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Gramsci y la Revolución Rusa

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Por Alvaro Bianchi & Daniela Mussi | Jacobin, 25 de abril de 2017

Traducción: Juan Fajardo para  marxists.org

¿Qué pensó el joven Antonio Gramsci acerca de la Revolución Rusa?

 

Hace ochenta años, el 27 de abril de 1937, Antonio Gramsci falleció luego de pasar su última década en una prisión fascista. Reconocido más tarde por la obra teórica en sus cuadernos de prisión, sus contribuciones políticas comenzaron durante la Gran Guerra cuando era un joven estudiante de lingüística en la Universidad de Torino. Aún entonces, sus artículos en la prensa socialista iban en contra no solo de la guerra, sino también de la cultura liberal, nacionalista y católica de Italia.

A inicios de 1917 Gramsci trabajaba en un periódico local de Torino, Il Grido del Popolo (El Grito del Pueblo) y colaboraba en la edición piemontesa de Avanti! (¡Adelante!). En los primeros meses luego de la Revolución Rusa de febrero, noticias sobre ella eran aún escasas en Italia. Estaban limitadas, en gran medida, a reproducción de artículos de las agencias noticiosas de Londre o París. Algunas de la noticias acerca de Rusia an Avanti! salían en artículos firmados por “Junior”, uno de los pseudónimos de Vasilij Vasilevich Suchomlin, un social-revolucionario ruso en exilio.

Para proveer información confiable a los socialistas italianos, la jefatura del Partido Socialista Italiano (PSI) envió un telegrama al diputadi Oddino Morgari, quien se encontraba en La Haya, pidiéndole que viaje a Petrogrado y entre en contacto con los revolucionarios. El viaje fue un fracaso y Morgari volvió a Italia en julio. El 20 de abril Avanti! publicó una nota, escrita por Gramsci, sobre el intento de viaje por el congresista, llamándolo el “embajador rojo”. Su entusiasmo por los sucesos en Rusia era evidente. En ese instante, Gramsci consideraba que la potencial fuerza de la clase obrera italiana para enfrentar la guerra tenía relación directa con la fuerza del proletariado ruso. Pensaba que, con la revolución en Rusia, todas las relaciones internacionales serían fundamentalmente alteradas.

La guerra mundial atravesaba uno de sus momentos más intensos y la movilización militar afectaba profundamente al pueblo italiano. Angelo Tasca, Umberto Terracini y Palmiro Togliatti, amigos y colaboradores de Gramci, fueron llamado al frente –del cual Gramsci estaba exento por su mala salud. Así que el periodismo se convirtió en su “frente”. En el artículo sobre Morgari, Gramsci citó favorablemente una proclama de los Socialistas Revolucionarios rusos, publicado en Italia por Corriere della Sera, llamando a los gobiernos europeos a renunciar a la ofensiva militar y a realizar únicamente maniobras defensivas ante ataques alemanes. Tal era la posición de “defensiva revolucionaria” adoptada por amplia mayoría en la Conferencia Pan-Rusa en abril. Unos días después, Avanti! reproduciría la resolución de aquella conferencia, traducida por Junior.

Pero, a medida que llegaban nuevas noticias, Gramsci empezó a desarrollar una interpretación propia de lo que ocurría en Rusia. A fines de abril de 1917 publicó un articulo en Il Grido del Popolo titulado “Note sulla rivoluzione russa” (Notas sobre la revolución rusa). Contrario a la mayoría de los socialistas de la época –quienes analizaban los sucesos rusos como una nueva Revolución Francesa¬- Gramsci se refería a ella como un “acto proletario” que llevaría al socialismo.

Para Gramsci, la Revolución Rusa era algo muy diferente al modelo jacobino, visto como mera “revolución burguesa”. Al interpretar los sucesos en Petrogrado, Gramsci expuso un programa político para el futuro. Para continuar el movimiento, para avanzar hacia la revolución obrera, los socialistas rusos debería romper definitivamente con el modelo jacobino ¬–identificado en este caso con el uso sistemático de la violencia y con baja actividad cultural.

