Inicio Historia y Teoria 125 años de la fundación del Partido Socialista argentino

125 años de la fundación del Partido Socialista argentino

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JACOBIN

LUCAS POY

El Partido Socialista argentino fue una fuerza política pionera para las izquierdas argentinas y latinoamericanas. Un análisis de su trayectoria histórica echa luz sobre los logros, las encrucijadas y los fracasos que encontró el primer intento de construir un partido obrero en Sudamérica.

Este texto es un fragmento de El Partido Socialista argentino, 1896-1912. Una historia social y política (Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2020).

En la mañana invernal del domingo 28 de junio de 1896, poco antes de las nueve, más de medio centenar de delegados de diferentes agrupaciones y sociedades gremiales comenzaron a poblar el salón principal del edificio que el club Vorwärts tenía en la calle Rincón entre la avenida San Juan y la calle Comercio, en el barrio porteño de Monserrat, para dar comienzo al congreso constituyente del Partido Socialista argentino.

En el escenario se habían montado «las banderas rojas de las agrupaciones de resistencia y de los centros políticos; en las paredes laterales, escudos con nombres de prohombres del socialismo». Con un poco más de demora, en las galerías comenzaron a ubicarse también decenas de militantes y simpatizantes, entre ellos algunas pocas mujeres, alrededor del espacio donde se ubicaban los delegados, que eran varones en su totalidad. Luego de la designación de una comisión de poderes, que aprobó las formalidades del caso, y de la lectura de una serie de telegramas llegados de Tucumán, Dolores y Córdoba, los delegados constituyeron una mesa directiva, aprobaron los informes de la comisión revisora de cuentas y se dispusieron a escuchar las palabras de Juan B. Justo, quien subió al estrado para exponer el proyecto de estatutos del naciente partido.

Tal vez desapercibida para buena parte de la opinión pública y de la población porteña, la reunión que daba comienzo esa mañana estaba sin embargo destinada a tener una importancia significativa en la historia del movimiento obrero y de las izquierdas en Argentina. Al anochecer del día siguiente, luego de dos jornadas de intensa actividad, los delegados eligieron al comité ejecutivo y dieron por clausurado el congreso cantando el «Himno de los trabajadores» compuesto por el italiano Filippo Turati. 

La reunión coronaba los avances organizativos que habían tenido lugar en los dos años inmediatamente anteriores, pero también significaba un punto de llegada para las actividades de diversas agrupaciones que venían desarrollándose desde comienzos de la década de 1880. Su corolario era la fundación formal de la fuerza política más antigua de la izquierda argentina —una de las pioneras de la izquierda de toda América—, que jugaría un papel destacado en la escena política del país en diferentes momentos de su historia. 

Si el surgimiento del peronismo erosionó profundamente su influencia en el seno del movimiento obrero, provocando además una serie de rupturas y crisis internas que traerían consecuencias duraderas, no debe perderse de vista que, durante muchas décadas, el socialismo argentino fue un factor de primera importancia en la vida política de la clase obrera y constituyó una referencia insoslayable para decenas de miles de trabajadores y trabajadoras del país. 

Bajo la dirección de Juan B. Justo, el partido conoció en las primeras décadas del siglo XX un importante desarrollo en el plano organizativo y un incremento de su influencia política. En el marco del debate y la competencia política con una serie de adversarios —el anarquismo y el sindicalismo revolucionario, primero; el comunismo, más tarde—, pero también a partir de fuertes discusiones internas que provocaron sucesivas rupturas, el PS consolidó una orientación que combinaba un claro énfasis en la necesidad de que los trabajadores se organizaran en un partido propio con un insistente llamado a concentrar la actividad del mismo en torno a la llamada «acción política», que era entendida como sinónimo de participación electoral y obtención de reformas por la vía parlamentaria. 

Si en los años previos a 1912 las características fraudulentas del sistema electoral pusieron en dificultades el éxito de esta política —aun cuando en esos años el PS logró ingresar a la Cámara de Diputados con la figura de Alfredo Palacios y obtuvo buenas performances electorales en la ciudad de Buenos Aires hacia fines de la década de 1900— sería luego de la sanción de la ley Sáenz Peña cuando el socialismo local tuvo importantes avances en el plano electoral, ingresando sus principales dirigentes a ambas cámaras del congreso. 

