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¿Algo nuevo en economía?

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A los cantos chamánicos sobre la Economía eructados en 30 segundos en la TV, Luis Casado prefiere las reflexiones que prueban, a lo largo del tiempo, su realismo y su veracidad. Esta nota fue difundida en el año 2012. Sin embargo, sigue de actualidad. Y prefigura las consecuencias económicas de la crisis sanitaria del coronavirus, visto que las mismas causas generan los mismos efectos. Un aperitivo, antes de una parida sobre la Deuda, uno de los efectos mayores generados por la pandemia…
dilemaEl «Dilema del Prisionero», zócalo del pensamiento estratégico de los economistas, que pretende que es más rentable traicionar que ser leal. Una lección bien aprendida por los políticos parasitarios chilenos.
¿Algo nuevo en economía?

Escribe Luis Casado (01/11/2012)

A la pregunta: «¿Algo nuevo en economía?», Milton Friedman, muerto de la risa, solía responder: “Adam Smith…”¿De qué se ocupan los economistas? ¿En qué están? Las preguntas son pertinentes. En 1988, cuando Gérard Debreu, premio Nobel de economía 1983, llegó a París a la conferencia de los Nobel le preguntaron qué pensaba de la economía francesa. Su respuesta fue honesta: no conocía nada, no le interesaba, no tenía la menor idea de lo que podía ser una economía real, él se ocupaba sólo de “teoría”.

El 15 de octubre recién pasado Alvin E. Roth y Lloyd S. Shapley, dos distinguidos académicos estadounidenses, recibieron el premio Nobel de economía 2012. Entrevistados a propósito de la gigantesca crisis financiera que sacude al mundo entregaron respuestas para el bronce. Alvin E. Roth, consultado con relación a la crisis de la zona euro, respondió textualmente: “No tengo ninguna opinión sobre la crisis del Euro. No soy esa clase de economista”. Su colega Lloyd S. Shapley fue mucho más cáustico y definitivo al excusarse: “Nunca, nunca en mi vida hice un curso en Económicas”.

Las preguntas señaladas más arriba son no sólo pertinentes sino inevitables habida cuenta del papel de gurús y de “expertos” que juegan los economistas en la prensa y en la opinión pública.

¿De qué se ocupan los economistas? ¿En qué están? A 236 años de la publicación de “La riqueza de las naciones”, célebre obra de Adam Smith, la respuesta sorprende: intentando comprender qué es lo que mueve a los agentes económicos, las razones por las que cada cual produce, compra, vende, presta o pide prestado.

Esto no figura en la primera página de la prensa que tiende una cortina de humo sobre la ignorancia de los economistas. Sin embargo, entre tú y yo, no se enteran: inventan, especulan, dan por sentado, defecan “leyes” y pergeñan “teoremas”, pero la verdad es que sus posaderas reposan en el aire.

Como Alvin E. Roth y Lloyd S. Shapley, hace años que los economistas no se ocupan de economía real sino que consagran lo más claro de tiempo a la teoría de los “juegos”: salieron al patio del recreo.

Por su parte Adam Smith sostenía que lo que mueve al ser humano es el egoísmo del cual surge una suerte de comportamiento ejemplar: hace lo mejor que puede, se sobrepasa, compite con una dedicación digna de un relojero suizo, para hacer las delicias de sus clientes y triunfar en la libre competencia. Quienes le compran el pan, la carne, la leche, la educación, etc., no deben esperar nada bueno que no provenga de su propio interés egoísta. El egoísmo, toda la construcción teórica de esa economía reposa en el egoísmo.

El egoísmo, como decía Smith, guía la economía hacia la eficiencia como una mano invisible… y santas pascuas. Gracias a lo cual tenemos el Transantiago, AFP e ISAPRES vampiros que se alimentan de la sangre de quienes cotizan, liceos chantas y universidades truchas cuya actividad consiste en vender lo que no tienen: inteligencia y saber.

