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Andreu Nin: “para ganar la guerra al fascismo hay que hacer la revolución”

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Por Juan P. Castel

Nacido en 1892 en El Vendrell (Tarragona), hijo de un zapatero y una campesina, Nin era fruto de su tiempo, prole de una España que sufría las ambivalencias de haberse quedado congelada en los postreros principios del Siglo XIX. Catalanista desde sus primeras horas, se le recuerda con tan solo 14 años interviniendo con su dominio discursivo en un acto del nacionalismo catalán.

Del Catalanismo al Internacionalismo; de Barcelona a Moscú:

En 1910 se instaló definitivamente en Barcelona donde comenzó su formación como maestro y entabló relaciones con los círculos del republicanismo y el obrerismo catalán. En estos años es cuando pasa de integrar las filas del liberal y pequeñoburgués Unión Federal Nacionalista Republicana, que se reclamaba del liberalismo federalista y de la autonomía catalana, hacia las filas catalanas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Las posiciones de conciliación y de corporativismo que colocaban a la clase trabajadora detrás del programa de los burgueses republicanistas desencantaron rápidamente a Nin, que pasó a formar parte de las filas de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que poseía en Barcelona en particular y en Cataluña en general, sus bastiones históricos. Su papel activo tanto en las polémicas como en la acción callejera y de agitación fabril lo colocó rápidamente en la secretaría general del Comité Nacional cenetista.

La revolución de octubre de 1917 lo empujó a las filas de la izquierda consciente y que luchaba por que la clase trabajadora fuera independiente de los intereses burgueses corporativistas que se envalentonaban detrás de la máscara de la unidad nacional ibérica. Nin cumplió un papel fundamental al promover dentro de la dirección política cenetista que la organización se adhiera irrestrictamente a la Internacional Comunista (IC); para este período en la cabeza de Nin la clase obrera del mundo es una sola y las diferencias tácticas entre las dirigencias anarquistas y comunistas serán barridas, según él, por las contradicciones entre la naciente república de los soviets (Obrera) y los imperialismo vencedores (Inglaterra, Francia y EU).

España era ayer como lo es hoy, un país de la periferia capitalista, el sur en el norte, el campo rural en la metrópoli industrial europea. La división del trabajo dejada por el mercantilismo y posteriormente por la revolución industrial, dejó a España rezagada, con una economía agraria de producción para su pequeño mercado interior y con una balanza de cambios que no puede equiparar la obtención de una patata o una naranja con la importación de carros y demás mercancías industriales. Los pocos focos industriales dejados por la pobre acumulación capitalista ibérica se volvieron rápidamente un hervidero y derivaron en la suplantación del gran padre de la unidad nacional, “el rey”, en un pusilánime incapaz que no podía ni sacar a España del oscurantismo agrario, ni combatir el auge del anarquismo y el comunismo.

Siendo secretario del Comité Nacional Cenetista y estando en Moscú, se produjo el golpe militar al mando del capitán general para Cataluña Miguel Primo de Rivera, el hombre fuerte de la burguesía histérica, con el cual Alfonso XIII buscaba detener el tiempo y con la ayuda de la bota militar desmantelar las organizaciones de bandera roja o negra por igual. Nin residió en Moscú entre 1922 y 1930. El diario devenir cotidiano le dio la oportunidad de dominar el idioma ruso y las polémicas a lo interno del movimiento comunista internacional cuyo centro era Moscú, conociendo a la naciente burocracia revolucionaria, llegando a ser el “número dos” de la Internacional Sindical Roja (ISR). El cargo le asignó un trascendental papel, dándole la oportunidad de radiografiar el movimiento comunista internacional de la época de las revoluciones y contrarrevoluciones que siguieron a las victorias y derrotas de la república de los soviets.

El exilio impuesto por el golpe y la implantación de un Directorio Militar respaldado por la casa real no alejó a Nin de la labor de propaganda desde lejos con fuertes ecos en su tierra natal, colaborando en la prensa catalana más politizada (La Batalla, posteriormente órgano del POUM). No perdió la comunicación con Joaquín Maurín, quien había ocupado el cargo de secretario general de la CNT en ausencia de Nin; Maurín era promotor desde 1922 de los Comités Sindicalistas Revolucionarios (CSR) que le hacían frente a la represión de la dictadura.

El nivel de controversia alcanzado a lo interno del partido bolchevique luego de la derrota de la revolución alemana, el establecimiento de los cerrojos ante el mundo, que delineó las primeras líneas operativas de la “teoría del socialismo en un solo país” derivó en la ocupación de todos los órganos de regulación, de control y de dirección política y militar a manos de la burocracia que empezaba a asaltar desde adentro, al partido de la revolución. Stalin se convirtió en el líder de las subsiguientes purgas en el aparato y en el aniquilamiento de la vieja guardia que no era capaz de desembarazarse del principio teórico y práctico: el internacionalismo proletario y la revolución mundial.

