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El Soviet de Petrogrado: De la transacción, al Poder

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Por Kevin Murphy | Jacobin, 7 de noviembre de 2017

Traducción: Juan Fajardo para  marxists.org

En el transcurso de 1917, el Soviet de Petrogrado cambió de un organismo dispuesto a negociar con el capital a uno listo para la revolución.

 

 

La Revolución de Febrero barrió con el zarismo ruso en apenas unos días. Luego de la rebelión, el elegido Soviet de Diputados de Obreros y Soldados de Petrogrado se erigió al lado del inelecto Gobierno Provisional. Su papel a lo largo de 1917 no podría ser más esencial.

Los obreros militantes habían iniciado el primer soviet durante el paro general de 1905. La idea se había hecho tan integra al movimiento revolucionario que, en el segundo día de la rebelión de 1917, algunas fabricas empezaron a elegir delegados en anticipación de la creación de un nuevo soviet.

Pero, cuando los mencheviques reunieron al grupo el 27 de febrero, el socialista moderado Aleksandr Kerensky prometió que trabajarían para “mantener el orden”. A diferencia de la edición de 1905 –la cual había servido como un órgano de lucha- el Soviet de Petrogrado eligió al comité ejecutivo casi exclusivamente intelectuales que no habían participado activamente en la revolución.

Para fines de marzo, 2,000 diputado sobrereprentaban a las 150,000 tropas en Petrogrado mientras que solo 800 representaban a unos 400,000 trabajadores industriales. Pese al rol protagónico de las trabajadoras textiles en febrero, las composición del Soviet era abrumadoramente masculina, con apenas unas cuantas decenas de diputadas. Las asambleas generales desorganizadas y tumultuosas significaron que el comité ejecutivo era el que se encargaba de la mayoría del trabajo real.

Ese comité tenía metas un tanto menos ambiciosas que los trabajadores y soldados. En vez de tomar el poder, inmediatamente presionó a sus aliados liberales a formar un gobierno. Los mencheviques creían que “el gobierno sucesor al zarismo debe ser exclusivamente burgués”, escribió Nikolai Sukhanov.

Luego de que el Soviet le diera el poder al Gobierno Provisional el 2 de marzo, su periódico, Izvestiia, explicó que el consejo presionaría al nuevo gobierno en interés de “la democracia”, pero sin empujarlo demasiado fuerte y provocar una contrarrevolución.

Aun así, el comité ejecutivo no cumplió ni esa modesta meta. Para aplacar al Gobierno Provisional, los líderes del Soviet dieron marcha atrás en todo asunto de importancia. Aplazaron la cuestión de la tierra hasta que se pudiera elegir una Asamblea Constituyente, un evento que en sí fue varias veces postergado. Increíblemente, incluso accedieron a continuar la monarquía –aunque el hermano de Nicolás, Miguel, tomó la decisión por ellos.

En cuanto al polémico asunto de la guerra, el Soviet emitió un manifiesto pacifista el 14 de mayo que el Pravda de los bolcheviques describió como “una concesión consciente entre las diferentes tendencias representadas en el Soviet”. El consenso que resultó fue tan equívoco que hasta el belicista Ministro de Relaciones Exteriores Pavel Milyukov lo firmó, como lo hicieron también Josef Stalin y Lev Kámenev a nombre de los bolcheviques.

En efecto, es difícil distinguir el historial de los bolcheviques en esos día iniciales de aquel de los mencheviques y los Socialistas Revolucionarios (SRs). Los registros de comité ejecutivo revelan que los líderes de la fracción guardaron silencio sobre la mayoría de cuestiones de principios, confirmando el juicio de Trotsky:

«No se puede hallar en sus informes y prensa ni una sola propuesta, anuncio, o protesta, en la cual Stalin haya expresado la perspectiva bolchevique en oposición al servilismo de los mencheviques y SRs.»

Tan pasmoso fue el historial bolchevique bajo Stalin y Kámenev que, años más tarde, presionarían a Aleksandr Shliapnikov a que modifique sus Memorias.

