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¡Oh bella Italia!

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¡Oh bella Italia!

por Luis Sepúlveda
Le Monde Diplomatique, edición chilena.

Amo Italia porque nunca deja de sorprenderme para bien y para mal y para peor. La he recorrido desde el paso Brennero en la frontera con Austria hasta Pantellería casi tocando África, y siempre supuse que una nación marcada por tamaña magnífica diversidad, historia y cultura, casi no necesitaba gobiernos pues se movía por la inercia generada por su milenaria historia.

Amo Italia por su gastronomía, su cine, su literatura, porque yo no sería el que soy ni haría lo que hago si no hubiera descubierto primero las películas del neorrealismo y más tarde las de Ettore Scola, Roberto Rosellini, Federico Fellini, Gilo Pontecorvo, o Michelangelo Antonioni. Sería un huérfano de no haber leído a Salgari, Pavese, Calvino más toda una lista de autores que llenaría páginas. Sería un analfabeto del pensamiento de no haber leído a Gramsci, y nada sabría de la historia italiana si no hubiera leído a Giancarlo de Cataldo, que fue capaz de narrar “il risorgimento” en una formidable novela.

He sufrido con mis amigos italianos las putadas del presente. Jamás olvidaré a los trabajadores de la RAI aplaudiendo a Gianni Mina, uno de los mayores maestros del periodismo el gris día berlusconiano que lo echaron de la televisión. Y hasta he reído con mis amigos, risa triste desde luego, cuando vimos a Berlusconi haciendo trabajo social, barriendo una calle, la única condena que recibió por los delitos de fraude y evasión fiscal cuando se le agotó el tiempo del bunga bunga.

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Como muchos de mis amigos italianos también creí que, superada la nefasta era de Berlusconi, todo tendría que ser algo mejor, no mucho pues los tiempos no están para el optimismo desmedido y, además, Berlusconi con todo lo que representa, seguiría presente en el devenir político.

En el año 40 d.c. el emperador Calígula, el mismo que nombró cónsul a su caballo, hizo construir dos enormes barcos que navegarían en el lago Nemi, al sur de Roma. Se trataba de dos naves imponentes de más de setenta metros de eslora, dotados de todos los portentos tecnológicos de la época y hasta de palacios de mármol. Eran dos naves hermosas, pero el lago era y es pequeño, y pese a todas sus dotes esas naves no podían ir a ninguna parte. Lo mismo ocurrió con la izquierda italiana. Construyó una nave de estructura frágil, los galeotes no se ponían de acuerdo sobre la dirección en que debían remar y los timoneles se limitaron a girar la rueda del timón sobre sí misma sin importarles si giraban a babor o a estribor, al parecer satisfechos por permanecer en el mismo lugar. Perdieron la noción del rumbo antes de fijarla.

Y mientras la izquierda se miraba el ombligo, de la indignación social surgió el Movimiento Cinco Estrellas, ni de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario, sin más programa que las reacciones espontáneas y la negación frontal de la complejidad de la economía, la sociedad, la cultura y la política. Si las reacciones frente a los problemas surgen de manera espontánea las soluciones tienen la misma mecánica.

En la derecha, la insistencia de Berlusconi por ocupar el liderazgo, pese a su nueva cabellera estampada en el cráneo, a la cirugía facial que le otorgó un aspecto de mandarín en decadencia y a su nueva dentadura de resplandeciente blancura, no convenció a toda su masa seguidora de antaño y ésta desertó a la Liga Norte, el partido abiertamente fascista, xenófobo, homófobo, que agitó las banderas del “la culpa de todo es del otro”. El otro son los inmigrantes y los italianos pobres del sur.

Aparentemente, era muy difícil que entre el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte se dieran coincidencias como para llegar a un acuerdo. Y así pasaron dos meses desde las últimas elecciones, con la izquierda desaparecida entre la felicidad de su fragmentación, y la derecha noqueada por la tozudez de su vetusto y anacrónico líder. Aparentemente nada se movía, calma chicha, como ocurrió con las naves de Calígula, estaban quietas pero empezaban a hundirse, hasta que el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte descubrieron que mezclando lepenismo, Italy again, y un concepto de democracia directa en la que participan todos menos los que no piensen como yo, tenían con cocktail de aspecto apetecible. Así se han apresurado en alabarlo sujetos como Steve Bannon, ex asesor de Trump, Marine Le pen y ese demócrata húngaro ejemplar llamado Viktor Orbán.

Así que, al parecer habrá gobierno integrado por el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte, las diferencias dejan de ser sustanciales sin embargo de sus magnitudes. La liga Norte propone una bajada de impuestos que beneficia directamente a los más ricos y el Movimiento Cinco Estrellas antepone la renta mínima, que la Liga Norte considera un injusto regalo para los flojos del sur.

Sin mayores análisis ni estudios, ambas formaciones coinciden en la salida de Italia de la Unión Europea y de la moneda única. El Movimiento Cinco Estrellas plantea hacerlo mediante un referéndum y la Liga Norte mediante un simple decreto presidencial.

De momento, les une la firme intención de desmontar todo lo realizado durante los mil días del gobierno de Matteo Renzi y cambiar radicalmente la casi inexistente política migratoria. Para la Liga Norte basta con dejar que los migrantes se ahoguen en el Mediterráneo y expulsar a los que han llegado a Italia. El Movimiento Cinco Estrellas, por su parte, no duda en calificar de “taxistas del mar” a las ONG que salvan vidas, personas, seres humanos que se juegan todo implorando por el simple derecho a vivir.

Italia siempre me sorprende, y porque conozco a la noble gente de la izquierda italiana, todavía confío en la sensatez que culminará en un esfuerzo unitario. El populismo espontaneista intentará decirnos que ya no hay ideas emancipatorias o que ya no mueven a la sociedad, pero nosotros, como Galileo frente al tribunal inquisidor debemos repetir “epur si muove”, porque sin embargo de lo que tenemos hoy, nuestras ideas volverán a ser el motor que moverá a la sociedad.

Luis Sepúlveda. 11 de mayo de 2018


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