Dichos avances, por otro lado, en conjunto con el impacto de la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa, profundizaron la orientación electoralista y gradualista de la dirección del partido, al costo de agudizar las tensiones internas que dieron lugar en 1917-1918 al surgimiento del PS Internacional (luego Partido Comunista) y más tarde a la crisis y ruptura con los llamados «terceristas», cuya principal figura era Enrique Del Valle Iberlucea.

La estructuración y consolidación de esta línea política reformista —que integraba muchos elementos fundamentales de la socialdemocracia internacional de la época pero agregaba asimismo algunos aspectos peculiares y específicos— tiene una historia, que merece ser examinada. La estructuración del partido y la definición de su orientación política fueron el resultado de un complejo proceso de debates políticos, acompañados de avances y retrocesos organizativos, que surcaron los primeros quince años de existencia del Partido Socialista en Argentina.

Organizando el socialismo

Aunque las fuerzas de su organización eran sin duda aún escasas, los dirigentes, militantes y simpatizantes que dieron cierre al congreso constituyente ese lunes 29 de junio de 1896 compartían el entusiasmo que les brindaba un futuro que se entendía promisorio. En el último tercio del siglo XIX, la creciente fusión entre el movimiento obrero y las ideas socialistas parecía convertirse en una realidad evidente en buena parte de Europa occidental y también, de manera embrionaria, en otras partes del mundo. 

Los años de actividad de la Segunda Internacional (1889-1914) se caracterizaron por un clima de optimismo ante las perspectivas que se abrían a un conjunto de partidos socialistas que veían aumentar su influencia y capacidad organizativa. Fue una etapa de expansión de la clase obrera y su organización sindical y, al mismo tiempo, de crecimiento de nuevos partidos obreros de masas que se apropiaban de la tradición socialista y parecían desarrollarse en forma ininterrumpida, aumentando sus filas y sus resultados electorales. 

Poco antes del gran cataclismo de mediados de 1914, cuando se disponía a trazar una mirada retrospectiva en ocasión de la muerte del líder socialista alemán August Bebel, Lenin caracterizó que, luego de una larga etapa marcada, por un lado, por el «nacimiento de las ideas socialistas» y, por el otro, por «los primeros brotes de la lucha del proletariado», el último tercio del siglo XIX había sido finalmente el período «de la formación, desarrollo y maduración de los partidos socialistas de masas con una composición de clase proletaria». Lo característico de dicha etapa, desde su perspectiva, había sido «la enorme difusión del socialismo, el inusitado incremento de todo género de organización del proletariado y la preparación completa del proletariado en los campos más diversos para el cumplimiento de su gran misión histórica». Como señaló Eric Hobsbawm, el solo hecho de que sectores tan heterogéneos de la clase obrera efectivamente se hayan unificado, más allá de sus diferencias de idioma, nacionalidad, religión u oficio, en una común identidad proletaria, y en muchos casos en torno a las filas de partidos socialistas, es revelador de la potencia de la interpelación marxista. 

Este proceso de fusión entre las ideas socialistas y el movimiento obrero, de todos modos, no fue automático, y estuvo en todo momento marcado por tensiones y debates que eran consecuencia de diferencias estratégicas y de las diversas experiencias políticas concretas que adquiría el movimiento obrero en los diferentes países. 

Delimitaciones

En julio de 1889, fecha que quedó en la historia por la fundación de la Segunda Internacional en París, se realizaron no uno, sino dos congresos en la capital francesa, e incluso el que fundó la Internacional estuvo marcado por una fuerte heterogeneidad política. Fue en el transcurso de la primera mitad de la década de 1890 cuando se procesó una delimitación política en el seno de la Internacional. Una de las claves fue el papel jugado por los socialistas alemanes, que conformaban no solo el más poderoso sino también el más viejo de los partidos socialdemócratas, el que había resistido exitosamente a las leyes represivas de Bismarck hasta derrotarlas, el que contaba con el respaldo teórico y político de Friedrich Engels, el compañero de Marx. El resultado fue, hacia mediados de esa década, la cristalización de la Internacional como una coalición de partidos socialistas, estructurados en los diferentes países. 