En aquellas semanas iniciales, el único acto de envergadura del Soviet fue la Orden Número 1, que soldados radicales habían presionado a sus líderes para que lo aprueben. Ese famoso decreto les otorgó a los soldados rasos a elegir sus propios comités y a rechazar órdenes que contradigan al Soviet. La Orden Número 1 devino un obstáculo masivo a las metas bélicas del Gobierno Provisional.

Lenin rápidamente reconoció la inestabilidad de este sistema de poder dual. El Gobierno Provisional y el Soviet tenían intereses de clase opuestos que ni la diplomacia ni la concertación podían conciliar. Acercándose a Trotsky y a algunos bolcheviques extremos de Vyborg, las Tesis de abril de Lenin argumentaban a favor de socavar el esfuerzo bélico por medio de la fraternización en el frente, la transferencia del poder a los soviets, y el reunir toda “producción social y la distribución de productos” bajo el control de los consejos obreros.

En las veinticuatro horas luego de su retorno el 3 de abril Lenin habló en numerosos mítines callejeros, presentando su nueva perspectiva radical a más de mil activistas bolcheviques. Agitó en contra de “la guerra de los capitalistas piratas”, desarticuló las negociaciones de unidad con los mencheviques por parte de Stalin y Kámenev, y atrajo la ira de opositores a lo largo del espectro político.

El periódico menchevique gritó que su nuevo programa representaba un “indudable peligro” para la revolución mientras que la histérica prensa amarilla lo comparó con la “leyenda del anticristo”. El Premier Lyvov pronto se quejó que, en vez del “inflaqueante apoyo” prometido por el Soviet, este había caído “bajo sospecha”. Entre tanto, en Nevsky Prospekt, obreros y soldados portando banderolas clamando “¡Abajo con los Ministros Capitalistas!” se enfrentaron a liberales portando banderolas con “¡Abajo Lenin!”

 

La guerra y la crisis de abril

El papel de Rusia en la I Guerra Mundial traería estas latentes tensiones a un punto de ebullición. Presionados por el menchevique Irakli Tsereteli, el Gobierno Provisional anunció el 27 de marzo que tenía metas exclusivamente defensivas en la guerra. Sin embargo, menos de un mes después, Milyukov, del Partido Constitucional Democrático (Kadete) de corte liberal, publicó una nota a los Aliados que, en esencia, desmentía aquellas declaraciones previas.

Arguyó que Rusia podía “llevar la guerra mundial a una victoria decisiva”, asumiendo el control de Constantinopla y los Dardanelos. Lejos de debilitar las metas bélicas del imperio, él opinaba que la revolución había reforzado “el deseo universal de llevar la guerra mundial a una victoria decisiva” y que “garantías y sanciones” –es decir, anexaciones e indemnizaciones- evitarían nuevos conflictos.

La explicación franca por Milyukov de las metas rapaces del imperialismo ruso y Aliado reventó la frágil paz entre el Soviet y el Gobierno Provisional. El comité ejecutivo se reunió hasta altas horas de la noche pero no logró llegar a ningún acuerdo.

Cuando apareció la nota de Milyukov en la mañana del 20 de abril, un sargento del Regimiento Finlandia movilizó una manifestación en contra de la guerra. Pronto, varios otros regimientos y marinos del Báltico se unieron a la protesta, hasta que veinticinco mil soldados armados convergieron sobre el Palacio Mariinsky con pancartas que rezaban “¡Abajo Milyukov!”

Al día siguiente, se formó una manifestación mayor iniciada por los bolcheviques mientras que los mencheviques y SRs instaban a los trabajadores y a los soldados a no participar. Los bolcheviques colgaron un llamativo listón a lo largo de la inmensa fachada del Palacio Mariinsky, con las palabras “¡Viva la Tercera Internacional!” Los Kadetes lanzaron su propia contra-manifestación en apoyo al gobierno, y, por primera vez desde febrero, hubo combate en la avenida Nevsky.

Algunos bolcheviques tomaron literalmente la demanda de “¡Abajo con el Gobierno Provisional!”, tratando de irrumpir en el palacio y arrestar a los ministros. El General Lavr Kornílov sugirió bombardear los manifestantes con artillería. Cuando aquella noticia les llegó a los líderes del Soviet, estos ordenaron a las tropas permanecer en sus cuarteles.