De modo que la explicación se queda corta. Basta con mirar el mundo real para darse cuenta que un sistema cuyo zócalo es el egoísmo individual no responde a las inquietudes, necesidades y esperanzas de la inmensa mayoría de la población, pero enriquece hasta la indecencia a un pequeño grupo de privilegiados.

Como quiera que sea, el cataclismo planetario que estalló el 2007 tiene a todo el mundo de cabeza intentando comprender cómo es posible que toda la “eficiencia” de la mano invisible haya conducido a la peor crisis de la Historia de la humanidad.

Mientras unos se aferran al dogma neoclásico, otros intentan sacar la teoría económica del profundo agujero en que se enterró a sí misma. Partiendo por buscarle explicaciones a las cuestiones más básicas. El modelo construido en torno al Homo economicus, una suerte de idiota racional que vive para maximizar su utilidad en un mundo que sólo existe en la cabecita irresponsable de los economistas, está muerto y enterrado.

Y volvemos a la cuestión de saber qué es lo que mueve al ser humano, qué es lo que lleva al consumidor a endeudarse para comprar boludeces que no necesita. Cuestión no menor, visto que según la cátedra la demanda es la que hace vivir a quienes se ocupan de la oferta.

La necesidad de encontrar una respuesta repone otra cuestión esencial: ¿A qué se dedican los economistas incapaces de explicar nada, ni siquiera lo que mueve a los agentes económicos?

André Orléan, reputado economista francés, propone otras respuestas e intenta, como él mismo declara en su libro “El imperio del valor”, describir la actividad económica como es, y no como existe de manera virtual en los modelos construidos fuera del mundo real con la intención de adaptar la realidad a la teoría.

Orléan afirma que “los economistas no tienen como finalidad prioritaria comprender los hechos como son”, sino modificar la realidad para que corresponda a sus modelos, o como dice él mismo: “El economista es esencialmente un tutor que hace advenir una realidad conforme a su modelo”.

En ese camino Orléan va más lejos y termina escribiendo lo mismo que yo había escrito hace décadas: los economistas no explican nada sino que emplean sus mejores esfuerzo para justificar un orden de cosas que favorece a un puñado de privilegiados. Vistiendo sus absurdas teorías con los perendengues de la “ciencia”.

Las “ciencias sociales”, dice Orléan, “se declinan según dos modalidades: en cuanto se esfuerzan en hacer inteligible el mundo y en cuanto proponen consejos para transformarlo”. Entre estas dos visiones, no necesariamente compatibles, gana la segunda. Según Orléan “La experiencia sobre este punto no tiene ambigüedad: la puesta en obra de una idea es función de los intereses que defiende y de las convicciones que suscita, cosas que tienen una relación muy lejana con la ‘verdad’ intrínseca”.

¿Queda claro? Por si no fuese el caso Orléan se hace explícito, cualidad rara en los economistas: “Es un hecho cierto que los inmensos intereses que ha generado la financiarización del capitalismo han favorecido, entre los economistas, una visión condescendiente hacia las finanzas de mercado, condescendencia que nada justificaba y que condujo a una desregulación catastrófica”.

Como no pretendo ser un académico ni aspiro a serlo, puedo traducir lo que precede en el lenguaje que todos entendemos: el poder del dinero se impuso por sobre la capacidad de los economistas a resistir a un cañonazo de algunos cientos de miles de dólares.

¿Ciencia económica? Orléan, como muchos otros economistas, le niega a la disciplina el carácter de ciencia. O por lo menos niega que la economía y las ciencias sociales en general, jueguen en la misma liga que las ciencias de la naturaleza, o ciencias duras. Karl Popper estaba equivocado, y con él todos los economistas que usurpan la jerga de las ciencias de la naturaleza para darse un aire de científicos.

Orléan estima que “la tesis de Karl Popper de la unidad de la ciencia, según la cual las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales comparten una misma epistemología, es errónea”. O para ponerlo en mis propias palabras, “los chamanes nunca se ocuparon ni se ocuparán de ciencia”.