Este proceso de delimitación, que se desarrolló fundamentalmente entre 1889 y 1896, se estructuró en torno a una serie de cuestiones de tipo estratégico: ¿qué lugar debía asignarse a la «acción política» y por lo tanto a la estructuración de partidos obreros? ¿Cuál debía ser el vínculo con las organizaciones gremiales de la clase obrera? ¿Qué lugar debía darse a la «cuestión de la mujer» y a la organización de las trabajadoras? ¿Cuál debía ser la relación entre «lucha política» y «lucha económica»?

La delimitación con los anarquistas consumió los debates de la Internacional durante varios años: la cuestión de limitar la admisibilidad solo a aquellos que apoyaran la acción política recorrió los debates de los congresos de Bruselas (1891), Zúrich (1893) y Londres (1896). Una resolución aprobada en Zúrich, en 1893, estableció que en los congresos serían admitidos los sindicatos obreros «y también los partidos y organizaciones socialistas» que reconocieran «la necesidad de organizar a los obreros y de la acción política»: por esta última se entendía «que las organizaciones obreras, siempre que sea posible, tratan de hacer uso de los derechos políticos o de conquistarlos, como asimismo el establecimiento de leyes a fin de conseguir mejoras para el proletariado y la conquista del poder político». Esta postura fue confirmada en Londres, donde además se aprobó una resolución que aclaraba que en el futuro serían invitadas las organizaciones políticas y solo aquellos sindicatos que «declaran que reconocen la necesidad de la acción legislativa y parlamentaria», reafirmando que «por consiguiente, quedan excluidos los anarquistas».

De este modo se procesó la diferenciación con los anarquistas, en primer lugar, y la progresiva delimitación política y programática de los socialdemócratas marxistas con respecto a otros grupos de orientación sindicalista, como los laboristas ingleses, en segundo término. La línea medular de la estrategia que se impuso en la Internacional era la que promovía la estructuración de partidos que tenían un acuerdo en torno a la necesidad de la lucha política, entendida como lucha electoral-parlamentaria en todos los países donde ello fuera posible, y por el sufragio universal allí donde éste no existiera.

En tanto se consideraba la posibilidad concreta de obtener una conquista del poder político por la vía electoral como algo todavía inalcanzable, parecía posible conciliar esta estrategia fundamentalmente pacífica y gradualista con una retórica revolucionaria. Los socialistas, como señaló G.D.H. Cole en un trabajo clásico, «todavía consideraban las victorias electorales como si solo preparasen el camino para algún tipo de revolución que destruyese el Estado existente, y lo sustituyese por un Estado de los trabajadores y el pueblo».

En este marco, la defensa de la «acción política» implicaba, al mismo tiempo, la necesidad de organizarse en un partido político —es decir, no limitarse a la lucha puramente gremial—, la participación electoral, la lucha por la obtención de mejoras y, eventualmente —en un futuro poco claro—, la «obtención del poder político», y la instauración de un estado «de los trabajadores». Esta ambigüedad, que parecía todavía posible, constituyó un rasgo característico de la socialdemocracia en esta etapa. La revolución rusa de 1905 comenzó a revelar las fisuras profundas que mostraba esta perspectiva política: el estallido de la Gran Guerra en 1914 y la revolución rusa de 1917, pocos años más tarde, terminaron de sepultarla.

En los últimos años del siglo XIX y los primeros del siguiente, de todas formas, los militantes y dirigentes que se reconocían como parte de la tradición socialista podían todavía presumir de una mirada optimista. Todo indicaba que se había realizado de forma satisfactoria esa unión entre las ideas socialistas —que en tiempos de Marx aún no alcanzaban influencia masiva— y la clase trabajadora. 

El propio Lenin, en el texto citado, hacía una profunda reivindicación de Bebel y del SPD alemán, tan solo un año antes del estallido de la guerra y el colapso de la Internacional. Se trata de una contextualización fundamental para entender el período y la dinámica que adquirió la Segunda Internacional, así como los elementos antidialécticos que marcaron sus planteamientos teóricos y políticos y dieron sentido al gradualismo y al reformismo. Según Hobsbawm, era «natural que el extraordinario desarrollo de los partidos socialistas obreros desde el decenio de 1880 creara en sus miembros y seguidores, así como en sus líderes, un sentimiento de emoción, de maravillosa esperanza respecto a la inevitabilidad histórica de su triunfo».