En los siguientes meses de 1917, Gramsci se alineó prontamente con los bolcheviques, una posición que también expresaba su identificación con las alas más radicales y anti-bélicas del PSI. En un artículo del 28 de julio, “I massimalisti russi” (Los maximalistas rusos), Gramsci declaró su apoyo total a Lenin y a lo que llamó la política “maximalista”. Esta, en su opinión, representaba “la continuidad de la revolución, el ritmo de la revolución y, por tanto, la revolución misma”. Los maximalistas eran la encarnación de la “idea-limite del socialismo”, sin ningún compromiso con el pasado.

Gramsci insiste sobre el punto de que la revolución no puede ser interrumpida y que debe, en cambio, sobreponerse al mundo burgués. Para el periodista de Il Grido del Popolo, el mayor riesgo de cualquier revolución, y en especial de la rusa, era que se difunda la percepción de que el proceso de transformación había llegado a un punto final. Los maximalistas eran la fuerza que se oponía a tal error, y por esta razón constituían el “último eslabón lógico en este devenir revolucionario”. En el pensar de Gramsci todos los pasos del proceso revolucionario estaban vinculados el uno al otro y en movimiento en la dirección en la que los elementos más fuertes y ciertos sean capaces de empujar a los más débiles y confusos.

El 5 de agosto de 1917 llegó a Torino una delegación de los soviets rusos, de la cual formaban parte Josif Goldemberg y Aleksandr Smirnov, entre otros. El viaje había sido autorizado por el gobierno italiano, que esperaba que el nuevo gobierno ruso continuara el esfuerzo bélico contra Alemania. Luego de reunirse con los delegados rusos, los socialistas italianos expresaron su propia perplejidad respecto a las ideas que ahora prevalecían en los soviets rusos. El 11 de agosto el redactor de Il Grido del Popolo se preguntaba:

“Cuando oímos a los delegados del soviet ruso hablar de continuar la guerra para defender la revolución, preguntamos con ansiedad, si ello no significa, en cambio, aceptar –aun sin saberlo y sin querer- continuar la guerra en defensa de los intereses de la supremacía de la burguesía capitalista rusa ante el asalto proletario, por una nueva victoria de la coalición capitalista contra el peligro colectivista que avanza.”

Pese a esto, la visita de los delegados soviéticos era una oportunidad para propagandizar la revolución y los socialistas italianos supieron aprovecharla. Luego de pasar por Roma, Firenza, Bolonia y Milán, la delegación regresó a Torino. En frente de la Casa del Popolo, cuarenta mil personas alabaron la Revolución Rusa en la primera manifestación pública celebrada en la ciudad desde el inicio de la Gran Guerra. Desde el balcón de la Casa del Popolo Giacinto Menotti, entonces líder del ala maximalista dentro del partido y firme opositor de la guerra, se encargó de traducir el discurso de Goldemberg. Después de la intervención del delegado, Serrati afirmó que los rusos querían el fin inmediato de las hostilidades y terminó su “traducción” al grito de “¡Viva la revolución italiana!” A lo que la multitud respondió gritando “¡Viva la revolución rusa! ¡Viva Lenin!”

Gramsci escribió entusiásticamente de aquella manifestación en Il Grido del Popolo. La manifestación promovió, según él, un verdadero “espectáculo de la fuerza proletaria y socialista solidaria con la Rusia revolucionaria”. Unos días más tarde aquel “espectáculo” sería vivido nuevamente en las calles de Torino.

La mañana del 22 de agosto no había pan en Torino a causa de una larga crisis de aprovisionamiento provocada por la guerra. Al mediodía los obreros interrumpieron el trabajo en las fábricas de la ciudad. A las 5 de la tarde, con casi todas las fabricas cerradas, la multitud comenzó a cruzar la ciudad saqueando panaderías y almacenes. La insurrección espontanea, no llamada por nadie, de difundió por la ciudad, sumergiéndola. La rehabilitación del suministro de pan no detuvo la expansión del movimiento, que había rápidamente asumido un carácter político.