La pretendida “ciencia económica” no está interesada en el mundo real, lo que lleva a André Orléan a declarar: “En realidad, la economía se interesa menos en lo que es, que en lo que debiese ser”, abandonando de ese modo una práctica positiva (describir lo que es) para adoptar un discurso normativo (lo que debiese ser, o sea su modelo). Y citando a Edmond Malinvaud lo pone aún más claro: los economistas se ocupan de “…modelos abstractos para economías imaginarias”.

Malinvaud, una Eminencia que había criticado a Hicks por haber abandonado el bote de los adoradores de la “ciencia económica”, terminó al final de su vida por reconocer la verdad haciendo la pregunta del millón: “¿Por qué los economistas no descubran nada?”. Como dice Bernard Maris, economista lúcido, la pretendida ciencia económica es tan estéril como la teología: ¿qué es lo que ha descubierto la teología? Y agrega: “La cientificidad es el tormento de los economistas (que) para tener pinta de sabios arbolan ostensiblemente su quincallería técnica”.

Si los economistas no saben qué es lo que mueve al ser humano, o como dicen ellos a los “agentes económicos”, es legítimo preguntarse qué es lo que mueve a los economistas.

¿Qué es lo que se saca de todo este encatrado teórico que no tiene ni pies ni cabeza? Muy simple: un discurso que tiende a justificar la concentración de la riqueza en pocas manos, el descrédito del interés general y el endiosamiento del interés particular, la adjudicación dolosa de la “eficiencia” a la actividad privada y la condena de la actividad pública como “incompetente”. Los economistas sirven la sopa que les mandan servir.

Orléan lo dice de manera delicada: “Como las ciencias sociales son actores de los asuntos del mundo, no pueden dejar de suscitar la intervención de intereses extra-científicos que buscan modificar los análisis en su propio beneficio”.

Poco importa que la realidad muestre cada día que se trata de una manipulación grosera de la verdad, que los “expertos” pagados para ello sustituyen a la opinión pública y al sentido común justificando el modelo en vigor. Están al servicio de “intereses extra-científicos”. Faltaba agregar: a título oneroso.

André Orléan busca con su obra ya citada “proponer una práctica económica que esté más atenta a los hechos porque se da como prioridad la comprensión de lo que es”. Como hubiese dicho Charles de Gaulle: “Vasto programa”. En el mundillo de las finanzas, de la especulación, del pillaje y del saqueo (dimensión ignorada por muchos economistas, incluyendo a Orléan), ¿a quién le importa lo que es?

Cuando las grandes corporaciones pagan generosamente los profesores de Harvard no es para que estos estudien la realidad y pongan en evidencia las contradicciones de un modelo que favorece a unos pocos y daña a los más, sino para justificarlo.

Que el modelo propuesto por Walras y sus secuaces –de Pareto a Friedman– no repose sino en cuentos chinos es la última de sus preocupaciones. Lo importante es convencer a todo el mundo de que no hay alternativa, el tristemente célebre argumento de Margaret Thatcher.

Poco importa que los mercados financieros, como explica André Orléan, funcionen en una suerte de círculo vicioso llamado “creencia convencional”, o sea no sobre elementos concretos, informaciones verídicas o valores fundamentales (el “justo valor” para utilizar la jerga económica) sino a partir de un convencimiento común que parte por abandonar a su triste suerte el juicio propio, por muy certero que sea, para inclinarse ante la “verdad del mercado”.

Como explica Orléan, el mundillo de las finanzas estima imposible que un agente económico pueda ser más sabio que el mercado visto que este último tiene miles de ojos y oídos y por consiguiente más información (para no hablar del acceso a alguna información privilegiada), y que en todo caso “Más vale equivocarse con el mercado que tener razón contra él”.