Izvestiia se quejó de que la dirigencia estaba trabajando para resolver el conflicto pero que “muchos simpatizantes se estaban manifestando bajo banderas con lemas que no corresponden a las metas del Soviet”, como el “exigir el derrocamiento del Gobierno y la transferencia del poder al Soviet”. Esa noche, el Gobierno Provisional le envió al Soviet una nota re-editada acerca de la guerra y el comité ejecutivo la aceptó por un voto de 34 a 19. Esos líderes consideraron que la crisis había pasado y emitieron un mandato contra más manifestaciones.

Lenin ridiculizó la resolución, argumentando que “los capitalistas están por continuar la guerra”, y que tras de “la primera crisis seguirán otras”. También rechazó “intentos blanquistas de tomar el poder” inmediatamente, llamando por una estrategia de persuasión a largo plazo para explicar “el método proletario de ponerle fin a la guerra” y para “re-elegir miembros dentro del Soviet”.

La destitución ultra-democrática de diputados al Soviet saldría ventajosa para los bolcheviques. A fines de abril el partido de Lenin tenía aproximadamente un cuarto de los delegados al Soviet de Petrogrado y aún más en los consejos distritales. En el frente, los llamados de los agitadores en pro de la fraternización con los soldados alemanes tuvieron acogida entre las exhaustas tropas.

El 6 de mayo, Izvestiia estaba rabiando acerca del intento por Pravda de “socavar la confianza de la soldadera en el llamado de Soviet. … Si creéis en vuestro Soviet, entonces ¡cumplid sacramente su llamado a dejar de ‘fraternizar’!”

 

La ofensiva bélica de Kerensky

La predicción por Lenin de que la nota de Milyukov sería sólo la primera de muchas crisis se cumplió. En junio, la ofensiva militar propuesta por Kerensky dividió aún más al Gobierno Provisional, el Soviet, y el pueblo al que debían representar.

Cuando se reunió el I Congreso de Soviets el 3 de junio en Petrogrado, los socialistas moderados gozaban de apoyo abrumador y podían que gobernaban a nombre de unos veinte millones de obreros y soldados. Este grupo subscribió la avanzada de Kerensky, pero, en la capital políticamente efervescente, la radicalización de los obreros y soldados estaba largamente por delante del resto del país.

En preparación para la renovación de la guerra, Kerensky trato de restituir la disciplina militar pero enfrentó rechazo por parte de soldados radicales. El 23 de mayo, una reunión de la Organización Militar Bolchevique de Petrogrado anunció que estaban “dispuestos a irse por su propio lado si no se toma una decisión positiva en el centro”.

El 8 de junio, los líderes bolcheviques, incluyendo la Organización Militar, votaron abrumadoramente a favor de hacer una manifestación de protesta a los planes de Kerensky. El Soldatskaia Pravda de los bolcheviques se burló del llamado del Gobierno Provisional por “guerra hasta conclusión victoriosa” con su propio lema: “guerra hasta conclusión victoriosa contra los capitalistas”.

Pese a amplio apoyo entre las bases, el llamado bolchevique iba en contra de ambos, el Congreso de Soviets y el Soviet de Petrogrado. En horas tempranas del 10 de junio, un reducido Comité Central bolchevique canceló la manifestación en un extraño voto de tres a cero, con Yakov Sverdlov y Lenin absteniéndose frente a la mayoría de Derecha.

La decisión enardeció a los militantes del partido y algunos miembros de Vyborg destruyeron sus carnets de afiliación. En el Comité de Petesburgo, orador tras orador criticó severamente al Comité Central. Temeroso de repetir los errores de la aislada Comuna de París, Lenin apeló ante sus camaradas por “máxima calma, cautela, paciencia y organización”.

En sesión conjunta del Soviet de Petrogrado y del Presidium del Congreso de Soviets, el 11 de junio, un desesperado Tsereteli acusó a los bolchevique de tramar contra la revolución y exigió medidas represivas.

Kamenev habló por los bolcheviques. Arguyó que ningún lema clamaba por la “toma del poder” sino sólo por “¡Todo el poder a los Soviets!” “Arréstenme y júzguenme por complot contra la revolución”, los retó, mientras que él y los bolcheviques se marchaban en protesta.