La tarde siguiente, el poder en Torino fue transferido al ejército, que aseguró el control del centro de la ciudad. El saqueo y la construcción de barricadas continuaron, pero solo en la periferia. En Borgo San Paolo, un bastión socialista, los manifestantes saquearon la iglesia de San Bernardino para luego incendiarla. La policía abrió fuego sobre la multitud. La lucha se intensificó en el curso del 24 de agosto. En la mañana los manifestantes intentaron, sin éxito, llegar al centro de la ciudad. Pocas horas después se encontraron frente al fuego de las ametralladoras y los carros blindados. El balance final contará 24 muertos y otros 1.500 detenidos. La huelga continuaría la mañana siguiente, pero sin barricadas. Una veintena de dirigentes socialistas serían arrestados y la rebelión espontanea llegaría a su fin.

Il Grido del Popolo no circuló en esos días. Retomaria plenamente sus actividades el 1ro de septiembre, ahora bajo la dirección de Gramsci, quien sustituyó a la dirigente socialista Maria Giudice luego de su arresto. La censura estatal no permitía, sin embargo, publicar referencia alguna a la insurrección. Gramsci usó la oportunidad para hacer una breve referencia a Lenin: “Tal vez Kerensky representa la inevitabilidad histórica, pero Lenin ciertamente representa el devenir socialista; y nosotros estamos con él, con toda el alma.” Era una referencia a los días de julio en Rusia y a la persecución de los bolcheviques que siguió, forzando a Lenin a refugiarse en Finlandia.

Pocos día después, el 15 de septiembre, cuando las tropas lideradas por el general Kornilov macharon hacia Petrogrado para reponer el orden contra la revolución, Gramsci una vez más se refirió a aquella “revolución que tuvo lugar en la consciencia”. Y, el 29 de septiembre, Lenin fue nuevamente definido como “el agitador de la consciencia, el despertador del alma durmiente”. En la información disponible en Italia no se podía confiar plenamente, filtrada como lo era por la traducciones de Junior del Avanti! En aquel momento Gramsci podía aún ver en el social-revolucionario Viktor Chernov “el realizador, el hombre que tiene un programa concreto de actuación, un programa íntegramente socialista, que no admite colaboración, que no puede ser aceptado por la burguesía porque rechaza el principio de propiedad privada, porque inicia finalmente la revolución social”.

Mientras tanto, la crisis política en Italia continuaba. Luego de la derrota del ejército italiano en la Batalla de Caporetto el 12 de noviembre, el grupo parlamentario socialista, guiado por Filipo Turati y Claudio Treves, asume una posición abiertamente nacionalista y sostiene la defensa de la “nación”, marcando distancia con el “neutralismo” de los años anteriores. En las páginas de Critica Sociale, Turati y Treves publicaron un artículo en el cual se afirma que en la hora de peligro le corresponde al proletariado defender la patria.

Por su parte, la fracción intransigente del partido también se organizó para afrontar la nueva situación. En noviembre, los dirigentes de este reagrupamiento convocaron una reunión secreta en Firenza para discutir “la futura orientación de nuestro partido”. Gramsci, quien había empezado a asumir un rol importante en la sección socialista torinense, participó en la reunión en representación de ella. En aquel encuentro se alineó con los que, como Amadeo Bordiga, creían necesaria la acción militante, cuando Serrati y otros se pronunciaron por el mantenimiento de la vieja táctica neutralista. La reunión concluye reafirmando el principio de internacionalismo revolucionario y el de oposición a la guerra, pero sin ninguna indicación práctica sobre qué hacer.

Gramci, interpretando los eventos de agosto en Torino a la luz de la Revolución Rusa, volvió del encuentro convencido de que el momento histórico exigía acción. Animado por este optimismo y por los ecos de la toma del poder en Rusia por los bolcheviques, escribe en diciembre el artículo, “La rivoluzione contro ‘Il Capitale’”, en el que declaraba que “La rivoluzione dei bolscevichi si è definitivamente innestata nella revoluzione generale del popolo ruso” (La revolución de los bolcheviques es definitivamente parte de la revolución general del pueblo ruso).

Luego de haber impedido que la revolución se estancara, los compañeros de partido de Lenin habían llegado al poder y pudieron estabilizar “su dictadura” y elaborar “las formas socialistas en las que la revolución podrá apoyarse en el futuro para continuar desarrollándose armoniosamente”. En 1917 Gramsci no tenía completamente claras las diferencias políticas en el seno de los revolucionarios rusos. Y, por otra parte, el nucleo de sus ideas sobre la revolución socialista era la presuposición de su carácter general, por el cual este sería un movimiento continuo “sin muchos grandes choques”.

