partir de la articulación con pequeños productores orgánicos (la imprescindible alianza rural-urbana), cooperativas textiles de ropa, calzado y serigrafía.

Sólo en Córdoba hay más de cien cooperativas territoriales y autogestionadas donde trabajan 2 mil personas, un 80 por ciento mujeres. Arman decenas de miles de mochilas y cartucheras para niños y niñas de los sectores populares, con fondos estatales pero con trabajo cooperativo.

Cuentan incluso con una brigada de salud que recorre los barrios para monitorear la situación de las familias. En un barrio están comenzando la fabricación de dentaduras, algo que está fuera del alcance de los sectores populares. Desde hace muchos años funcionan, en casi todos los barrios populares, merenderos y comedores surtidos de alimentos conseguidos con movilizaciones, que se gestionan por los propios vecinos. Este año han crecido de forma exponencial por el ajuste del gobierno de Mauricio Macri.

El trabajo con mujeres es uno de los más complejos pero de los más sólidos. Ellas son la mayoría absoluta en todas las cooperativas, ya sean de producción o de servicios. Con cierto sigilo, para evitarse más problemas, han abierto espacios de acogida para mujeres violentadas por sus parejas, donde esperan iniciar una nueva vida con sus hijos e hijas, aprender un oficio y encontrar compañeras para sobrellevar sus dolores.

Quizá por eso cientos de mujeres cordobesas de los sectores populares acuden todos los años al Encuentro Nacional de Mujeres. Fruto del trabajo de base que realizan en los barrios periféricos, crece desde hace años un feminismo popular y plebeyo, potente y rebelde, que no ha sido cooptado por nadie y sostiene las resistencias en los territorios.

Organizar a los que están fuera

El sindicato de los excluidos

Dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep) y del Movimiento de Trabajadores Excluidos, Juan Grabois, de 34 años, es uno de los militantes más destacados de la generación que creció alentando al movimiento piquetero. Se define “católico bastante practicante” y en su oficina destacan un retrato de Evita y otro del papa Francisco. Lo que sigue es un fragmento de la entrevista realizada por la revista Almagro, titulada “El discurso de Macri es populismo de derecha”.

—¿Cuáles son las características principales de las agrupaciones que surgieron a fines de los noventa, que se denominan movimientos sociales?

—En todos los casos se verificaba la misma situación: eran trabajadores sin patrón, pero no porque hubiesen optado por organizaciones de carácter horizontal como una opción de vida, sino porque frente a la exclusión del empleo asalariado y a la imposibilidad, o la incapacidad, o la falta de necesidad formal del mercado laboral de absorber a la población económicamente activa, los compañeros iban inventando su propio trabajo.

—Pongamos en claro la forma de trabajo. ¿Son cooperativas que viven de los municipios u otros aportes estatales?

—Eso es una parte minoritaria de la economía popular. La cooperativa es la única forma jurídica que más o menos se puede adaptar a la realidad laboral de los compañeros nuestros, pero la economía popular en un 70 por ciento no está organizada bajo la forma de cooperativa. Es trabajo por cuenta propia en muchos casos, como puede ser un vendedor ambulante, un artesano, un horticultor, un cebollero, un cartonero.

—¿A quiénes les venden? Vamos al caso de los cartoneros, con los que trabajaste mucho.

—En la ciudad y en el conurbano ya está muy desarrollada la organización, pero en 2001 el cartonero se llevaba el material a su casa, lo acopiaba ahí, tenía un minibasural en su casa, y el fin de semana iba a un acopiador llamado “depósito”, “balancero”, y le vendía directamente. También había algunos casos en los que algún hijo de puta que organizaba una cuadrilla los explotaba, les pagaba dos mangos por hacer el laburo.

—¿Cuál fue la primera idea para agrupar a los cartoneros?

—Lo primero era reivindicar a ese trabajador como alguien que se estaba ganando el pan dignamente, que no tenía que ser perseguido y criminalizado, que el Estado tenía que reconocer que no era un delincuente, porque hasta el año 2002 era un delito agarrar la basura. Macri hizo famosa una frase suya que era que los cartoneros estaban robando la basura. Y efectivamente, hasta 2002, que se legalizó la actividad, desde el punto de vista jurídico era cierto. Lo primero era que la actividad no fuera criminalizada.

—¿Y cómo esas pequeñas agrupaciones terminan formando la Ctep?

—Esa experiencia histórica de los excluidos del mercado laboral fue la que en 2011 se consolida planteando la creación de un sindicato, que va nucleando las distintas actividades laborales conforme a su rama, entonces hay una federación de costureros y todos los oficios afines. Ya existe la sociedad obrera textil, que agrupa a los costureros. ¿Cuál es la diferencia? Que ellos agrupan a los costureros que tienen patrón, a los obreros de la industria textil, nosotros agrupamos a los que trabajan por cuenta propia.

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