Al día siguiente, el Congreso subscribió la ofensiva planificada por Kerensky e hizo un llamado por una marcha de unidad el 18 de junio, para coincidir con el avance militar. Pero, los líderes del Soviet de Petrogrado estaban preocupados de que los bolcheviques usurparían la manifestación, así que sugirieron que sólo podrían aparecer lemas aprobados por el Soviet.

Aquel quiebre claro con las normas revolucionarias ¬–que, en todo caso, habría sido imposible de hacer prevalecer- puso a muchos obreros y soldados en contra de la dirección conservadora. Fábricas y regimientos previamente dominados por SRs y mencheviques se resolvieron a apoyar los lemas bolcheviques.

Izvestiia se quejó que “segmentos inferiores e ignorantes de la población” fueron convencidos por “propaganda anarco-bolchevique”. En la víspera de la manifestación, Tsereteli les dijo a los representantes bolcheviques que “veremos a quién sigue la mayoría, a ustedes o a nosotros”.

Como lo expresó el Novaya zhizn’ de Máxim Gorky, la manifestación de cuatrocientos mil fue “un triunfo completo del bolchevismo entre el Proletariado de Petesburgo”. Banderas y lemas bolchevique predominaron. Sólo una minoría de lemas oficiales del Soviet, de los mencheviques y SRs, aparecieron en un mar de pancartas exigiendo “¡Todo el poder a los Soviets!” y “¡Abajo los Diez Ministros Capitalistas!”

La manifestación coincidió con la horrorosa ofensiva de Kerensky, la cual mataría a unos cuarenta mil soldados. Izvestiia informó sobre una delegación del Comité del Frente al Décimo Ejército “para explicarle a esa gente la perspectiva de la democracia rusa”. En muchos regimientos,

“al Comité se le dijo que los soldados no reconocerían su autoridad, al Soviet de Petrogrado, ni al Ministro de Guerra, y que no pasarían a la ofensiva. No tenían intención de morir, cuando había libertad en Rusia y la oportunidad de conseguir un pedazo de tierra.”

En el Regimiento 703 los soldados se burlaron de la delegación por “instarnos a cumplir la orden de Kerensky” y luego golpeó, amenazó de muerte, y finalmente, arrestó la delegación del Soviet de Petrogrado.

La largamente esperada ofensiva de Kerensky resultó una catástrofe. Pese a proclamar su éxito públicamente, concedió, el 24 de junio, en un telegrama cifrado, que “luego de los primeros días, a veces después las primeras horas de batalla … el espíritu decayó” y las unidades “comenzaron a dictar resoluciones con demandas de partir inmediatamente hacia la retaguardia.”

 

La semi-insurrección de julio

Las Jornadas de Julio intensificaron esos conflictos. Los rebeldes imploraban al Soviet de Petrogrado que tome el poder, mientras que los líderes paradójicamente rogaban a las tropas que los defiendan de esos mismos manifestantes. Un fornido obrero famosamente expresó esa contradicción cuando se enfrentó a Víktor Chernov, el líder SR, afuera del Palacio Táuride y le gritó, “¡Toma el poder cuando te lo dan, hijo de puta!”

En febrero miles de soldados militantes del Primer Regimiento de Metralleros habían marchado desde Oremburgo y permanecieron en Petrogrado para defender la revolución. Aquellos soldados iniciaron una rebelión luego de que dos tercios de ellos fueran ordenados al frente de guerra, lo que ellos consideraban nada menos que una sentencia de muerte. El 1 de julio, el Soviet exigió que los metralleros retornen a sus cuarteles, pero ellos continuaron con sus planes para una manifestación armada.

Delegados a la conferencia de la Organización Militar Pan-Rusa bolchevique llegaron cargando sus fusiles, listos para una confrontación. Organismos provinciales informaron de amplia ira hacia Kerensky y sus planes. Soldados continuamente interrumpieron la conferencia, exigiendo preparativos inmediatos para un levantamiento armado. En un discurso, como un “balde de agua fría”, Lenin advirtió contra hacerle la jugada al gobierno a lanzar un levantamiento desorganizado y prematuro.

