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Pensamiento de Flora Tristán

1881
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Imagen: Flora Tristán en sus últimos años.

El feminismo de Flora Tristán se engarza en la Ilustración, presupone por tanto unas reivindicaciones y un proyecto político que sólo pueden articularse a partir de la idea de que todos los seres humanos nacen libres, iguales y con los mismos derechos, pero toma cuerpo en el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Francesa. Manteniendo la continuidad con el pensamiento de autoras anteriores (Mary Wollstonecraft, entre otras), Flora Tristán imprime a su feminismo un giro de clase social, que en el futuro daría lugar al feminismo marxista.

Al tiempo, se emparentaba con las corrientes críticas a las que se ha denominado «socialismo utópico», pero teorizando ya la necesidad de una Unión Obrera, de un partido obrero. «Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer» escribió en Unión Obrera.

Su lucha incesante por conseguir una sociedad más justa e igualitaria ha quedado plasmada en su obra. Así, entre otras, en Peregrinaciones de una paria denuncia las distintas manifestaciones de exclusión social de la sociedad de Arequipa; en Paseos en Londres (1840) realiza una de las primeras y más duras descripciones de los obreros ingleses. Escribió entonces «la esclavitud no es a mis ojos el más grande de los infortunios humanos desde que conozco el proletariado inglés».

En Unión Obrera describe cómo «el mejoramiento de la situación de miseria e ignorancia de los trabajadores» es fundamental, porque «todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer». Para Flora la situación de las mujeres se deriva de la aceptación del falso principio que afirma la inferioridad de la naturaleza de la mujer respecto a la del varón. Este discurso ideológico hecho desde la ley, la ciencia y la iglesia margina a la mujer de la educación racional y la destina a ser la esclava de su amo. Hasta aquí el discurso de Flora es similar al del sufragismo, pero el giro de clase comienza a producirse cuando señala cómo negar la educación a las mujeres está en relación con su explotación económica: no se envía a las niñas a la escuela «porque se les saca mejor partido en las tareas de la casa, ya sea para acunar a los niños, hacer recados, cuidar la comida, etc…», y luego «A los doce años se la coloca de aprendiza: allí continúa siendo explotada por la patrona y a menudo también maltratada como cuando estaba en casa de sus padres». Flora dirige su discurso al análisis de las mujeres más desposeídas, de las obreras. Y su juicio no puede ser más contundente: el trato injusto y vejatorio que sufren estas mujeres desde que nacen, unido a su nula educación y la obligada servidumbre al varón, genera en ellas un carácter brutal e incluso malvado. Para Flora, esta degradación moral reviste la mayor importancia, ya que las mujeres, en sus múltiples funciones de madres, amantes, esposas, hijas, etc… «lo son todo en la vida del obrero», influyen a lo largo de toda su vida. Esta situación «central» de la mujer no tiene su equivalente en la clase alta, donde el dinero puede proporcionar educadores y sirvientes profesionales y otro tipo de distracciones.

En consecuencia, educar bien a la mujer (obrera) supone el principio de la mejora intelectual, moral y material de la clase obrera. Flora, como buena «socialista utópica», confía enormemente en el poder de la educación, y como feminista reclama la educación de las mujeres; además, sostiene que de la educación racional de las mujeres depende la emancipación de los varones. Hecho que hasta la fecha se sigue recogiendo en las declaraciones de principios de los movimientos feministas.

Su discurso apela al sentido de justicia universal de la humanidad en general y de los varones en particular (ya que son los depositarios del poder y la razón)-, para que accedan a cambiar una situación que, a su juicio, acaba volviéndose también contra ellos. «La ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, varones proletarios. (…) En nombre de vuestro propio interés, varones; en nombre de vuestra mejora, la vuestra, varones; en fin, en nombre del bienestar universal de todos y de todas os comprometo a reclamar los derechos para la mujer». (Unión Obrera).

La Flora de la Unión Obrera adelanta un pensamiento que, anterior al Manifiesto Comunista, postula la unión de los trabajadores y las mujeres —los oprimidos del mundo—, en una Internacional que, mediante una revolución pacífica -aquí aparece su herencia saintsimoniana-, traerá la prosperidad y la justicia.

Dice de ella André Breton: «Acaso no haya destino femenino que deje, en el firmamento del espíritu, una semilla tan larga y luminosa». La vida de «una temeraria y romántica justiciera» puntualiza Mario Vargas Llosa en su libro sobre Paul Gauguin, El paraíso en la otra esquina.

La publicación de Mi vida es el autorretrato en el que se reconoce como una doble paria: la hija sin reconocimiento legal del padre, y por lo tanto desheredada, y la casada por conveniencia (necesidad). Habla de su experiencia en primera persona. Flora se confiesa víctima de esa doble opresión que como mujer siente en grado extremo, lo que la llevó a luchar contra el matrimonio como medio de opresión contra las mujeres, «el único infierno que reconozco».

Fuente: Wikipedia

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