Con su fuerza cultural intima e irresistible, la revolución bolchevique “se basa más en ideología más que en hechos”. Por esta razón la revolución no podía hallarse en la interpretación literal de los escritos de Marx. En Rusia, continuaba Gramsci, El Capital era “el libro del burgués, más que del obrero”. Gramsci se refería al Prefacio de 1867, en el cual Marx afirma que las naciones más desarrolladas del capitalismo muestran a las menos desarrolladas los “pasos naturales” del progreso que no pueden ser saltados.

Sobre la base de todo esto, los mencheviques habían formulado un lectura del desarrollo social en Rusia que afirmaba la necesidad de la formación de una burguesía y de la constitución de una sociedad industrial plenamente desarrollada, antes de que el socialismo pueda ser una posibilidad. Mas, los revolucionarios liderados por Lenin, según Gramsci, “no son marxistas” en el sentido estricto: es decir, aunque no niegan “el pesamiento inmanente” de Marx, “repudian algunas afirmaciones de El Capital” y se niegan a formular “una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles”.

Según Gramsci, las previsiones de Marx sobre el desarrollo del capitalismo expuestas en El Capital serían correctas para situaciones de desarrollo normal, en las cuales la formación de una “voluntad social colectiva” se produce a través de “una larga serie de experiencias de clase”. La guerra, sin embargo, había accelerado esta temporalidad de modo imprevisible y en el curso de tres años los obreros rusos habían conocido intensamente esas experiencias: “La carestía era inminente, el hambre, la muerte por el hambre podía coger a todos, triturar de un golpe a millones de hombres. [Frente a esto] la voluntad ha sido puesta en unísono, primero mecánicamente, activamente, espiritualmente, luego de la primera revolución”.

La formación de esta voluntad popular fue favorecida por la propaganda socialista. Esta le había permitido a los obreros rusos, en un situación excepcional, vivir la historia completa del proletariado en un instante. Los obreros reconocieron los esfuerzos de sus antepasados por emanciparse de las “ataduras del servilismo”, desarrollando rápidamente una “nueva consciencia”, haciéndose el “testimonio actual de un mundo que viene”. Más aún, llegando a esta consciencia en un momento en el que el capitalismo internacional estaba plenamente desarrollado en países como Inglaterra, el proletariado ruso podía llegar rápidamente a su madurez económica, una de las condiciones necesarias para el colectivismo.

A pesar de tener en 1917 un conocimiento aún limitado de las ideas de los bolcheviques, el joven redactor de Il Grido del Popolo gravitaba naturalmente hacia la fórmula de la revolución permanente de Trotsky. Gramsci veía en Lenin y en los bolcheviques la encarnación de un programa de renovación de la revolución ininterrumpida. Una revolución que quería llegar ser real en Italia.

Veinte años después, Gramsci moría prisionero del fascismo italiano. Tal mirada retrospectiva podría hacernos creer que ese destino trágico había llevado a Gramsci a cuestionar las grandes esperanzas que había visto en Octubre. O que sus Cuadernos de la cárcel constituyen un intento de hallar “nuevas etapas”, formas más moderadas o “negociadas” de la lucha contra el capitalismo.

Pero tal rendición no ocurrió. En sus escrito de la cárcel, Gramsci avanzó una teoría de la política en cual la fuerza y el consenso no son separados, y el Estado se concibe como el resultado histórico de fuerzas que interactúan dentro de procesos que rara vez producen condiciones ventajosas para los grupos sociales subalternos. Escribe de la necesidad de luchar en todas las esferas de la vida, y de los riesgos de una conciliación hegemónica y del “transformismo” político. Se demoró, en particular, sobre el papel –casi siempre perjudicial- del intelectual en el ámbito de la vida del pueblo y de la importancia de hacer del marxismo una visión integral del mundo: la filosofía de la praxis.

Nada de lo escrito en los años de prisión, por tanto, indica que Gramsci hubiese abandonado la Revolución Rusa como punto de referencia programática e histórica para la emancipación de la clase obrera. La Revolución Rusa se mantuvo viva en el corazón y en la mente de Gramsci hasta el momento de su muerte, en aquel abril de 1937.

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