Andreu Nin junto con el comunista franco-belga Víctor Lvóvich Kibálchich (Victor Serge) serán los casos más recordados de aquel batallón internacionalista que respondió al llamado de Lenin en las primeras horas de la revolución socialista, dejando los mejores años de su vida al servicio de la construcción proletaria del futuro y que pagarían con la cárcel y la posterior expulsión por mantenerse al lado de los postulados de la revolución internacional y de las diferentes corrientes anti estalinistas y precisamente la oposición de izquierda (mal llamada por el enemigo, como Trotskistas). Nin fue expulsado oficialmente en 1930, al igual que Serge, después de pasar un tiempo en la cárcel y debido a la presión internacional.

“Para ganar la guerra al fascismo hay que hacer la revolución”

De vuelta en España reinició su actividad política y su propaganda escrita. En septiembre de 1935 nace de la unión de Izquierda Comunista de España (ICE) y del Bloque Obrero Campesino (BOC), el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), iniciativa de Nin y de Maurín que contravenía la línea de León Trotsky en la que se debía hacer entrismo en el propio PSOE para que la fracción de izquierda lograra bolchevizar el partido; cosa que Nin creía imposible por el colaboracionismo del PSOE con la burguesía liberal y los grandes terratenientes.

Al estallar la guerra civil en julio de 1936, el POUM pasó a disputarse la dirección política del proletariado y el jornalero catalán, el cual estaba dividido entre el terrorismo apolítico de la CNT y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), de sumisión soviética y organización hermana del estalinista PCE. El alzamiento franquista sorprendió a Maurín en la zona rebelde y Nin le sucedió en la dirección del POUM. En Cataluña fue nombrado Conceller (Consejero) de Justicia de la Generalitat (Gobierno Catalán), en un gobierno de unidad antifascista de cada una de las organizaciones republicanas. Pero esta unidad mostró ser solo figurativa y las tensiones internas le abrieron paso en 1937 a las intrigas urdidas por los agentes soviéticos (Chekistas).

Nin se apartó del gobierno en enero de ese año, precediendo al abierto enfrentamiento de las fuerzas de la retaguardia en los llamados “hechos de mayo”: conflicto que se abrió en Barcelona del 3 al 7 de mayo de 1937 entre las organizaciones republicanas con programas diferentes de lucha. Estos enfrentamientos iniciaron por la ocupación por las fuerzas de orden público (ordenada por el conseller de Seguretat) del edificio de Telefónica, controlado por la CNT, ya que intervenían las conversaciones de los miembros del gobierno, incluyendo al propio Jefe de Estado, Manuel Azaña.

La negativa ácrata a abandonar la toma desató el enfrentamiento. Una facción reunió a anarquistas de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), y al POUM, que promovían la consigna de desarrollar la revolución para vencer. La otra aglutinó al PSUC, la Unión General de Trabajadores (UGT) del PSOE, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y otras fuerzas menores con una prioridad opuesta: efectuar la revolución tras derrotar a los rebeldes fascistas. Para lograrlo proponían medidas como despojar del control de las industrias a sindicatos y partidos –que habían llenado el vacío dejado por la desbandada burguesa de los primeros días del alzamiento en la cual anarquistas y comunistas impusieron el terror rojo para desmantelar a los seguidores del alzamiento en territorio republicano–, crear un ejército regular (El ejército popular de la república) y un único cuerpo de seguridad interior. El enfrentamiento acabó con la victoria de los republicanos etapistas y más de 300 muertos. La CNT entró en caída y el POUM fue desacreditado y perseguido como fascista, vieja treta estalinista de asimilación, en la que se busca equiparar a los opositores políticos de izquierda con los enemigos de la derecha.

El choque entre las fuerzas en la retaguardia es recordado por los historiadores como: “una guerra civil en la guerra civil”- que derivó en el rediseño del gobierno catalán y del republicano que terminó hacia 1939, demostrando que en las barricadas de mayo habían ganado los contrarrevolucionarios.

El asesinato de Nin

La historia revelaría más temprano que tarde que Nin había sido secuestrado por agentes de la NKVD y ejecutado en una de las muchas chekas exportadas por el terror estalinista, con la ignorancia funcional o el silencio inicuo de los comunistas españoles. La llamada operación Nikolai estuvo a cargo del espía Alexander Orlov con el húngaro Erno Gerö.

Para desarmar a las milicias populares que estaban llevando la revolución al colocar bajo control obrero las fábricas y al hacer la reforma agraria de hecho en las propiedades de los terratenientes que apoyaban a los alzados, era necesario descabezar a sus movimientos, aniquilar a sus líderes e idearios. Andreu Nin es desde luego un marxista revolucionario prolífero en la pluma, que no dudaba en martillar a cada paso, en cada pensamiento, en cada una de las consignas que buscaron que los hijos de su clase, de la misma clase obrera de la que el surgió, contraviniendo todas las vicisitudes, lograran su verdadera independencia e emancipación. Es para los revolucionarios centroamericanos un paradigma, un símbolo de las luchas que no mueren con los martirizados y los que se enfrentaron a los traidores sin remordimientos y con la frente en alto.

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