En la materia ni siquiera hicieron prueba de originalidad, sino que se limitaron a copiar el conocido aforismo Stalinista: “Más vale equivocarse con el partido que tener razón contra él”. En tiempos de Stalin tener razón contra el partido equivalía a un suicidio. En el mundo de hoy, tener razón contra los mercados equivale a una inmolación voluntaria. ¡Pobre del que diga que la desregulación financiera lleva a un desorden en el que ganan los más rufianes!

En el año 2006, poco antes de que la desregulación financiera impuesta por Bill Clinton desatase la crisis en la cual aun nos debatimos, el Fondo Monetario Internacional declaraba: “Como estos nuevos actores (los boluditos que compraban productos financieros tóxicos) tienen una gestión del riesgo y perspectivas de inversión diferentes, ayudan a atenuar y a absorber los choques que, en el pasado, afectaban esencialmente a algunos intermediarios financieros importantes (los bancos hipotecarios)”.

Como resultado, preveía el FMI, el capitalismo se hace más estable, evita las crisis financieras o al menos reduce sus efectos. ¿Qué dice ahora el FMI?

André Orléan propone otra visión de la economía, no exenta de debilidades conceptuales mayores, pero al menos nos saca del dogma y pone en evidencia lo que otros ya habían comprendido hace tiempo: que muchos debiesen renunciar al estudio de la pretendida ciencia económica para interesarse en la psicología.

Para demostrarlo André Orléan entrega un ejemplo que debiese generarle escalofríos a los que no lo saben, partiendo por los economistas. Hablando de valores bursátiles precisa: “Como en el caso de la moneda, es imposible estar absolutamente seguro: nada garantiza que mañana una acción podrá ser revendida, como no existe ninguna certidumbre en cuanto a la futura aceptación de la moneda. Se trata de una cuestión de confianza en cuanto al comportamiento colectivo, lo que hemos denominado ‘creer en’”.

Dicho de otro modo, la liquidez de las acciones y los valores bursátiles, como el valor de la moneda (cualquiera ella sea) reposa en una creencia convencional. Los mercados financieros reposan en el Credo.

Para responder a la pregunta que hace el título de esta parida, ¿Algo nuevo en economía?: Sí. Pero no es tan nuevo.

En el ocaso de su vida, antes de morir (1924), Marshall le decía a John Maynard Keynes: “If I had to live my life again, I should have devoted it to psychology…” “Si viviese de nuevo, me consagraría a la psicología”.Unos años más tarde, en 1988, al recibir el premio Nobel de economía, Maurice Allais declaraba: “en el fondo la economía no es sino psicología…”¿Algo nuevo en economía? Sí: hay que estudiar psicología…El «Dilema del Prisionero» es un Equilibrio de Nash

El equilibrio de Nash o equilibrio del miedo es, en la teoría de juegos,​ un “concepto de solución” para juegos con dos o más jugadores,​ el cual asume que:
▪Cada jugador conoce y ha adoptado su mejor estrategia, y
▪Todos conocen las estrategias de los otros.

Consecuentemente, cada jugador individual no gana nada modificando su estrategia mientras los otros mantengan las suyas. Así, cada jugador está ejecutando el mejor «movimiento» posible teniendo en cuenta los movimientos de los demás jugadores.

En otras palabras, un equilibrio de Nash es una situación en la cual todos los jugadores han puesto en práctica, y saben que lo han hecho, una estrategia que maximiza sus ganancias dadas las estrategias de los otros. Consecuentemente, ningún jugador tiene ningún incentivo para modificar individualmente su estrategia.

Es importante tener presente que un equilibrio de Nash no implica que se logre el mejor resultado conjunto para los participantes, sino solo el mejor resultado para cada uno de ellos considerados individualmente. Es perfectamente posible que el resultado fuera mejor para todos si, de alguna manera, los jugadores coordinaran su acción (de donde se concluye que la cooperación es mejor que la competencia, nota del Editor).

En términos económicos, es un tipo de equilibrio de competencia imperfecta que describe la situación de varias empresas compitiendo por el mercado de un mismo bien y que pueden elegir cuánto producir para intentar maximizar su ganancia.

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