Inicio Historia y Teoria Centenario de la Revolución Rusa   –  ¿Fue inevitable el estalinismo?

Centenario de la Revolución Rusa   –  ¿Fue inevitable el estalinismo?

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Eric Blanc *

Socialist Worker, 12-10-2017

https://socialistworker.org/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Durante casi un siglo, el ascenso del estalinismo en Rusia ha ocultado el proyecto emancipatorio de la revolución de 1917.

Los críticos liberales y conservadores insisten en que este giro de los acontecimientos —el surgimiento de una tiranía política y social tras la revolución y la guerra civil— demuestra que cualquier intento de superar el capitalismo solo conduce a una dictadura brutal. Según el historiador Bruno Naarden, por ejemplo, los «desastrosos acontecimientos tras 1917 mostrarían lo que ocurriría si cualquier Estado y sociedad se condujeran sin la élite burguesa».

En vista del predominio de estas ideas, es una tarea esencial para los revolucionarios marxistas ofrecer una explicación seria de por qué se perdió la revolución rusa.

El potencial emancipador del poder obrero puede apreciarse desde los primeros meses del gobierno soviético formado en octubre de 1917, así como del Gobierno rojo formado poco después en Finlandia.

Millones de obreros, trabajadores rurales y campesinos tomaron el poder en sus centros de trabajo, comunidades y del Estado. Con el derrocamiento de las viejas autoridades, la participación masiva en todas las facetas de la vida social se extendió a unos niveles sin precedentes. Frente al sabotaje o la deserción de funcionarios públicos y directivos capitalistas, el pueblo trabajador y los marxistas organizados tuvieron que intervenir y hacerse cargo para cubrir el consiguiente vacío. La autogestión de abajo a arriba se convirtió en la norma.

Tras Octubre, los bolcheviques y socialistas radicales impulsaron la extensión de la revolución al resto de Rusia y al extranjero. La Revolución de Octubre era, según ellos, la punta de lanza de la revolución socialista mundial: sin la extensión internacional de la revolución, decían, la revolución rusa estaba perdida.

Aunque los bolcheviques y sus aliados tuvieron un gran éxito en la instauración del poder soviético a lo largo de la Rusia central, sus éxitos en la periferia y más allá del Imperio ruso fueron mucho más desiguales. En el verano de 1918, los gobierno soviéticos de Ucrania, Letonia, Estonia y Bakú —junto con el Gobierno rojo finlandés— habían sido derrocados por los esfuerzos combinados del Gobierno alemán, las burguesías locales y los socialistas moderados.

Esta incapacidad de romper el cordón sanitario del imperialismo en la periferia de Rusia facilitó que se desarrollara una guerra civil prolongada y devastadora que tuvo lugar principalmente en las fronteras del antiguo Imperio zarista.

En poco tiempo, el impulso de la revolución hacia la democratización de la vida social y política fue revertido en el contexto de la guerra civil, la intervención de numerosos poderes extranjeros —incluyendo Estados Unidos— y el colapso económico. Debe tenerse en cuenta, también, que los bolcheviques heredaron un país que estaba ya al borde de la desintegración.

Observando el cerco imperialista de Rusia, el agravamiento del desastre económico y el sabotaje activo de los capitalistas y la intelligentsia, en noviembre de 1917 los bolcheviques de Bakú concluían que «ningún otro gobierno, en ningún lugar, ha tenido que trabajar en unas condiciones tan complejas y difíciles».

A lo largo de 1918, también colapsó la industria. Las conexiones entre la ciudad y el campo quedaron hechas añicos, el hambre, la enfermedad y la desmoralización se extendieron como una plaga. Las condiciones en el antiguo Imperio zarista se convirtieron en algo catastrófico, casi imposible de describir, haciendo que incluso las crisis del periodo anterior parecieran menores por comparación. La democracia obrera apenas podría sobrevivir, menos aún florecer, en un contexto semejante.

Como ejemplo de una descripción contemporánea honesta, consideremos la siguiente carta escrita en julio de 1918 por Yakov Sheikman, un líder bolchevique de 27 años de Kazán, una ciudad industrial a orillas del Volga con una fuerte influencia musulmana. Temiendo que pronto moriría en la batalla, Sheikman escribe lo siguiente a su hijo pequeño, explicando la trayectoria de la lucha por la que se juega la vida:

«Así que, querido Emi, estamos rodeados. Quizá tenga que morir. El peligro nos acecha en todo momento. Por eso he decidido escribirte… Te puedes imaginar lo difícil que ha sido todo [tras Octubre], puesto que, simultáneamente, hemos tenido que construir, derribar y defendernos de nuestros enemigos a los que no les faltaba un odio terrible contra nosotros. Todo el país estaba inmerso en las llamas de la guerra civil…

«La burguesía y sus subordinados nos tienden emboscadas. El sabotaje adopta formas increíbles y alcanza proporciones colosales. La intelligentsia, que había apoyado a la burguesía sin protestar, no quería servir a la clase obrera. Por si esto no fuera suficiente, se unió en una alianza con la burguesía contra la clase obrera…

«La contrarrevolución golpeó dolorosamente a la Rusia soviética. Pero el poder soviético rechazó los golpes que le caían de todas partes y pronto estuvo a la ofensiva. Donde nuestros enemigos prevalecían, no había piedad para nosotros. Pero tampoco nosotros mostramos piedad».

