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Chile – Inmigración y neoliberalismo

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Pablo Pulgar
Socialismo Revolucionario, CIT en Chile.
16 abril, 2018
La aceleración de la inmigración hace reflotar problemáticas metasupersticiosas. Una problemática que es central del llamado posfascismo. Este término quiere caracterizar un discurso que puede ir aparejado de un conservadurismo clásico, pasando por un patriotismo capitalista hasta un identitarismo proteccionista antiestablishment, aunque no necesariamente representando una posición liberal o neoliberal. En este contexto, Acción Identitaria Chile se alza como el ejemplo más claro de una posición etnodiferencialista que, de manera soterrada, sin identificarse a sí misma como racista, se ha ido instalando en diversos discursos que coquetean con la forma de capitalismo local.

La bullada disputa entre Judith Butler y Nancy Fraser sobre temas como justicia y equidad social y el reconocimiento como elementos que aparecen o no diferenciados entre la política en general y el marxismo, fue síntoma de la denuncia de una falta de análisis profuso que sea convergente tanto de la luchas económico-políticas, como de aquellas calificadas como “meramente culturales”. Las luchas políticas que remarcaron la necesidad de una superación de las contradicciones de clase tendieron a dejar a un lado petitorios enmarcados como marginales a las consignas de los trabajadores.

Sin embargo, este panorama ha tomado nuevos ribetes en la consideración de partidos revolucionarios y organizaciones de izquierda a través de la necesidad de comprehender tanto política como económicamente aquellos fenómenos sociales meramente culturales. La inmigración aparecería, en este sentido, no como mero factor colindante, sino como elemento estructural de la composición económica actual, la cual es fuente rica para fenómenos metasupersticiosos como el racismo y la xenofobia, entre otros conflictos de interacción social. Estos mismos conflictos no se hacen comprensibles sin una crítica al modo de producción capitalista y, modernamente, su versión neoliberal.

La inmigración como un fenómeno que se repite a lo largo de la historia toma nuevos ribetes dentro del imperialismo del capital, por lo menos desde el siglo XIX, marcado por los movimientos poblacionales, ya sean por causas bélicas, ya sean en búsqueda de mejora de condiciones laborales. En Chile el fenómeno migratorio se da bajo el contexto de una crisis estructural de sistema en Haití, una crisis político-económica en Colombia y Venezuela (con argumentos muy diferentes), sumado ello a inmigrantes provenientes de Perú y Bolivia.

Esta singularidad ya la analizaba Rosa Luxemburgo, en tanto la inmigración de fuerza de trabajo dirigido provee sustento a la superpoblación relativa. La movilidad que representa la población migrante regional se produce por un fenómeno geopolítico de reproducción del capital, donde el trabajador, el explotado migrante, busca paliar sus condiciones de vida en la oferta laboral de la variante capitalista en Chile. El gran capital extrae de ello, por supuesto, tajadas de beneficio bajo la forma de explotación directa debido al bajo costo de pensiones, nula inversión en educación, así como la rápida multiplicación de mano de obra barata, una variante exprés del aumento de tasa de ganancia de la burguesía local.

La tendencia a la catástrofe del ascenso de una derecha, calificada por Enzo Traverso –de modo casi irónico– como “posfascismo”, ha llevado a poner a la inmigración como tema número uno de la mayoría de las agendas políticas de los nuevos aspirantes gubernamentales del globo. En ese sentido, Chile no escapa a una realidad tendenciosa de un populismo de derechas, que viene dictada desde este nuevo panorama, donde el resurgimiento del autoritarismo y el reposicionamiento de discursos xenófobos hacen coherente la pregunta por el rol de los protagonistas de izquierda en el posicionamiento del problema de la inmigración en el marco de una lucha de clases. Al fin y al cabo, la gran masa migratoria es, a su vez, masa trabajadora, explotada y precarizada.

El así llamado “capital humano” se ve limitado por las políticas de “capital económico”. Por ello mismo es necesario integrar este gran conjunto conflictivo de estandarización comercial, segregación, xenofobia, etc., no desde un punto de vista meramente moralizante (como ha sido llevado desde el mayor conjunto de la discursividad), sino integrado dentro del conflicto de un modelo económico globalizado. Andrés Cabrera, en una columna hace pocos días publicada en El Mostrador, formulaba los puntos para entender al fenómeno migratorio como el nuevo rostro de la lucha de clases. Esto último solo es explicable de manera suficiente si es analizado como fenómeno enmarcado dentro de la economía-política y no meramente instrumentalizado dentro del espectro político. Es decir, una solución al fenómeno migratorio respondería no solo a criterios o eventos contingentes, sino que se hace necesario también retomar el problema dentro de contradicciones producidas por el capitalismo financiero. Desempleo en países semicolonizados crea condiciones de competencia que se traduce en una migración masiva.

La importancia de tomar posición satisfactoria al respecto nos permitirá sortear el problema de manera consistente. Como preámbulo podemos advertir que Marx ya planteaba el problema de la movilidad de la fuerza de trabajo asalariada nacional e internacional como un síntoma dentro de la economía política, no adyacente, no colateral, sino entendida como constante de flujo producto de la acumulación originaria. Sin embargo, este proceso, en el caso chileno, no responde a un modo de maquinización de su economía o proletarización de sus capas medias, sino se sustenta sobre la base de la monetarización de su economía, flexibilidad cambiaria e inestabilidad de sus relaciones laborales. Es decir, bajo la forma de su neoliberalismo local –el cual, sin embargo, mantiene una postura conservadora restrictiva respecto a una libre circulación–.