Hacia julio algunos bolcheviques extremos más parecían anarquistas. Una reunión anarquista del 2 de julio exigió una rebelión armada y, en efecto, como lo ha argumentado Alexander Rabinowich, aquél grupo desempeñaría “un papel significativo en el levantamiento”.

Bleichman, el anarquista, instó a los metralleros a derrocar al gobierno, pero su fe de que “la calle nos organizará” solo llevó al caos. Cuando llegaron diez mil marineros armados desde Kronstadt, los dirigentes del Soviet les rogaron que vuelvan a casa, pero ellos tuvieron mayor simpatía hacia Bleichman, quien nuevamente instó a la insurrección.

Izvestiia publicó el pliego de reclamos que la manifestación masiva había entregado al ejecutivo del Soviet Pan-Ruso:

“Destitución de los diez ministros burgueses, todo el poder a los soviets, cese a la ofensiva, confiscación de las imprentas de la prensa burguesa, que la tierra sea de propiedad del estado, control estatal de la producción.”

Esa noche, Kámenev y Zinóviev convencieron a la dirección bolchevique a cancelar la manifestación del día siguiente por preocupación de que saldría fuera de control. Cuando se hizo evidente que, de todas maneras, la manifestación sí se llevaría a cabo y que la estrategia de los bolcheviques de derecha parecería una traición, se publicó la edición del 4 de julio de Pravda con un espacio en blanco donde originalmente habría aparecido el llamado a la cancelación.

Medio millón marchó ese día y el gobierno reaccionó con violencia. Izvestiia describió una bien-planificada emboscada:

“Cuando ellos [los manifestantes] pasaban frente a una iglesia, sonó una campana en el campanario y, como por una señal, se abrió fuego de fusiles y ametralladoras desde los techos de las casas.”

Cuando corrieron hacia el otro lado, “disparos cayeron también desde los techos opuestos”. El diario menchevique informó además que caños cosacos habían disparado contra los manifestantes.

Las Jornadas de Julio pusieron en evidencia que había terminado la frágil unidad nacional que siguió a la abdicación de Nicolás. “Bajo las banderas rojas marcharon solo los obreros y soldados”, escribió uno de los participantes,

“No se distinguían las escarapelas de los oficiales, los botones brillosos de los estudiantes, ni los sombreros de las ‘damas simpatizantes’ … Estaban marchando los esclavos comunes del capitalismo.”

El kadete Vladimir Nabokov escribió que los manifestantes mostraban “las mismas caras locas, atónitas, y bestiales que todos recordamos de las jornadas de febrero”. El odio de clase era ahora mutuo. Los obreros portaban banderas que rezaban, “¡Recuerden, capitalistas, las ametralladoras y el acero los aplastarán!”

Habiendo oído que Kerensky se dirigía al frente por riel, algunos metralleros los buscaron en la Estación Báltica. Otros expropiaron los autos de residentes adinerados y subieron y bajaron por Nevsky, blandiendo sus fusiles.

Afuera del Palacio Táuride, Chernov rogó por la calma hasta que los marineros de Kronstadt lo arrestaron. Al final, Trotsky intervino y consiguió la liberación del líder SR.

Obreros armados, peinando el palacio en busca de Tsereteli, irrumpieron en una sesión del Soviet, donde, según Sukhanov, algunos delegados “no mostraron el debido coraje y control”. Uno de los obreros brincó sobre el estrado y, blandiendo su rifle, declaró:

“¡Camaradas! ¿Hasta cuándo vamos los obreros a soportar esta traición? Aquí están ustedes debatiendo y haciendo tratos con los terratenientes. …Están ocupados en traicionar a la clase obrera. Bueno, solo entiendan que la clase obrera ¡no lo va a aguantar! Hay 30,000 de nosotros de Putilov. Triunfaremos. ¡Todo el poder a los Soviets! ¡Tenemos bien empuñados nuestros fusiles! ¡Sus Kerenskys y Tseretelis no nos engañarán!”

El balance de poder había cambiado en contra de la dirigencia soviética. El menchevique, Wladimir Woytinsqui, asignado a encontrar tropas leales, describió sus “esfuerzos en vano de alistar destacamentos para defender el Palacio Táuride”. Irónicamente, las primeras tropas en llegar que eran lealistas pertenecían a la organización interdistrital de Trotsky. La dirección aterrada del Soviet los recibió con vítores de alegría.