Se trataba, en suma, de un período en el cual, a nivel mundial, los partidos socialistas crecían y se fortalecían en el movimiento obrero, al mismo tiempo que el capitalismo parecía cada vez más lejos de un colapso o un derrumbe. 

El Partido Socialista argentino

¿Cómo ubicar el desarrollo del socialismo argentino en este marco general? El Partido Socialista se constituyó en forma contemporánea con la estructuración de las primeras organizaciones del movimiento obrero, en una etapa histórica marcada por la consolidación de un capitalismo dependiente basado en la integración de la burguesía agraria local como socia menor del imperialismo británico. 

La estructuración de un mercado de trabajo de características capitalistas, la proletarización de la población local e inmigrante y el progresivo cierre de las posibilidades de ascenso social ya eran una realidad palpable hacia mediados de la década de 1880. En el contexto de una acelerada expansión demográfica, el país y sobre todo las ciudades del litoral conocieron un crecimiento espectacular que dio lugar a una progresiva diferenciación social. Estos grandes cambios, que representaron una experiencia difícil y traumática para centenares de miles de trabajadores y trabajadoras, fueron el telón de fondo del cuadro en el cual se procesó el origen de la clase obrera. En un período muy breve de tiempo, que podemos ubicar entre 1888 y 1895, se desarrolló un acelerado proceso de formación de clase. 

En esos años, y a pesar de la heterogeneidad que implicaban las diferencias de oficio, de género y de origen étnico, la clase trabajadora logró desarrollar una unidad significativa y consolidar un conjunto de organizaciones gremiales y políticas. Ciertas características que el desarrollo desigual y combinado del país imprimió al mercado de trabajo, como el fuerte peso de la estacionalidad, la temporalidad y la movilidad entre diferentes oficios, tuvieron un impacto en las características del proceso de formación de la clase obrera, dando lugar a un menor peso del elemento corporativo propio de los diferentes oficios que caracterizó a etapas tempranas del movimiento obrero en otros países. Por eso mismo, el peso de las diferenciaciones nacionales se vio limitado desde fechas tempranas y, si bien nunca estuvo ausente, no llegó a constituir un freno al desarrollo de una conciencia obrera común. 

En tanto la formación de la clase obrera argentina se produjo en un período posterior al de otros países, y al mismo tiempo en el marco de una masiva inmigración europea, tanto el socialismo como el anarquismo, corrientes que desarrollaban su acción en el seno del movimiento obrero a nivel internacional, tuvieron su influencia desde una fecha muy temprana y deben ser consideradas un actor fundamental que contribuyó a ese proceso acelerado de delimitación de una identidad de clase. En este marco, los socialistas contribuyeron a ese proceso de estructuración —proponían un partido de (toda) la clase obrera— y al mismo tiempo se vieron condicionados e influidos por las características del desarrollo de esa clase obrera. 

El desenvolvimiento del socialismo argentino se insertó así, con sus peculiaridades, en el movimiento más general de constitución y articulación de partidos socialdemócratas en el plano internacional. El partido procesó una serie de discusiones comunes a los que atravesaban a otras fuerzas políticas socialdemócratas en el período: una fuerte delimitación con los anarquistas, un debate sobre la necesidad y posibilidad de construir un partido político independiente y una discusión sobre la relación que debía existir entre organización política y organización sindical. 

Así, en el marco de la disputa política con los anarquistas y también con tendencias sindicalistas que existieron desde muy temprano al interior de la organización, el Partido Socialista argentino fue definiendo una línea política cuyos elementos fundamentales fueron: a) una reivindicación de la necesidad y la posibilidad de organizar un partido de trabajadores independiente de las fuerzas políticas conservadoras y de la Unión Cívica Radical, b) una reivindicación de la «acción política» como principal herramienta para desenvolver los intereses de los trabajadores, c) una caracterización de las «luchas económicas» como una forma arcaica y menos eficaz, y por lo tanto destinada a jugar un rol secundario, d) una lectura fuertemente evolucionista del desarrollo capitalista, que ponía énfasis en el gradualismo y por ende cuestionaba el uso de medios violentos. 