En un contexto así, el proceso de democratización político y social quedó rápidamente subordinado —desde abajo y desde arriba— a los esfuerzos militares para derrotar a la contrarrevolución y a la lucha desesperada por alimentar a las ciudades y al joven Ejército Rojo.

Todo se orientó hacia la supervivencia política —resistir todo lo posible hasta que el surgimiento del poder obrero en Occidente abriera nuevos horizontes políticos—. A lo largo del antiguo Imperio zarista, la autogestión se hundió en el autoritarismo y la burocratización. Observando esta dinámica, Sheikman lamentaba que «hay mucha miseria en los oficiales soviéticos (no todos son así, por supuesto, pero sí muchos)».

Una comparativa en todo el Imperio arroja luz sobre el peso de las desesperadas circunstancias sociales sobre la política.

Los que defienden la idea que el giro dictatorial de la Revolución rusa fue debida al supuesto autoritarismo innato de las políticas de Lenin y los bolcheviques tendrían que explicar por qué sus rivales políticos —incluyendo liberales rusos y no rusos, nacionalistas, socialistas moderados y anarquistas— recurrieron igualmente a métodos antidemocráticos cuando afrontaron las condiciones de la guerra civil y amenazas políticas similares a su gobierno.

En su reciente estudio sobre el socialismo libertario en Rusia, el historiador ruso Vladímir Sapon concluye que la derrota de la democracia soviética estuvo determinada ante todo por el catastrófico contexto objetivo de finales de 1918:

«Esta idea la confirma el hecho de que en las áreas donde los anarquistas y neopopulistas de izquierda consolidaron su hegemonía política en el período del primer gobierno soviético, estaban no menos inclinados hacia la dictadura de partido que los bolcheviques a nivel de toda Rusia».

La experiencia del breve Gobierno rojo finlandés fue similar. Los líderes socialistas de Finlandia siguieron vinculados incuestionablemente al tradicional apoyo del marxismo ortodoxo al parlamentarismo, el sufragio universal y la libertad política.

Como ocurrió durante las primeras semanas del poder soviético en Rusia central, el Gobierno rojo finlandés evitó al principio los métodos dictatoriales y tuvo una actitud magnánima hacia sus rivales políticos. Seria difícil encontrar una constitución más democrática que la adoptada por los marxistas finlandeses tras asumir el poder en enero de 1918.

Pero aunque los socialistas finlandeses siguieron defendiendo su teoría y objetivos democráticos, la dinámica de una guerra civil brutal —y una contrarrevolución despiadada— les obligó a recurrir a prácticas autoritarias.

El primer paso en esta dirección fue el de clausurar y prohibir la prensa no socialista a principios de febrero. Poco después, se prohibieron también los periódicos obreros moderados que no habían apoyado la insurrección de enero y el nuevo Gobierno rojo.

A diferencia de la Rusia soviética, el Gobierno rojo finlandés fue un Estado de partido único desde el principio hasta el final, puesto que el resto de partidos finlandeses se negaron a reconocer su legitimidad. Aunque el número de víctimas palidecen comparadas con las de los blancos, se desató un violento Terror Rojo contra la burguesía y los contrarrevolucionarios, acabando con 1 500 vidas.

En el espacio de tiempo de unos pocos meses, el nuevo gobierno se empezaba a parecer cada vez más a una dictadura militar. El 10 de abril, en un desesperado último intento de contrarrestar las recientes derrotas militares, el Gobierno rojo se reorganizó bajo un mando militar hípercentralizado en el que se le dio al líder socialista Kullervo Manner una autoridad dictatorial personal. La prensa socialista finlandesa afirmaba: «La guerra es la guerra y tiene sus propias leyes y necesidades que no coinciden con las necesidades de la humanidad».

A pesar de la evolución cada vez más autoritaria de los regímenes dirigidos por radicales por todo el antiguo Imperio zarista, tiene poco sentido igualar a los bandos contendientes en la guerra civil. Los métodos dictatoriales podían estar, y estaban, dirigidos a preservar o derrocar órdenes sociales antagónicos.

Sin embargo, al señalar la influencia decisiva del contexto objetivo en el ascenso de un militarismo autoritario en todos los bandos de los sangrientos conflictos de este período, no quiere decir que se niegue que los bolcheviques y los socialistas finlandeses tomaron decisiones cuestionables después de 1917.

Una no menor fue la tendencia de los bolcheviques a racionalizar teóricamente muchos de las medidas dictatoriales ad hoc obligadas en el contexto de la guerra civil. Aunque este método de codificación ideológica puede haber sido útil para ganar las batallas de aquel momento, le hizo sin duda mucho más difícil políticamente a los líderes y cuadros del partidos desafiar de forma eficaz a la burocracia tras el fin de la guerra civil en 1921.