Esa noche, los bolcheviques clamaron por un fin a las manifestaciones, y, en la mañana siguiente, el Gobierno Provisional lanzó una campaña contra Lenin y sus camaradas, aduciendo que eran espías alemanes.

En el rastro de las Jornadas de Julio, los no-socialistas en el gobierno decidieron aplastar la revolución, restaurar la disciplina en el ejército, y aniquilar el Soviet. Pero, esta solución carnicera al levantamiento caería a los pies precisamente del blanco al que esperaban destruir. Por fin, el Soviet se levantaría a defender la revolución.

 

El Soviet se radicaliza

Lenin huyó hacia Finlandia mientras que cientos de bolcheviques estaban siendo arrestados bajo cargos exagerados. Por ejemplo, el gobierno dijo que Trotsky había viajado en el “tren sellado” de Lenin, provisto por los alemanes –comprobando que, en verdad, ambos revolucionarios servían al enemigo de Rusia- pero, en ese entonces, Trotsky había estado atrapado en un campo de concentración en Nueva Escocia.

Tsereteli firmó la orden de detención contra Lenin y por unos instantes pareció que los mencheviques se habían unido a la contrarrevolución, pero los ataques al sindicato de obreros metalúrgicos y a oficinas mencheviques, y el arresto de algunos diputados al Soviet, hicieron evidente que los socialistas más conservadores escasamente estaban a salvo de la amplia red de represión lanzada por el gobierno.

La conferencia kadete abandonó su pretendida democracia y exigió un dictador fuerte. Oradores culparon a Kerensky y al Soviet por la Orden Número 1 y por “la pésima situación actual en Rusia”.

Magnates empresariales en el Congreso de Comercio e Industria clamaron por “un quiebre radical … con la dictadura del Soviet” que había llevado Rusia “a la destrucción”. Vladimir Purishkevich, pogromista y fundador de la Unión del Pueblo Ruso, se unió al coro, exigiendo la inmediata disolución del Soviet de Diputados de Obreros y Soldados.

Los contrarrevolucionarios hallaron su hombre fuerte en el General Lavr Kornílov, el recién-nombrado Comandante del Ejército Ruso. En la víspera de su intento de golpe Kornílov anunció que “es hora de ahorcar a los agentes y espías de Alemania, ante todo a Lenin, y dispersar el Soviet”. Continuó, prometiendo “ahorcar a todos los miembros del Soviet de Diputados de Obreros y Soldados” si fuera necesario.

Ello era más o menos tema conocido del general. Antes de la revolución Kornílov había hablado si cesar de ahorcar a “todos esos Guchkovs y Milyukovs”, pero ahora hacía causa común con los liberales, ya que ambos querían aniquilar la revolución.

Kerensky y Kornílov negociaron los detalles de la restauración del orden. Concordaron reinstituir la pena capital en la retaguardia, disolver los comités del ejército, e imponer la ley marcial en Petrogrado.

Las tropas comenzaron a desplazarse hacia la capital revolucionaria el 25 de agosto y, dos días más tarde, Kornílov informó que el III Destacamento llegaría esa noche a las afueras de la ciudad. Le pidió a Kerensky que imponga la ley marcial.

Ese mismo día, los mencheviques propusieron un Comité de Defensa contra la contrarrevolución. Si “el comité quería actuar con seriedad”, comentó Sukhanov, “sólo los bolcheviques tenían verdaderos recursos”.

Casi cuarenta mil se ofrecieron para la Guardia Roja y miles más salieron en señal de apoyo. Obreros metalúrgicos radicales produjeron cien cañones en cosa de días, trabajando en turnos de dieciséis horas. La Rusia revolucionaria parecía estar al borde de una guerra civil.