Esto último no es casual ni meramente caprichoso. La descomunal transferencia de capital productivo al sector financiero ha inyectado fuerza al sector comercial, volviéndose atractivo para una masa trabajadora en aun peores condiciones que la existente en la economía chilena. El caso haitiano es especialmente digno de ser analizado, pues representa el fracaso de un mismo modelo intervencionista (a través del BM y el FMI) y neocolonizador (militarizado por EE.UU.).

La liberación de la economía de Haití en 1981 y los intentos de convertir al país en el “Taiwán del Caribe” terminaron finalmente por acelerar el asentamiento de una fuerte burguesía local, frente a un campesinado extremadamente precarizado, el cual, con incluso más infortunio, fue azotado por un terremoto en 2010 –el cual terminó por pulverizar el ya alicaído sector agrario–. Noam Chomsky ha hecho eco numerosas veces respecto a que este seísmo solo terminó de demostrar el carácter de clase de este desastre natural. La fuga de capitales se traduce en fuga de masa trabajadora hacia países receptores, tal como sucede en Europa, tal como sucede en EE.UU. En ese contexto, la medianía de la economía chilena representa la vía de escape para un problema provocado por el mismo sistema de capitalización en Haití y representa, asimismo, un desafío para la concretización discursiva de la integración de la crítica anticapitalista local.

La aceleración de la inmigración hace reflotar problemáticas metasupersticiosas. Una problemática que es central del llamado posfascismo. Este término quiere caracterizar un discurso que puede ir aparejado de un conservadurismo clásico, pasando por un patriotismo capitalista hasta un identitarismo proteccionista antiestablishment, aunque no necesariamente representando una posición liberal o neoliberal.

En este contexto, Acción Identitaria Chile se alza como el ejemplo más claro de una posición etnodiferencialista que, de manera soterrada, sin identificarse a sí misma como racista, se ha ido instalando en diversos discursos que coquetean con la forma de capitalismo local. Se establece, de esta manera, un discurso antiinmigración que o bien i) interferiría con una concepción de patria, sea carnal, histórica o civilizacional, o bien ii) interferiría con un estado civilizatorio nacional (asociando problemáticas como delincuencia, etnicidad, enfermedad, etc.).

Sin embargo, no solo desde posiciones alt-right, sino desde sectores de centroizquierda se han atrevido, poco a poco, a apropiarse de este relato. Esto nos permite entender desafortunadas declaraciones antiiinmigrantes de Fulvio Rossi en la pasada campaña electoral e, incluso, entender el bullado caso de las declaraciones sobre control migratorio de Sarah Wagenknecht, dirigenta cabecilla de Die Linke en Alemania.

Teniendo en cuenta todas estas variables aún nos queda por formular una pregunta: ¿por qué la inmigración tiene como destinos países con un sistema altamente neoliberalizado como el caso chileno? La pregunta es ineludible si queremos establecer un vínculo entre fenómeno migratorio y sistema capitalista. Si bien argumentos para migrar hay muchos (ambientales, médicos, por fenómenos naturales, etc.), nos centramos acá en algunos que son troncales, aquellos que recorren causas políticas, jurídicas, económicas e históricas.

La extensión del capitalismo y su penetración en países periféricos ha desencadenado desequilibrios tales, que generan un gran éxodo que se hace extremadamente complicado de gestionar. El nuevo mercado tiene a sus pies no solo capitales globalizados, sino también personas, donde migración de mano de obra se transforma en la expresión más latente de las hegemonías de clases, las cuales expresan –a su vez– “jerarquías migratrorias”: mientras que el migrante de países ricos tiene derechos casi irrectrictos, la gran mayoría de la mano de obra migrante de países pobres ve constreñidos sus derechos mínimos.

El así llamado “capital humano” se ve limitado por las políticas de “capital económico”. Por ello mismo es necesario integrar este gran conjunto conflictivo de estandarización comercial, segregación, xenofobia, etc., no desde un punto de vista meramente moralizante (como ha sido llevado desde el mayor conjunto de la discursividad), sino integrado dentro del conflicto de un modelo económico globalizado. Andrés Cabrera, en una columna hace pocos días publicada en El Mostrador, formulaba los puntos para entender al fenómeno migratorio como el nuevo rostro de la lucha de clases. Esto último solo es explicable de manera suficiente si es analizado como fenómeno enmarcado dentro de la economía-política y no meramente instrumentalizado dentro del espectro político. Es decir, una solución al fenómeno migratorio respondería no solo a criterios o eventos contingentes, sino que se hace necesario también retomar el problema dentro de contradicciones producidas por el capitalismo financiero. Desempleo en países semicolonizados crea condiciones de competencia que se traduce en una migración masiva.

El debate, por tanto, no debe estar regido simplemente por criterios productivistas, ni mucho menos normativistas, sino que es menester entender que la masa migrante en Chile se está convirtiendo rápidamente en una nueva capa oprimida desregulada, como nuevo sujeto bajo condición de superexplotación. Como formulara Luxemburgo y, modernamente, Žižek y Souza dos Santos, esta denuncia entonces se vuelve no solo un argumento sólido para explicar la exclusión social del migrante, sino que dota también de elementos para su inclusión dentro del panorama político como sujeto ligado a la lucha de clases.

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