Sería erróneo exagerar las posibilidades de democratización en 1921, puesto que para entonces la burocratización del partido y del Estado estaban ya profundamente avanzadas. Además la alienación creciente del régimen político y de los bolcheviques respecto de amplios sectores de la población —que incluiría también a gran parte de la clase obrera— durante la guerra civil dejaba para entonces muy poco espacio a una democracia soviética en una Rusia aislada.

¿Era posible otro camino? Como en los años previos, la suerte de la revolución rusa dependía de forma crucial dela revolución internacional.

Como habían predicho los bolcheviques desde el estallido de la I Guerra Mundial en 1914, una ola revolucionaria recorrió realmente Europa y el mundo en respuesta a la Revolución Rusa.

El Estado Mayor alemán lamentaba que «la influencia de la propaganda bolchevique entre las masas es enorme». Al otro lado del globo, el revolucionario mexicano, Ricardo Flores Magón, exclamó en marzo de 1918 que la ruptura anticapitalista en Rusia «tiene que provocar, quiéranlo o no lo quieran los engreídos con el sistema actual de explotación y de crimen, la gran revolución mundial que ya está llamando a las puertas de todos los pueblos».

En muchos países, el capitalismo se tambaleaba y estuvo al borde del abismo hasta 1923. Aunque hoy se asume normalmente que la orientación de los bolcheviques hacia la revolución mundial era utópica, el estallido de posguerra amenazó realmente con derrocar el orden internacional burgués.

Por ejemplo, la reciente monografía de Brian Porter sobre Polonia, a diferencia de la mayoría de trabajos académicos, cuenta con exactitud la profundidad del desafío anticapitalista:

«Las viejas normas políticas, sociales y económicas quedaron descreditadas y destruidas. Hoy llamamos a lo ocurrido en 1917 “la Revolución Rusa”, pero en aquel momento parecía haber una posibilidad real de que pudiera ser la revolución, el momento de destrucción creativa que derrocaría los viejas centros de poder e introduciría un orden mundial totalmente nuevo».

La radicalización política, las huelgas y motines barrieron país tras país en Europa y en el mundo colonial. Las revoluciones de obreros y soldados derrocaron los viejos regímenes en Alemania y Austria en noviembre de 1918. Poco después, los marxistas radicales asumieron brevemente el poder en Persia, Bavaria y Hungría. Los obreros revolucionarios y socialistas estuvieron peligrosamente cerca de derrocar el gobierno capitalista en Polonia (1918-19), Austria (1919), Italia (1919-20), Alemania (1918-23) y en otros países.

El hecho de que el capitalismo sobreviviera al final a esta ofensiva revolucionaria no era inevitable. La clase obrera no carecía de voluntad de transformar radicalmente la sociedad.

Pero estas aspiraciones quedaron bloqueadas, por encima de todo, por las direcciones de los socialistas moderados: cuando los obreros entraron en acción, las burocracias socialdemócratas y sindicales trataron de restaurar el orden a cualquier precio. No carecía de fundamento las declaraciones del líder bolchevique Grigori Zinóviev en 1920: «Mirad al resto del mundo. ¿Quién está salvando a la burguesía? ¡Los llamados socialdemócratas!»

Aunque los primeros comunistas cometieron ciertamente errores importantes que lastraron su capacidad de vencer a las fuerzas del reformismo oficial, la culpa de la derrota de la ola revolucionaria de 1918-1923 debe dirigirse, primero y ante todo, hacia aquellos líderes del movimiento obrero que apuntalaron y respaldaron de forma activa a sus Estados capitalistas tras la guerra.

Por citar al ala izquierda del Partido Socialista de Polonia: «se llaman socialistas y en realidad toda su actividad está dirigida contra el socialismo». A finales de 1923, los líderes socialistas defensores del colaboracionismo de clase habían desactivado efectivamente la conflagración revolucionaria europea en Alemania y por toda Europa.

Los indiscutibles esfuerzos de los moderados para frenar el impulso de la clase obrera hacia una ruptura anticapitalista aislaron al sitiado gobierno obrero y campesino en Rusia.

Este resultado, sin embargo, no estaba predeterminado. País tras país, los radicales estuvieron cerca de superar a los moderados y liderar a los trabajadores al poder. Teniendo en cuenta el muy frágil control del poder que tenía la burguesía, muchas decisiones, acciones y desarrollos políticos, posibles pero no realizadas, podrían haber sido suficientes para haber llevado la historia mundial por un camino muy distinto tras 1917.

Aprendiendo las lecciones de esta historia inspiradora y trágica, los revolucionarios socialistas podrán prepararse mejor para las importante luchas del futuro.

* Historiador del movimiento socialista y activista californiano, es autor de Anti-Colonial Marxism: Oppression & Revolution in the Czarist Borderlands, 1881-1917 (Materialismo histoìrico, Brill Publishers).

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