Pero el enfrentamiento militar nunca se produjo. Kornílov permaneció en su cuartel general en Mogilev, dejando al General Alesandr Krymov para dirigir a los cosacos y a la División de Caballería Nativa del Cáucaso, mejor conocida como la División Salvaje. Mientras tanto, el Soviet había apelado a trabajadores ferroviarios revolucionarios, quienes estorbaron los trenes, aislando a las tropas de Kornílov en más de ochenta líneas férreas Agitadores soviéticos se acercaron a la División Salvaje y los soldados encargados de suprimir la revolución acabaron izando una bandera roja por “Tierra y Libertad”.

En Petrogrado, se preveía que dos mil lealistas darían respuesta a la ficticia insurrección bolchevique. El líder cosaco, Aleksandr Dútov, se quejó, “Llamé al pueblo a salir a las calles, pero nadie me siguió”.

El General Khrystofor Baranovsky, en Petrogrado, le imploró al General Mikhail Alekséyev, en el cuartel general en Mogilev, que “los Soviets están iracundos, el clima sólo puede ser amainado con una muestra de fuerza, arreste a Kornílov”. Alekséyev respondió, “Hemos caído por completo en las tenaces garras del Soviet”.

 

El centro colapsa

El 30 de agosto ya era obvio que el planeado golpe había colapsado, arrastrando consigo al partido kadete. Su periódico anunció que “las metas de Kornílov son las mismas que nosotros juzgamos necesarias para la salvación del país. … Lo proponíamos mucho antes que Kornílov”.

El 1 de septiembre, Tsereteli trató de defender a sus antiguos aliados. Haciendo caso omiso a la propuesta de Milyukov de nombrar dictador al General Alekséyev en la esperanza de aplacar a Kerensky y a Kornílov a la vez, Tsereteli declaró del partido kadete que “por lo menos sus figuras principales enarbolaron la revolución”.

Ambos, los mencheviques y los SRs rompieron con sus aliados liberales, sólo para dar marcha atrás un par de semanas más tarde. Entre tanto, el Soviet y el público se enteraron que Kerensky había trabajado con Kornílov para suprimir el consejo del pueblo. El periódico SR de izquierda, Znamya truda, enfáticamente declaró lo que se había descubierto:

“[El golpe de Kornílov] no fue una conspiración contra el Gobierno Provisional sino una componenda con él en contra de los organismos democráticos.”

Los mencheviques y los SRs de derecha se aferraron con desesperación al ahora totalmente desacreditado régimen de Kerensky y, a fin de cuentas, pagaron el precio de su estrategia. Para inicios de septiembre, los SRs de izquierda dominaban la conferencia partidaria de Petrogrado. Todo el distrito menchevique de Vasilevsky se adhirió a los bolcheviques. Baluartes fabriles de los mencheviques destituyeron sus delegados al Soviet en favor de bolcheviques. En otras fábricas ex-delegados rogaron perdón y hasta rompieron retratos de Kerensky.

La confrontación decisiva por el control del Soviet de Petrogrado se produjo en la elección del presídium el 9 de septiembre. Hablando por primera vez desde su liberación de la cárcel unos días antes, Trotsky le recordó a su público que, “Cuando les pidan aprobar la línea política del presídium, no olviden que estarán aprobando las políticas de Kerensky”.

“Todos entedían que estaban decidiendo la cuestión del poder –de la guerra- del destino de la revolución”, escribiría Trotsky. En vez de un vota a voces, la asamblea decidió que aquellos que aceptasen la renuncia de la dirigencia abandonarían el recinto.

Obreros y soldados se movilizaron hacia la puerta entre gritos intercambiados de “¡Kornilovistas!” y de “¡Héroes de Julio!” El conteo final: 414 votaron a favor el presídium, controlado por los menchevique y SRs, y a favor del Gobierno Provisional; 519 votaron en contra; y 67 se abstuvieron.

Tsereteli se felicitó, a sí mismo y a los demás ex-dirigentes, por ser “la consciencia que por medio año … meritoriamente sostuvo y enarboló la bandera de la revolución”. Trotsky, por su lado, les recordó a los líderes depuestos que “la acusación contra los bolcheviques … de estar en servicio al estado mayor alemán no había sido retractada”. El Soviet resolvió “marcar con desprecio a los autores, diseminadores y promotores de la injuria”.

