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ANTES DEL 68, EL MAYO DEL 37

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Pepe Gutiérrez-Álvarez

La primera vez en la historia en la que los trabajadores se enfrentaron al estalinismo –del que Trotsky dijo que era la sífilis del movimiento obrero- fue durante las jornadas de mayo del 37 en Barcelona. Fue cuando trabajadores armados, anarcosindicalistas y poumistas, defendieron desesperadamente lo que habían conquistado a lo largo de nueve meses de una revolución que habían ganado cuerpo a cuerpo a la sublevación militar-fascista, cumpliendo así una lejana aspiración liberadora. Lo hicieron con más amargura que fe en la victoria, como reflejan las diversas crónicas de aquellas jornadas, especialmente en el “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell, traducido en multitud de idiomas, y el mayor clásico sobre la guerra (y la revolución) española, tantas veces reeditado. Todos estos testimonios corroboran que Mayo no pudo ser como julio del 36, entre otras cosas porque pesaba entre los trabajadores no solamente el temor por las ventajas que pudieran extraer los mal llamados “nacionales” de un enfrentamiento armado en el campo de la izquierda, sino también la comprensión del precio que se está pagando por las concesiones y compromisos del período anterior.
Las contradicciones venían de atrás, la restauración republicana se estaba extendiendo, y estaba impaciente por cerrar la fase revolucionaria. El primer 1 de mayo de la Barcelona roja y negra, no se pudo celebrar. El 3 de mayo, lunes, allá por las tres de la tarde, Rodríguez Sala, militante del PSUC, comisario general de Orden Público del Gobierno de la Generalitat, actuando de acuerdo con el «conceller» (ministro) de Seguridad Interior del gobierno, Aiguadé, militante de Esquerra Republicana de Cataluña, asalta la Telefónica de Barcelona, empresa controlada desde las jornadas de julio del 36, por un comité UGT¬CNT, dominado por la CNT. Los consejeros cenetistas en el gobierno exigen sin resultado la destitución inmediata de Rodríguez Salas y Aiguadé. Cuando se va conociendo la noticia del asalto, Barcelona se llena de barricadas levantadas por militantes de la CNT y también del POUM. “El espíritu del 19 de julio se ha apoderado nuevamente de Barcelona”, declara la ejecutiva del POUM.
Azaña, instalado en Barcelona y tan preocupado por su seguridad personal como por el «orden público», hace llegar a Largo Caballero una petición de refuerzos policiales. Aiguadé hará lo mismo, de acuerdo con Companys, solicitando “el envío urgente de 1.500 guardias indispensables para sofocar el movimiento”. En el cinturón obrero de Barcelona, los militantes de la CNT eran dueños de la situación; en la barriada de Sants, por ejemplo, el comité local de la CNT detiene a 400 guardias republicanos. El día 4, martes, Largo Caballero no se decide a enviar refuerzos. Se recrudecen los enfrentamientos en la calle, como «guerra de posiciones», manteniéndose los combatientes en sus barricadas o edificios ocupados, pero sin tratar de conquistar posiciones enemigas. A las dos de la tarde, la CNT y la FAI dan la orden de alto el fuego: “¡Deponed las armas! ¡Comprended que somos hermanos! Si nos combatimos entre nosotros mismos estaremos perdidos”.
La siguiente ocasión fuera de las “democracias populares” (Hungría 1956), fue en el 68 francés, cuando obreros-estudiante desbordaron un partido comunista que era una finalidad para sí mismo.

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