Si bien se ha hecho bastante énfasis en el carácter peculiar y ecléctico del pensamiento de Juan B. Justo, y es indiscutible que sus ideas tuvieron una sofisticación y un sello característicos, no hay que perder vista que este conjunto de elementos que hacen a la línea política del PS eran consistentes con los planteos de la socialdemocracia de la época. Tanto la necesidad de la organización independiente como el énfasis en la acción político-parlamentaria y los resquemores ante la acción reivindicativa y la huelga general eran planteamientos comunes en el lenguaje político de la Segunda Internacional. Sus bases eran la insistencia en la acción política y la confianza en un desarrollo evolutivo que llevaría al crecimiento del proletariado y lo convertiría inevitablemente en la mayoría de la población: ambos aspectos se combinaban para dar fuerza a la confianza en la perspectiva política/parlamentaria. 

En cualquier caso, lo cierto es que esta línea política fue consolidándose, no sin conflictos y tensiones internas, que fueron permanentes durante todo el período. El análisis de los planteos de Justo no puede hacerse en abstracto, sobre la base de un puro análisis de historia intelectual, sino que debe ubicarse en el contexto de los debates y tensiones que dieron forma al partido mismo, al calor y en relación con el proceso de constitución de la clase obrera argentina. 

Muchas de estas discusiones fueron forjando la personalidad política del socialismo argentino y reflejaron de uno u otro modo los problemas que se le planteaban al movimiento obrero de la época. Los diferentes posicionamientos siempre tomaban como punto de partida una determinada caracterización sobre el desarrollo capitalista del país, sobre las características de su régimen político, sobre el grado de desenvolvimiento de su clase obrera: a partir de allí se desprendían conclusiones sobre la necesidad y posibilidad (o no) de constituir un partido independiente y de ello derivaban las discusiones sobre la táctica que éste debería adoptar, fundamentalmente en torno a la relación entre lucha económica y lucha política.

Pensar el PS

¿Cómo encarar un estudio del Partido Socialista que resulte de interés historiográfico y, en última instancia, también político? En sendos trabajos publicados hace ya más de medio siglo, dos destacados historiadores del socialismo (el rumano-francés Georges Haupt y el italiano Giuliano Procacci) criticaron las historias puramente institucionales y subrayaron la necesidad de vincular la historia de la socialdemocracia con la historia viva del propio movimiento obrero y la sociedad en la cual esos agrupamientos socialistas se desenvolvían. 

Según planteaba Procacci, se trataba de «abandonar la óptica estrecha que no ve en el socialismo más que un conjunto de doctrinas, una madeja de orientaciones diversas» y recordar que «el protagonista verdadero de su historia es la clase obrera». En la misma línea, Annie Kriegel planteó que una historia de estas fuerzas políticas debía ser, al mismo tiempo, un elemento de la «historia contemporánea»—es decir, no ser una historia cerrada sobre sí misma—, un elemento de la «historia social»—en tanto es parte de la historia del movimiento obrero—, y un elemento de la «historia de las aspiraciones», es decir, de la historia de las ideas. 

Un examen de la historia del Partido Socialista argentino entre 1894 y 1910, en ese sentido, es al mismo tiempo una contribución a la historia argentina del período, a la historia de su clase obrera y a la historia del marxismo y las ideas emancipatorias en el país.

En síntesis, el interés de un análisis histórico de los orígenes del PS reside en la importancia de examinar la primera experiencia de construcción de un partido político obrero independiente, gestada por la clase trabajadora argentina en un período muy temprano de su historia. Más allá de una historia puramente intelectual o ideológica, se trata de entender el desenvolvimiento del PS como parte de la historia viva de la clase trabajadora y de sus experiencias de lucha, así como de advertir las características del proceso de desarrollo de la clase obrera en el marco de una economía capitalista, la conformación de sus organizaciones de lucha, y en el contexto de ese desenvolvimiento las características de su vinculación con los grupos políticos activos en el seno de las izquierdas. 

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