Con ambos, los kadetes y Kerensky, en mala fama, Lenin brevemente argumentó en pro de transar con el liderazgo del Soviet: él tomaría el poder y los bolcheviques devendrían la oposición leal. Pero después de que los socialistas transigistas persistieron en su apoyo a la coalición de Kerensky –que aún incluía a los kadetes- y luego de que los bolcheviques obtuvieron una mayoría en Petrogrado, en Moscú, y en demás Soviets, Lenin volvió a la estrategia de “¡Todo el poder a los Soviets!” Durante las siguientes seis semanas bombardeó al Comité Central sin cesar con demandas por una insurrección inmediata.

 

Todo el poder a los Soviets

Aun después de la famosa resolución del 10 de octubre a favor de “insurrección armada”, los líderes bolcheviques vacilaron. Algunos incluso socavaron la actuación revolucionaria.

Cuando Kámenev y Grigori Zinóviev hicieron públicos sus argumentos en contra de la insurrección en Novaia zhizn’ el 18 de octubre, Lenin al fin se hartó y exigió que “los esquiroles sean expulsados” del partido.

Para aumentar el apoyo popular, los dirigentes decidieron que un órgano del Soviet de Petrogrado –en vez del Partido Bolchevique- organizaría la insurrección. El 16 de octubre el comité ejecutivo, ahora de extrema izquierda, anunció la formación de un Comité Militar Revolucionario para “la defensa de la capital”.

En una batalla por autoridad sobre las tropas, el comité envió una delegación al cuartel general de Petrogrado informándole que “en adelante ordenes no firmadas por nosotros carecen de validez”. Los generales se negaron a reconocerlos y, al día siguiente, el comité declaró que, al romper con el Soviet, el estado mayor se había hecho “un arma directa de las fuerzas contrarrevolucionarias”.

En las frenéticas reuniones del Soviet de Petrogrado en los días previos al II Congreso muchos de los soldados que arribaban exigían que el Soviet tome el poder. Los mencheviques advirtieron en repetidas ocasiones sobre los “caudales de sangre” que traería la insurrección.

Cuando Eva Broido preguntó si el Comité Militar Revolucionario organizaría la insurrección, Trotsky preguntó, “¿A nombre de quién indaga Broido? ¿De Kerensky, del servicio de inteligencia, de la policía secreta, o de otras instituciones semejantes?”

En efecto, los mencheviques no anunciaron sus acciones militares por adelantado. Durante la asamblea del 23 de octubre, Lomov, dirigente del Soviet de Moscú, informó que los cosacos habían saqueado el Soviet de Kaluga. Los menchevique y la duma municipal pro-SR habían pedido las tropas, quienes “infligieron violencia desmesurada” contra los líderes del Soviet.

Aquella misma noche, Trotsky declaró que “la creación del Comité Militar Revolucionario era un paso político hacia la toma del poder y su transferencia a manos de los Soviets”, pero aún el 24 de octubre negó que el Soviet tuviera planeado hacerlo.

En la asamblea general al día siguiente, Trotsky declaró ante un público embelesado que “el Gobierno Provisional ya no existe. … No conozco de ningún otro ejemplo en la historia del movimiento revolucionario en que estuvieran involucradas masas tan numerosas y que se haya desarrollado con tan poca sangre”. Mientras que los detractores de Lenin, incluyendo a algunos en su propio partido, pensaban que el régimen soviético duraría apenas unas semanas, Lenin permanecía imperturbablemente optimista de que la Revolución Rusa “conduciría a la victoria del socialismo”. Lenin confiaba que “seremos apoyados en esto por el movimiento obrero mundial, que ya se está comenzando a desarrollarse en Italia, en Gran Bretaña, y en Alemania”.

La estrategia menchevique y SR de transar con el capitalismo resultó un fracaso. En un momento clave de la historia de la clase obrera, la mayoría menchevique y SR derechista abandonó el Congreso de los Soviets para aliarse al pogromista Purishkevich y a otros anti-socialistas.

A medida que nos acercamos al aniversario de la Revolución de Octubre, los anticomunistas una vez más tratarán de calificar la victoria bolchevique como un golpe de estado por una minoría. Tal invento ignora el mandato democrático que los bolcheviques buscaron y consiguieron en el transcurso de meses de lucha.

 

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